A casi 70 años de que la Organización de las Naciones Unidas proclamara la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es interesante descubrir que no hemos avanzado ni siquiera en el cumplimiento del artículo uno: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Estas palabras nos interpelan, nos cuestionan y nos deberían llevar a retomar el camino. Por eso, es necesario hacer un breve análisis del enunciado para ver cómo vamos.
En principio, ni siquiera cumplimos a plenitud el inicio del artículo, “Todos los seres humanos nacen…”, pues hoy discutimos la irracional idea de matar individuos en sus primeras etapas embrionarias. Desde la segunda parte del siglo pasado, estamos buscando hacer esto legal y hasta un derecho de la mujer. Así pues, no dejamos a muchas personas desarrollar su potencial porque las matamos en el vientre materno con el beneplácito de gobiernos, leyes y movimientos pseudosociales virulentos que representan a minorías militantes.
En cuanto a la libertad e igualdad, parece que cada día nos alejamos más de ellas. En la actualidad, somos esclavos de cualquier cantidad de opiniones creadas para manipularnos: la aberrante ideología de género, medios de comunicación con contenidos pobres e indignos, la abrumadora publicidad que va de lo subliminal al neuromarketing, el apego a los artilugios electrónicos y demás sutilezas de la vida moderna. No suficiente con esto, aún no nos podemos deshacer de la esclavitud de los empresarios sin escrúpulos, de los gobiernos que mantuvieron el salario mínimo y dejaron a la clase trabajadora con un sueldo insuficiente para subsistir, del crimen organizado, la prostitución, las drogas y su legalización, del cuasinormal cobro de piso a los negocios y gobiernos (como en Tamaulipas)… Somos esclavos de diversas cuestiones ilegales y legales, que se niegan a desaparecer.
Y tampoco tenemos igualdad. Es inconcebible que en pleno siglo XXI, las desigualdades de ingresos, riquezas y oportunidades sean realidades palpitantes. Las diferencias entre hombres y mujeres o entre distintas razas siguen desgarrando el tejido social internacional.
No somos libres ni iguales en dignidad y derechos. Entre nosotros nos destruimos y buscamos someter a los demás, situación que nos hace cuestionarnos sobre qué tan dotados estamos de razón y conciencia, pues parece imperar en nosotros el salvajismo, el instinto, lo emocional.
Respecto al “…deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”, ni qué decir. Nuestra falta de fraternidad hace que la guerra continúe siendo el principal instrumento para dirimir conflictos. No cabe duda que no hemos aprendido de sus horrores, ya que no logramos dominar esas ansias de poder y patologías sociales, las cuales se manifiestan en cualquier núcleo social.
Afortunadamente, todavía contamos con un equilibrio social: millones de personas y organizaciones intermedias de la sociedad civil que trabajan solidariamente por los más desprotegidos. Muchos van más allá de la justicia y sus acciones rayan en el extremo de la caridad, la cual consideramos irracional en estos tiempos en los que sólo actúamos en busca del beneficio propio.
Gracias a este trabajo por los demás, varias comunidades están retomando responsabilidades que antes correspondían a los gobiernos, lo cual las ha empoderado; sin embargo, aún falta mucho por hacer, ya que la mayoría de la población permanece en el egoísmo… Hoy, la generosidad es extraordinaria; pero está dispuesta a resurgir si la estimulamos.
La esperanza del mundo está en reconocernos a nosotros mismos; entender y aceptar nuestra grandeza y dignidad como humanos, con libertad, igualdad, dotados de razón, conciencia y con el deber de comportarnos a la altura de lo que somos: seres inteligentes que se comportan de forma fraterna y con consideración a nuestras diferencias.
La evolución de la humanidad debe transitar de la inteligencia al amor, un amor capaz de gestar una nueva civilización que asegure nuestra supervivencia como especie en las mejores condiciones de calidad y nivel de vida. Actualmente, es factible que lo hagamos con el rediseño de nuestros sistemas sociales y económicos, dejando atrás las estructuras perversas que nos presionan y destruyen. Si no comenzamos hoy, ¿cuándo?