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Patto Sánchez, el creador de los churros «de autor»

A menos de cinco años de haber creado la churrería El Vagabundo, su dueño, Guillermo Sánchez, ya tiene dos sucursales y no tarda en abrir la tercera. Lo que comenzó con la necesidad de conseguir el sustento para su familia, se ha convertido en una empresa en crecimiento, distinguida por la calidad y sabor único de sus productos.

Antes de tener su propio establecimiento, Guillermo preparaba los churros en su casa y los distribuía en varios lugares de la ciudad. Con sus ahorros y algo de dinero prestado, pudo abrir un local en el centro de Aguascalientes. Tuvo tanto éxito que el espacio pronto fue insuficiente. Eso le permitió abrir un nuevo punto de venta en Avenida Madero. El crecimiento ha sido exponencial y es difícil ver a Patto –como lo conocen sus amigos– descansar algún día de la semana.

En busca de mercados más exigentes

En el camino ha tenido tropiezos, pero Guillermo siempre busca la forma de sortearlos y seguir haciendo planes para su empresa. Aunque sueña con tener tiendas por todo el mundo, de momento apuesta por la tercera, que estará ubicada al norte de la ciudad: si todo va bien, recibirá a sus primeros clientes en otoño de este año. En cuanto el negocio comience a rodar, tiene planes de expandirse a Guadalajara.

“He prometido esas sucursales desde hace dos años y me he estado retrasando, pero hemos trabajado por ello y sí hay avances”, confiesa.

También planea construir una planta donde se fabricarán los insumos de la churrería: mermeladas, harinas y chocolate. La intención es estandarizar los procesos de producción de sus ingredientes que, por el momento, se realizan de forma artesanal en el local de Madero. La construcción, proyectada para fines de 2016, daría empleo a 50 personas.

A sus 26 años, se ve parado entre la línea en la que su negocio puede estancarse o crecer hasta alcanzar mercados exigentes. Uno de ellos es el de los turistas de las ciudades más importantes de México. Para lograrlo, antes tiene que cumplir el sueño que varios de sus conocidos han podido escuchar de su propia voz: llegar a España, alma mater de sus churros.

“Muchos piensan que ser un churrero es comprar una máquina y una freidora, y hacer una buena imagen; pero el título de un maestro churrero se gana y no se compra”, dice con seguridad. Patto está orgulloso de haber convertido su empresa en “una churrería de verdad”, con sus propias recetas, “a cinco años de haber comenzado el sueño”.

Su trabajo consiste en ofrecer algo de sí mismo a las personas, un producto trabajado, “de autor”, y confía en que sus clientes lo noten.

Lo más difícil

¿Qué tanto puede crecer una empresa? Guillermo cree que la parte menos complicada es iniciar. Si la calidad, puntos de venta e imagen del producto son buenos, habrá clientes suficientes como para considerarlo exitoso. El verdadero problema es saltar los límites personales que se reflejan en el negocio.

“Tener una buena idea y sacarla al mercado no es tan difícil. Empieza a funcionar tu changarro, pero llega un punto en que el crecimiento depende de ti […] Para brincar ese límite, debes trabajar internamente”, reflexiona.

Para ser un empresario, no es necesario vestir de traje. Patto es parte de una generación que ve con recelo la imagen clásica de un ejecutivo. Para él, sentirse cómodo y reflejar su forma de ser es indispensable.

Pero hay algo que, según su visión, la nueva y vieja escuela deben tener: autodisciplina, control del temor, descanso, ejercicio y una familia sólida.

Una empresa con responsabilidad social

Cuando su churrería comenzó a crecer, vio una oportunidad para hacer cambios sociales. Desde niño, su familia le enseñó a ser empático. Pero fue hasta tiempo después –tras librar situaciones personales que lo llevaron al límite– cuando se dio cuenta de algo: la felicidad viene de la creación y la filantropía.

Con este pensamiento, ha emprendido pequeños proyectos para ayudar a las personas. Durante la helada de marzo, en este año, ofreció las instalaciones de El Vagabundo como refugio para quienes no tuvieran donde quedarse.

Recientemente, ha comenzado a promover que los clientes inviten a cenar a una familia de escasos recursos. La churrería cobra el consumo de las personas que los lleven y el resto corre por cuenta de la casa. El único requisito es no tomar fotografías, pues le molesta el protagonismo.

“No tienes que ponerte la capa y reflectores para que la gente te vea. Tú estás ayudando a alguien, otra persona te ve y se pregunta cómo puede apoyar”, dice.

Guillermo cree que este tipo de acciones generan “chispas de esperanza” y son fáciles de replicar en todos los negocios: “Quien no lo hace es porque no quiere; ayudar es una obligación de todas las empresas”, sostiene tajante.

Consejo irrazonable

No perder la frescura. Hoy, los consumidores estamos buscando historias para relacionarnos, historias que nos hagan cuestionarnos y diversión. ¿Por qué el nombre El Vagabundo? Ya me pusieron a pensar… y en el inter, me reí.

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