Mary recuerda los nervios y la adrenalina de cruzar la frontera de México con Estados Unidos. Quería ser enfermera en Silacayoapan, en el estado de Oaxaca, pero ese día estaba cerca de cumplir 20 años y seguiría otra tradición familiar: dejar su lugar de origen, su casa en la región mixteca, para migrar al igual que lo hicieron tres de sus hermanos y su padre, un trabajador agrícola.
La primera ciudad que conoció en Estados Unidos fue Fresno en California. El trayecto no lo hizo sola. Primero viajó con una familia de su comunidad a la ciudad de Oaxaca. Después tomó un avión a Tijuana y un “coyote”, sobrino de una familia de una localidad cercana, la cruzó en una camioneta al Fresno.
En un momento distinto, en 2009, Lilian hacía un intercambio académico en La Rochelle, Francia, durante sus estudios en Administración Turística en Puebla. Ese año, conocería a un joven con quien sostendría una relación que culminaría con su emigración a Francia, en donde trabajaría como profesora de español y emprendería un negocio propio relacionado con la producción de jabones sólidos para hacer frente a la contaminación y proteger al medio ambiente.
En México, la emigración internacional es catalogada como un fenómeno predominantemente masculino. Por cada 208 hombres, 100 mujeres emigraron en el quinquenio 2015-2020, según el “Anuario de Migración y Remesas México 2023” de BBVA. No obstante, la emigración de las mujeres ha ido en aumento. En 2021, su participación era de 12.7% y para 2022 fue de 15.9%
Lilian y Mary forman parte de la migración de mexicanas hacia los dos corredores más importantes del mundo: México y Europa. Según datos del Gobierno de México, las mujeres mexicanas representaron el 33.1% de la población que migró del país.
Estados Unidos es el principal destino, pero otros países importantes son Canadá, España, Alemania y Francia. El Anuario de Migración y Remesas México 2023 estimó que, en 2020, los mexicanos residentes en Estados Unidos alcanzaban más de diez millones 853 mil 105 personas; el 46.6% fueron mujeres.
Aunque la migración femenina ha ido a la alza, y con ello, su aportación a la economía de los países destino, aún enfrentan dificultades, como una doble penalización, por ser mujeres y migrantes, según el estudio “La brecha salarial de los inmigrantes” de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Sin embargo, las problemáticas que viven no se limitan a la desigualdad salarial. Mónica Ramírez, abogada y fundadora de la organización Justicia para Mujeres Migrantes en Estados Unidos, reconoce que persisten situaciones como el robo de salarios, despidos cuando las mujeres se embarazan, explotación laboral, o incluso, violencia sexual en centros de trabajo o durante su trayecto a su país destino.
La activista, quien ha sido reconocida como una de las 100 líderes emergentes del mundo en 2021 por la revista TIME, también abandera proyectos para proteger y mejorar las condiciones de vida y de seguridad para las mujeres y niñas en Estados Unidos.
Al ser tercera generación de migrantes mexicanos, no es ajena a la experiencia de vivir en un lugar distinto. Su abuelo, al igual que la familia de Mary, también era trabajador agrícola y viajó a Estados Unidos para mejorar sus condiciones de vida. Mónica considera que es la primera generación de su familia que no ha tenido que migrar para trabajar.
Migrar como consecuencia
“He escuchado historias terribles. Creo que corrí con suerte, porque no tuve que caminar en el desierto. No tuve que caminar por días y horas”, reflexiona Mary que, 20 años después de haber cruzado la frontera de Tijuana y Fresno, vive en la ciudad de Eugene, Oregón, en la que fundó el grupo de danza folclórica “Colibrí”, cuya misión es reconectar a los hijos de migrantes con sus raíces.
Sin embargo, la relación de su familia con Estados Unidos es más añeja. En total, su madre tuvo doce hijos. Tres emigraron ahí y algunos otros se dispersaron entre la Ciudad de México y el estado de Morelos.
