Por Carlos de Luna
MINT Mercadotecnia Integral
Mientras viajaba a una cita con un cliente, escuchaba un programa de radio en el que la conductora preguntó a un grupo de panelistas: «¿De cuántos de nosotros estarán hablando como personas que hicimos el bien dentro de cien años?».
Realmente resultó interesante la pregunta para todos los que en cabina participaban; pero en mi interior comenzaron a abrirse paso algunas interrogantes: ¿Quién hablará bien de mí en cien años? ¿Me interesa que hablen de mí? ¿Por qué trascienden positivamente personajes de la historia? Y en todo caso, pensando a lo que me dedico y a lo que espero realizar el resto de mi vida, ¿haré que hablen bien de mí en cien años?
No contento con la pregunta que durante varias semanas estuve procesando, se me ocurrió ponerla en práctica con mis alumnos. Abrí un corchete especial en medio de mi cátedra y les dije: «¿De cuántos de nosotros estarán hablando positivamente dentro de cien años?» No pudimos dar conclusiones que nos dejaran plenos, pero sí nos aproximamos a una idea que resultó muy clara: “Conquistar los sueños, aferrándonos a lograrlos sin considerar voltear hacia atrás”. El ejercicio fue muy gratificante; ya no era sólo yo ante mi duda, compartí la inquietud con más de una docena de jóvenes. La semilla de buscar trascender se sembró en tierra fértil, de eso estoy seguro.
Tratando de ir más a detalle, descubrí que los ingredientes para que alguien trascienda son:
Determinación: Una persona leal consigo misma, no vulnera su autoestima si no cree en sí mismo, confía en sus principios y progresa constantemente en fundamentarlos para conquistar su cima.
Un buen equipo: Seleccionar a los mejores, incluyendo a los que son más sobresalientes que uno. Sin excelentes colaboradores a nuestro alrededor, no se puede destacar. Los compañeros de trabajo son socios de nuestros ideales.
Metas claras: Elegir el mejor camino para llegar a una meta implica saber a dónde quiero llegar, incluyendo todas las desviaciones o atajos que nos puedan confundir. Los caminos tienen senderos desconocidos, rutas disfrazadas. Lo importante es tener claro para qué lo hago y qué obtendré. Hay que documentar la experiencia y compartir los tropiezos que se tienen; el fracaso siempre nos ilumina.
Resilencia: Es evidente que todos tenemos un miedo exagerado al desacierto en el logro de nuestros proyectos y la exploración de metas ambiciosas. Ésta es la resiliencia, que es conocida como la capacidad de levantarse después de caer. Utilizar el fracaso para encontrar el éxito es una manera de aprender de los errores para evitarlos en el futuro. Caer cientos de ocasiones en el intento de conseguir lo deseado, implica conocer el mismo número de opciones que aprendemos para no tomar esas mismas rutas.
Manejo de la incertidumbre: El riesgo siempre es el primer paso para conseguir el éxito. Lo importante implica acaudalar el fracaso en bien propio y de los que nos rodean en la empresa. Superar miedos significa explorar territorios ignorados.
Innovación: En la vida cotidiana lo que parece el final de una película es apenas el comienzo de una nueva aventura. El campo de lo desconocido es una estupenda oportunidad de avanzar e innovar.
Imposible es atravesar la vida sin que algo salga mal o simplemente decepcionarse por los tropiezos diarios. Uno crece cuando conoce y acepta su realidad, pero también cuando reconoce sus fortalezas. Uno reacciona a lo adverso cuando se tiene la voluntad para cambiar y conquistar nuevos desafíos.
El caso de Cuitláhuac Pérez es impresionante, él es uno de esos personajes que desean trascender. Inventar un auto eléctrico mexicano no es un proyecto que pasará inadvertido, por el contrario es un sueño que lo pondrá en los albores de los hombres hidrocálidos que nos aportarán orgullo. Él tiene muy claro que el riesgo lo aferra a ser alguien.