Por: Alejandro Basáñez Loyola
Autor de las novelas de Ediciones B: México en Llamas; México Desgarrado; México Cristero; Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca; Ayatli, la rebelión chichimeca; Santa Anna y el México Perdido; Juárez ante la iglesia y el imperio y Kuntur, el Inca de Lectorum.
“Con gran tristeza, desde la cima de un cerro, los cuicuilcas contemplaban cómo el purpúreo río de espesa lava iba poco a poco cubriendo toda su ciudad, sus casas, sus templos, su historia, sus recuerdos… su todo”.
Cuicuilco es una zona arqueológica mesoamericana que se desarrolló entre los años 800 a.C. y 250 d.C. Con su caída, Teotihuacán se consolidó como centro rector del periodo clásico en el Eje Neovolcánico. Sus ruinas se encuentran a flor de tierra dentro de la actual Ciudad de México, en la zona en que confluyen las importantes avenidas Insurgentes Sur y Periférico. Esto la convierte en una zona arqueológica dentro de la ciudad (como lo son Tenochtitlan, Tlatelolco y Tenayuca).
Lo más destacable a simple vista es el gran basamento circular, estructura construida alrededor del siglo V a.C. Mide aproximadamente 135 metros de diámetro de base y 23 metros de altura. El volumen total de la pirámide es de 60 mil metros cúbicos. Tiene cuatro niveles inclinados hacia adentro, cada uno más pequeño al anterior, como un pastel circular de piedra de cuatro niveles.
Durante la época de los aztecas, era un territorio inhóspito y olvidado. Los señoríos del lago le temían a esta zona por considerarla una antesala del Mictlán (o del más allá). Aquellas culturas sabían que Cuicuilco había sido destruida por el tlitepetl, volcán Xitle, por lo que profesaban un gran respeto y temor hacia la boca de azufre de Tezcatlipoca. Este dios, un día, harto de los cuicuilcas, fue capaz de arrojar fuego y lava para sepultar a toda una cultura y convertirla así en un desierto de tezontle, abundante en reptiles venenosos y pintorescas cactáceas.
El Pedregal, como se le conoció en la era independiente, siguió en el olvido; tan fue así que el general norteamericano Winfield Scott, en la guerra contra México en 1847, sorprendió a los mexicanos al atacar a Santa Anna y Valencia desde la cima del cerro de Zacatépetl —actualmente a un lado del centro comercial Perisur—.
Por algún tiempo, aquellos terrenos inhóspitos fueron propiedad del conquistador Hernán Cortés, el cual heredó a su hijo Martín. Este fundó un molino de trigo, el famoso Molino de Miraflores. En 1825, después de la guerra de independencia, se fundó la fábrica de papel Loreto. Un siglo después, se fusionó con la de Peña Pobre, para ser comprada en 1984 por Grupo Carso.
El corporativo tuvo que ceder a la presión social y ecológica del momento, para convertir el espacio en un parque ecológico y un centro comercial, cuidando responsablemente las ruinas prehispánicas y las de la fábrica de papel.
Por otro lado, los habitantes de Cuicuilco, al igual que los mayas y paracas del Perú, tenían la costumbre de deformarse los cráneos. Solían alargarlos, quizá para parecerse a algún siniestro visitante de las estrellas.
Por su excelente ubicación, los cuicuilcas tuvieron acceso a los abundantes recursos del Lago de Xochimilco —ya que lo tenían a tan solo cuatro kilómetros—. Además, en las cercanías estaban la Sierra del Ajusco, así como manantiales y corrientes de agua que facilitaban producir alimentos y atender las necesidades básicas de una población en desarrollo.
Su agricultura era seguramente complementada con la caza, la pesca y la recolección; la obtención de madera provenía de los bosques aledaños y los terrenos fértiles a orillas del lago. Hoy todo aquello ha quedado sepultado bajo metros y metros de lava volcánica y edificios.
Cuicuilco parece haber sido abandonado alrededor de 250 d. C., después de la erupción del volcán vecino conocido como el Xitle. Cerámica y otras pruebas sugieren que los refugiados de la catástrofe migraron hacia el norte y se convirtieron en parte de la población de Teotihuacán —cerca de la orilla norte del lago de Texcoco—.
El Pedregal envuelve alrededor de 70 km², con una extensión de aproximadamente 13 kilómetros al norte del Xitle. El camino erupcionado que dejó el volcán no recubrió toda esta zona, puesto que existen elevaciones perpendiculares que impidieron el progreso. Algunas de estas alturas dieron origen a “claros” donde la lava no llegó.
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Resulta increíble pensar que sobre este desierto de tezontle se construyeron lugares históricos como zonas residenciales de millonarios, centros comerciales, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Villa Olímpica para los juegos del 68, oficinas y vías rápidas. Todo esto es un bloqueo para el estudio de esta y otras culturas, cuyos misterios yacen bajo toneladas de lava y edificaciones modernas.
En Cuicuilco sólo ha sido posible realizar una investigación arqueológica parcial. La irremediable destrucción de la ciudad prehistórica causada por la Villa Olímpica, el centro comercial Perisur, las Torres de Elektra y Grupo Carso sobre el lago de tezontle impiden determinar con precisión el tamaño real y la magnitud de la pérdida histórica por el avance del progreso y la modernidad.
Por ello, desconocemos muchos detalles sobre la forma y el estilo de vida de los cuicuilcas. Aunado a esto, la zona arqueológica se encuentra en promedio de cinco a diez metros debajo de roca volcánica, lo que ha dificultado en gran medida su exploración. Así, se hace prácticamente imposible conocer los alcances reales y la magnitud que tuvo Cuicuilco en su periodo de vida. Incluso, no se sabe exactamente cuáles eran los límites físicos del área poblada en Cuicuilco durante su existencia.
Hoy en día, al ver una ciudad de primer mundo como México, tan extensa, tan llena de vida y actividad, resulta difícil imaginar su destrucción por la erupción de un volcán cercano como el Xitle o el Popocatépetl; sin embargo, la posibilidad está ahí, latente. Ya ocurrió con Pompeya, Herculano y Cuicuilco. Puede volver a ocurrir en cualquier momento. La Tierra es caprichosa e impredecible, y hace lo que se le dé la gana en cualquier momento.
Existen incontables avistamientos de ovnis en el Popocatépetl; inclusive algunas tomas de las cámaras del CENAPRED muestran a un enorme objeto en forma de puro entrando al interior del cráter.
¿Significa esto que existen seres superiores capaces de controlar o generar erupciones y cataclismos según su conveniencia? ¿Ocurrió algo así en años previos a la erupción que destruyó la primera ciudad del Valle de México? ¿Dejaron los cuicuilcas evidencias de dichos avistamientos y se encuentran enterradas bajo toneladas de roca volcánica, esperando algún día ser descubiertas? ¿Son las fumarolas de don Goyo una alarma preventiva de lo que se nos viene? ¿Qué pasaría si la erupción viniera acompañada de un terremoto arriba del ocho en la escala Richter?