“Siempre Estados Unidos ha estado involucrado en la familia”.
En Silacayoapan, era “normal” que los jóvenes se fueran a EUA. Primero, porque no había más escuela que la secundaria y, segundo, porque quienes se iban, regresaban con radios, cámaras, ropa y equipos electrónicos.
“Con las cosas electrónicas, todos los jóvenes nos emocionamos. Todo eso, junto con las necesidades, pues dices: ‘¿Cómo es ese lugar? Yo quiero ir’”.
A esto se suma que su padre era trabajador agrícola y, gracias a esto, uno de sus hermanos mayores pudo cursar una equivalencia de la preparatoria en Oregón. Aunque Mary reconoce las carencias en Silacayoapan, tuvo una infancia feliz. Parte de su niñez la vivió durante periodos entre la Ciudad de México y Oaxaca. También recuerda que su madre le relataba cuentos de niña y cómo creció con sus dos hermanos más chicos: “Yo era feliz con lo que tenía”.
Del viaje de Tijuana a Fresno, en el que viajó escondida en una camioneta, Mary recuerda que fue emocionante. Desde niña es persistente y de haberse quedado en México, está segura que hubiera sido enfermera.
“Para mí fue emocionante, pero pienso, reflexiono y digo: ‘¡Qué valor!’”, señala.
Remesas, aporte de migrantes a sus países de origen
Tiempo después de llegar Mary a Estados Unidos, su hermano fue deportado y ella asumió el rol de mandar remesas, al igual que lo hacían otros de sus hermanos en México. Durante varios años, envió dinero a Oaxaca hasta que sus padres fallecieron:
“Ahorita, ya envió de vez en cuando, pero ya no siento esa necesidad de mandar cada mes. Es cuando de verdad necesitan, porque aparte, ya tengo a mi familia. Después de que mis papás se fueron, sí seguí mandando, pero luego fui y vi cómo no valoran lo que uno manda. No valoran como la gente de aquí trabaja para poder mandar”.
El envío de remesas a EUA es una de las principales características de la migración mexicana. En los últimos diez años, ha existido una racha a la alza en el envío de remesas y en 2023 tuvieron un crecimiento de 7.6%, alcanzando los 63 mil 313 millones de dólares, de acuerdo con BBVA Research.
Según Data México, en el tercer trimestre del 2023, México recibió diez millones 200 mil dólares estadounidenses en remesas desde Francia, país que también se caracteriza por la migración de estudiantes latinoamericanos. En diez años, la movilidad de estudiantes internacionales creció un 67.6% y Francia ocupó en el 2020 el sexto lugar de los principales países destino para estudiantes, según BBVA.
Después de su año universitario en la ciudad costera La Rochelle, Lilian regresó a México y se fue en 2011, por segunda ocasión, para trabajar como asistente de español en la ciudad francesa de Agen. Su estancia fue también temporal, menor a un año, pues regresó a México con su pareja, con quien se casaría en Puebla en 2013 y viviría en la Ciudad de México.
En ese tiempo, estudió una licenciatura en lingüística para ser profesora de francés y poder regresar a Francia, en donde se instaló de forma definitiva hasta el 2014.
“Por cuestiones familiares, su papá estaba muy enfermo en esa época, él dijo que quería venir a pasar sus últimos días con él. Yo dije: ‘Bueno, sí me gusta Francia’. Pensé: ‘voy por una maestría’ (…) Fue la razón para postular, porque dije: ‘yo no me voy a ir así a la nada. Voy a buscar un trabajo, algo para tener ingresos’”.
Las diferencias más sustanciales del mercado laboral entre México y Francia, piensa Lilian, son los horarios y el salario. Aunque tiene estudios profesionales, reconoce que entrar al mercado laboral francés ha sido difícil; sobre todo, cuando inició un emprendimiento personal sin tener estudios de mercadotecnia.
“Es difícil encontrar si no tienes una profesión que busquen, que no sea regulada y el idioma», dice.
