A los 14 años, Mónica Ramírez, hoy abogada y fundadora de la organización sin fines de lucro Justicia para Mujeres Migrantes, tomó la decisión más importante de su vida: no callarse.
Proveniente de una familia de campesinos, es la tercera generación de migrantes mexicanos que viven en Estados Unidos. A los 14 años, un día Mónica revisó el periódico y leyó una nota relacionada con los festejos que se harían a las familias de pescadores, pero, se preguntó: “¿qué pasaba con los campesinos?”
Mónica no solo preguntó esto a su familia, sino también a los directivos del periódico local de Florida. Ahí comenzó a escribir sobre la importancia de los trabajadores del campo en los Estados Unidos. Ese día, reconoce, conoció la justicia, un importante paso para comenzar su vida como activista.
“Ese hecho de ir a hablar, levantar mi voz y decir “¿por qué no?” ha sido lo más importante de mi vida, porque no he parado desde ese entonces”, reconoce.
El activismo comenzó
Mónica es también cofundadora de The Latinx House y directora fundadora de Poderistas. Su labor como activista en la defensa de las mujeres trabajadoras migrantes víctimas de violencia le ha acarreado el ser reconocida por la revista Time como una de las 100 líderes emergentes del mundo en 2021, al igual que por Forbes México en 2018.
El legado que aspira dejar tras de sí es motivar a que se alce la voz ante la explotación de las trabajadoras migrantes y poner “luz” sobre las violencias y problemáticas que viven, pues sus vivencias, generalmente, son invisibilizadas: “si no ponemos una luz en esas situaciones, el abuso y la explotación van a seguir”, advierte.
Su familia, modelo de inspiración
Mónica no duda al reconocer a las mujeres de su familia, principalmente su madre, Margarette Ramírez, y su abuela, Virginia Guardelo, como su principal inspiración en su camino como activista y profesionista.
En su familia, es la primera generación que no ha tenido que migrar para mejorar sus condiciones de vida. El hecho de ser abogada, indica, fue parte del sacrificio que hicieron sus padres para que fuera a la universidad y pudiera desempeñarse en una actividad profesional.
En 2003, Mónica inició su primer proyecto en Florida denominado Justicia para Mujeres Campesinas. En ese momento, tenía alrededor de 26 años e iniciaba su trabajo como abogada.
Los años siguientes fueron muy complicados. En 2005, aún recibía una paga muy baja como abogada, lo que la orilló a buscar un segundo empleo en un restaurante de comida; además, vivía en su oficina, debido al costo alto de la vivienda en Palm Beach Country, un área ubicada en la zona metropolitana de Miami.
“Yo estaba viendo cómo era posible seguir adelante con el proyecto. Muchos años después, el proyecto siguió y hemos logrado mucho en estos años, pero hubo un momento en el que no estuve muy segura si iba a poner”, reconoce.
A pesar de las adversidades, Mónica logró consolidar Justicia para Mujeres Migrantes como organización y, actualmente, defiende a trabajadoras cuando viven violencia sexual en los centros laborales, al igual que atiende otras problemáticas que enfrentan por ser migrantes. La organización, expone, inició con seis colaboradores y, a finales de este 2024, concluirá con 20.
“Estamos viendo que los problemas siguen siendo los mismos: que no se paga a mujeres migrantes, que sufren de robo de salarios, que viven de acoso y muchas no se quejan por el miedo[…] No es importante que yo lo hice, lo que es importante es que existe y que, desde allí, otras personas han creado proyectos en diferentes estados, e incluso en Canadá empezaron a usar nuestros materiales”, expone.
Para la activista, es fundamental creer en nuestras ideas —sin importar si se tiene el dinero o un puesto importante— y llevarlas a la práctica, pues mantener el silencio significa ser parte de la problemática.
“Si tenemos una idea, no importa si tenemos el dinero, no importa si tenemos un puesto muy importante. Si tenemos la idea de hacer algo o de hablar de algo, tenemos que hacerlo”, subraya.