La pandemia por el COVID-19 ha sido, sin duda, la crisis más fuerte desde principios del siglo pasado, obligando a modificar los hábitos de consumo y afectando a varios sectores de manera directa e indirecta. Como se sabe, uno de los más perjudicados ha sido el de los hoteles y restaurantes, mercados principales de un ramo agroindustrial que también ha sido duramente golpeado: el mercado vitivinícola.
El director de la vinícola Santa Elena, Pablo Alonso Pérez, explica que al cerrar los restaurantes a mediados de marzo, 80% de sus ventas se han visto amenazadas, ya que, en el mejor de los casos, estos ingresos han sido aplazados en 150 días.
A esto se suman las distintas medidas que han adoptado diferentes zonas del país con ley seca, provocando restricciones en envíos, así como a la desinformación que, por increíble que parezca, ha influido en que muchas personas piensen que el vino puede alojar el virus SARS-CoV-2.
Reconfiguración del sector
La nueva dinámica orilló a Santa Elena a llegar de forma directa a sus clientes, pasar de vender por cajas a, literalmente, botella por botella, en un esquema en línea que repuntó, aunque todavía no cubre el golpe que dejó la crisis de la HORECA (Hoteles, Restaurantes y Cafeterías).
Otro acercamiento se logró por medio de experiencias en casa, una mayor actividad creativa que llega a 200 catas mensuales. El principal reto en el mediano plazo es encontrar formatos que permitan al cliente abrir dos o tres vinos diferentes, sin que esto represente que se tenga que tomar dos litros de vino.
Producción
La perspectiva para el 2020 es que se produzca lo mínimo indispensable, la mayoría de las bodegas frenaron planes de crecimiento para los próximos dos años, lo que podría reconfigurar la producción hacia hacer muy buenos vinos en cantidades menores, logrando con ello que los costos y la forma de trabajo sean rentables para el próximo año y de tal manera poder sobrevivir.
¿Está incrementando el consumo?
La pandemia sí está provocando un aumento del consumo de bebidas alcohólicas en casa, incluyendo al vino. Por lo menos así lo muestran los índices Nielsen e ISCAM (Información Sistematizada de Canales y Mercados), encargados de compartir cifras de consumo; sin embargo, habría que ver la ecuación completa.
Hay una cuestión, comenta Pablo, que no están midiendo muy bien los índices, pues se enfocan únicamente en ciertos outlets, distribuidores y autoservicios a los cuales tienen acceso. De acuerdo con el director de Santa Elena, 50% del vino mexicano se vende fuera de estos canales, siendo esa mitad la que más se ha visto afectada.
Si antes el mercado de vino era de 200 cajas, la mitad se vendía en restaurantes y en distribuidores que no eran medidos por estos índices. Durante la pandemia, de esas 100 cajas 50 pasaron a autoservicios y distribuidores más grandes; sin embargo, estos puntos de venta son los que tienen acceso a vinos más económicos, por lo que se vuelve un mercado difícil de disputar para las etiquetas nacionales.
La realidad es que la mayoría de las vinícolas mexicanas están teniendo un decremento en ventas y la falta de pago pone en riesgo a toda la cadena alrededor del vino. Además, el consumo de alcohol del mexicano común se basa en categorías de mayor penetración: primeramente en la cerveza, seguido por destilados como el tequila, ron y brandy.