Por: Xicoténcatl Morales Hurtado. CEO Gestión Avanzada
Previsión, pensamiento o planeación estratégica no sólo se tratan de términos diferentes, sino de tres actitudes ante el mañana. En nuestro artículo previo definimos grosso modo los conceptos que acompañan esta entrega dividida en dos partes. Ahora toca el turno de encontrar el equilibrio entre los mismos y reconocer el papel crucial que tienen en tu negocio para crear, entregar y capturar valor.
Previsión, pensamiento y planeación estratégica
La previsión estratégica crea valor porque nos invita a tener a mano análisis comparativos entre una realidad vivida en el pasado y la forma que puede suceder en el futuro. Por ejemplo: cómo reaccionaron a la crisis económica de años anteriores determinado grupo de inversionistas y cómo se espera que afronten una nueva situación similar.
La fase donde mayor valor adquiere la previsión estratégica es en el diseño de nuevos proyectos, la revisión de los recursos necesarios, la descripción de actividades clave necesarias para que su desarrollo avance por buenos términos y, sobre todo, las propuestas diferenciadoras que son (o están siendo) más aceptadas, para así contrastarlas con aquellas que han dejado de ser atractivas o sustentables.
El pensamiento estratégico nos ayuda a ofrecer valor, ya que nos mantiene atentos a las señales que nos manda el futuro (ya sean débiles o fuertes) para comprender los cambios que se pueden dar en los contextos, conductas y comunicación que los clientes pueden tener sobre nuestro negocio o servicio —desde el plano de las necesidades, deseos o expectativas venideras—.
Por ejemplo: qué sugerencias están haciendo los usuarios de tecnología sobre aplicaciones móviles que ayudarían a resolver problemáticas concretas, o qué segmentos de mercados específicos están hablando de innovaciones que permitirían disfrutar mejor de un producto.
La planeación estratégica, por su parte, construye el mañana sobre los indicios detectados en las dos primeras fases; es decir, sobre los diagnósticos, tareas, procesos y objetivos necesarios para que determinado proyecto no sólo tenga un crecimiento seguro, sino una consolidación significativa. Por esta razón, esta fase nos permite capturar valor.
Si bien la planeación estratégica puede ser adaptativa o moldeable, deriva en planes de acción o procedimientos operativos cuyas intenciones conducen a metas claras. Ahí radica su valor para las unidades de negocio que tienden a usar sus beneficios en dirección del rediseño de procesos, la introducción de nuevas mercancías o la rehechura del MKT en torno a nuestro giro principal.
En este sentido, cuando la planeación estratégica se gestiona correctamente, se convierte en la herramienta por excelencia para dar seguimiento constante a la ejecución de una tarea y a su posterior evaluación.
Futurible y futurable
Como sabemos la dicotomía de estos términos señala una clara diferencia. Futurible es el futuro posible, mientras que futurable es el futuro probable. La brecha que puede acortar sus distancias la encontramos en la forma de usar la previsión, el pensamiento y la planeación estratégica.
En los negocios no hay nada escrito. Comprender el valor de los diseños futuristas, la apuesta por la redirección de negocios o la anticipación de múltiples escenarios son prácticas que nos ayudan a reconocer lo que el mañana nos revela.
Los grandes procesos de innovación tecnológica o los cambios importantes en la manera de hacer negocios le deben mucho a la reflexión seria sobre lo futurible y lo futurable. No obstante, esta dupla no podría ser tomada en serio si no vinculamos la previsión, pensamiento y planeación estratégica con la consigna que nos lanzan sus significados: la visualización del futuro no sólo existe para ser una imagen de lo que el futuro ofrece, sino para desafiarnos a construirlo.