Maternidad lejos de casa, ¿por qué migran las mujeres?
Actualmente, Lilian vive en Poitiers y es madre de una bebé de cinco meses. La maternidad en un país diferente al suyo, lejos de su familia y de la cultura mexicana, ha sido muy difícil, reflexiona. En parte por la organización del sistema médico francés y que permite la existencia de parteras (sage-femme) para los embarazos de bajo riesgo, hasta por las diferencias culturales en los cuidados de posparto.
Parir en Francia no es un recuerdo agradable para Lilian. Tuvo que esperar 44 horas desde que se rompió su fuente hasta que su hija nació. Hasta la fecha desconoce porqué se prolongó su parto. Tampoco recuerda que le hayan inyectado la anestesia.
“Sentí un poco de negligencia (…) Fue horrible. Siento que eso fue también un trauma (…) Fue mucho tiempo (…) cuando yo dije: ‘ya no aguantó’. Estoy mal y mi esposo hizo presión, me pasaron”, dice.
Sin embargo, en el posparto pudo reconectar con la cultura mexicana, pues sus padres la visitaron para ayudarla en las labores de cuidado. “Está la familia de mi esposo, pero está más alejada. Siento que también respetan, o sea, mi suegra respeta. Si yo no pido ayuda ella no va a venir (…) Ha sido muy difícil en estos cinco meses”, reconoce.
Para Amarela Varela Huerta, profesora investigadora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, en la Academia de Comunicación y Cultura, la crianza para las mujeres migrantes tiene diferencias sustanciales, pues en el sur global hay una cuestión comunitaria, mientras que en los países del norte la maternidad se vive de forma más aislada con redes familiares menos extensas.
“Hay una serie de cuestiones intraducibles culturalmente de cómo se gestionan el parto y el postparto. Hay mucha violencia obstétrica por una cuestión de no formación intercultural de las y los médicos (…) hay también una punitividad entorno a las madres migrantes”, enfatiza.
Para la especialista, desde los años 80, ha cambiado el desplazamiento de las mujeres migrantes de sus lugares de origen, pues ahora existe una familiarización de las migraciones; es decir, pocas mujeres se van solas a sus nuevos países de destino. Esto también implica que se familiaricen las formas de violencia que enfrentan, por ejemplo, con políticas como la existencia de las baby jails en Estados Unidos.
En síntesis, expone que las mujeres del sur global dejan sus lugares de origen por la violencia económica, patriarcal y del Estado. A esto se suma que también se ven expuestas a tener endeudamientos para llegar a sus lugares de destino, a través del pago de “polleros” o “coyotes”.
“Las mujeres ya no van al norte global a reagruparse con sus maridos y hacer el trabajo reproductivo de las familias migrantes: sostener o cuidar la vida de sus integrantes, sino que poco a poco se vuelven pioneras de la cadena migratoria”, señala.
La activista Mónica Ramírez de la organización “Justicia para Mujeres Migrantes” subraya que para proteger a las mujeres trabajadoras migrantes en Estados Unidos es importante que existan cambios legales, pues actualmente, los campesinos, las trabajadoras domésticas o quienes reciben propinas en restaurantes, no están amparados por la legislación laboral nacional.
“Nos urge cambiar esa ley, para que por lo menos tengan posibilidad de recibir justicia si algo les pasa”, añade.
Sin embargo, los cambios para la activista no deben ceñirse a aspectos legislativos. También es importante visibilizar lo que los latinos aportan a la economía, la música o la gastronomía.
“Hay una narrativa que existe en los Estados Unidos que solamente estamos quitando cosas, que estamos quitando trabajos, que estamos quitando recursos, que estamos quitando beneficios. Es una narrativa muy peligrosa”, reconoce.
Sònia Parella Rubio, especialista del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), coincide al señalar que los nichos laborales a los que principalmente acceden las mujeres migrantes en Europa tienden a estar más desregulados y son más precarios, además de que se centran más en la industria de los servicios y el cuidado.
