Los ejércitos antagonistas finalmente se enfrentaron en las lomas de San Miguel Calpulalpan, en Jilotepec, Estado de México. Miramón, sabedor de que su oponente había citado a sus generales Ampudia, Rivera, Cuéllar, Carbajal, Garza y otros en Querétaro, para de ahí partir hacia la toma de la capital, decide madrugarlo en el camino hacia México, el 21 de diciembre de 1860.
El general zacatecano Jesús González Ortega, vencedor en la Hacienda de Peñuelas en Aguascalientes, contaba con un ejército inspirado y disciplinado de quince mil hombres y catorce piezas de artillería, conformado por las brigadas de Zacatecas, San Luis Potosí, Guanajuato, Michoacán y Jalisco.
Al frente iban los generales Zaragoza, Régules, Alatorre y Leandro Valle. Miramón llegó al sitio del encuentro con ocho mil hombres, acompañado por las brigadas de Vélez, Negrete, Ayestarán, Cobos y Márquez y el doble de piezas de artillería que el enemigo.
La fría mañana del 22 de diciembre, los conservadores inmediatamente se dieron cuenta de su inferioridad numérica, pero era demasiado tarde para recular. El ejército comenzó su ataque lanzándose sobre el flanco izquierdo liberal, pero fue repelido por Zaragoza.
Nicolás Régules contraatacó por el centro; González Ortega, Leandro Valle y Alatorre se desprendieron por el lado derecho en una acción envolvente hacia el ejército conservador. Después de una hora de ataque, Miguel Miramón mandó a su hermano Mariano a atacar la línea central liberal con toda su caballería de mil hombres. González Ortega acometió por la retaguardia contra los conservadores y creó el pánico. Miguel Miramón, confiado en que el ataque de su hermano pondría en pánico a los liberales, observó cómo su estrategia sufría el efecto contrario, ocasionando una fuga de conservadores gritando vivas a los constitucionalistas.
Miramón, su hermano Mariano y los principales jefes conservadores pusieron el peor ejemplo a sus hombres: huyeron del enemigo hacia la capital. Con esta batalla, se daba el triunfo definitivo del ejército constitucionalista y la toma de la capital quedaba como un mero desfile a efectuarse en un par de días.
…
Mientras tanto, Benito Juárez fingía escuchar la ópera en el teatro Principal de Veracruz. ¿Cómo disfrutar la obra I Puritani de Bellini, cuando sabía que su artífice González Ortega se jugaba la vida y el destino de la Guerra de Reforma en una batalla cercana a Querétaro? Aunque sabía que las hazañas de Ortega anunciaban el triunfo total, también sabía de historia y cómo grandes generales habían perdido todo en la última batalla por exceso de confianza y soberbia.
No quería que a González Ortega le pasara como a Hidalgo en las Cruces: perder todo a punto de tomar la capital. El encuentro entre Miramón y González Ortega debía haber ocurrido ya. El resultado pronto llegaría a él.
Sebastián Abascal volteaba discretamente a ver al presidente. Había aprendido a leer el lenguaje facial del zapoteca y sabía que algo lo preocupaba. Ambos sabían del significado final del encuentro entre liberales y conservadores.
Juárez se sentía asfixiado entre su esposa y el gobernador Gutiérrez Zamora. El dúo de las banderas sonaba como una melodía lejana e intrascendente para el inflexible zapoteca. Pedro Santacilia y Nela, la hija de don Benito, no notaban la incomodidad del presidente de México. Como dos adolescentes traviesos, gozaban de su idilio, dejando que el mundo orbitara a su alrededor.
De pronto, un murmullo distrajo a los músicos y cantantes. Por una de las puertas del teatro un hombre vestido de charro, con todo el polvo de cuatrocientos kilómetros encima, exigía hablar directamente con don Benito. La obra fue interrumpida, pensando que algo violento ocurriría.
—Entienda que no puede interrumpir al señor presidente de la República. Debe espera a que acabe este acto— dijo el elegante guardia de seguridad a José María Machuca, mensajero especial de González Ortega. Otro guardia, notando que la situación se salía de control, se acercó a dar apoyo a su compañero. Con discreción, empuñó la macana con la que de una vez por todas pondría en paz al impertinente charro.
—¡Déjenlo subir!— gritó Juárez, petrificando a los guardias y al público.
Don Benito sabía por qué ese hombre estaba ahí: su mensaje definiría de una vez por todas el destino de México. El hombre caminó entre espectadores hasta pararse enfrente del señor presidente de la República. El guardia que lo seguía temía lo peor e imaginaba a don Benito caer baleado por un rebelde conservador suicida. Por si las dudas, empuñó de nuevo su macana, no fuera a ser el diablo.
—Señor presidente. Le traigo este recado del general González Ortega.
Con mano temblorosa, don Benito tomó el sobre lacado color manila entre sus pequeñas manos. Sin mirar a Machuca ni decirle nada, lo abrió. Sus ojos leyeron el mensaje que anunciaba el triunfo definitivo de Ortega sobre los ejércitos conservadores. Una atenta invitación a dejar el puerto y tomar la capital lo más pronto posible entusiasmó al presidente.
—Señores. Hemos ganado la guerra. Miramón ha sido completamente derrotado en Calpulalpan. México es republicano y nos espera Palacio Nacional para asumir el gobierno.
—¡Viva Juárez! —gritó Sebastián Abascal, seguido por otros vivas a la Constitución y al país, encendiendo el teatro a niveles estentóreos. Dos lágrimas resbalaron de los ojos rasgados del presidente de México. Doña Margarita Maza corrió a los brazos de su hombre. Ese 23 de diciembre de 1860 nacía el verdadero México independiente. La banda de música tocó “La Marsellesa”, como homenaje a los republicanos. Una especie de broma del destino: se tocaba el himno del país que en unos meses irrumpiría en las costas del Golfo de México, para imponer un monarca austriaco, sobre el hombre que hoy aplastaba a los conservadores.
Alejandro Basáñez Loyola, autor de las novelas de Penguin Random House: “México en Llamas”; “México Desgarrado”; “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca” y “Santa Anna y el México Perdido”; y de Lectorum: “Juárez ante la iglesia y el imperio”; “Kuntur el inca” y “Vientos de libertad”. Facebook @alejandrobasanezloyola