Sin embargo, esta desigualdad también se percibe en aquellas mujeres que migran con formaciones universitarias, quienes enfrentan complicaciones para encontrar un trabajo acorde a su experiencia o trayectoria profesional.
“Con el tiempo, estas mujeres tienen mayores posibilidades de poder desarrollar una trayectoria profesional fuera de estos sectores, pero, de entrada, el patrón discriminatorio es muy fuerte”, añade.
¿Cuáles son los sueños de las mujeres migrantes?
Con el tiempo, Mary aprendió a vivir en su nuevo lugar de residencia. Actualmente, tiene dos hijas de 16 y 20 años. En Oregón el clima es habitualmente lluvioso, una diferencia importante con su natal Silacayoapan, donde la temperatura alcanza los 22 grados centígrados en invierno.
También aprendió a hablar inglés y se volvió trilingüe. Aunque habla con fluidez el español, su idioma materno es el Tū’ū jāvì, o como ella lo nombra: el idioma de la lluvia. A diferencia del inglés, idioma en el que reconoce aún se siente insegura, hablar Tū’ū jāvì, le hace sentir: “ancestral” y “sabia”.
En Estados Unidos, antes de crear Colibrí, planchó, dobló y cosió ropa, al igual que limpió cuartos de huéspedes e, incluso, por un periodo breve, fue cuidadora de adultos mayores.
El desarrollo profesional de Mary cambió cuando conoció a una maestra de folklore estadounidense, quien la llevó a un programa de radio semanal en la Universidad de Oregón que duró hasta que llegó la pandemia en 2020. En ese tiempo, Mary entrevistó a artistas y exploró el arte que hacía la comunidad latina en Eugene. Estudió una licenciatura en Arte y Lingüística; se convirtió en promotora cultural.
“Cuentan mucho tus credenciales aquí”, dice.
Actualmente, uno de sus proyectos más prominentes es la creación del grupo de danza folklórica Colibrí, fundado desde 2003 y cuyo objetivo es reconectar a los hijos de migrantes con sus raíces.
“Nuestra misión es ser un lugar seguro para los niños, donde ellos lleguen y, si su papá los regañó, si tuvieron hostigamiento en la escuela o si tienen muchas tareas, que lleguen a ese lugar y se relajen bailando”, añade.
Lilian en cambio, logró consolidar su negocio cuando aplicó para un programa de seis meses destinado a mujeres mexicanas que residían en Francia y que las apoya para iniciar emprendimientos. Su marca, Spumella, surgió desde 2021, a partir de la falta de productos para el cabello en Francia, país en el que la industria de la belleza está centrada en los cabellos lacios, dejando fuera a las demás diversidades migrantes.
“Compraba un producto y me causaba caspa. Luego otro me irritaba. Decía: ‘¿por qué no encuentro uno, ninguno que me guste?’ Empecé a hacer mis propias fórmulas, aquí, en la cocina”, expone.
Lilian creó a Spumella también por un deseo a futuro: tener sus propios horarios para poder criar a su hija, a quien desea enseñarle la cultura mexicana, ya sea a través del idioma o con las pláticas a la hora de la comida.
“Extraño el hecho de ser muy unidos. Yo trato de hacer eso con mi hija. Pasamos todo el tiempo juntas, ella y yo. Le hablo mucho. A mí me gusta esto de la familia que hablamos y que te cuento todo. A ella le cuento todo. Trato de hacer lo que a mí me gusta”.
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Este trabajo fue realizado en el marco de la formación para periodistas «Cambiar la mirada. Nuevas narrativas sobre migración», convocada por la Oficina Regional para América Central y el Caribe de ONU Derechos Humanos, en colaboración con el Departamento Medios, Comunicación y Cultura de la Universidad Autónoma de Barcelona, y el Centre d’Estudis i Recerca en Migracions.