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Alejandro Pelayo: fotogramas de un cineasta irrevocable

En La víspera (1982), los colaboradores cercanos a Manuel Miranda, posible futuro secretario de Gobernación, celebran por anticipado la vuelta al poder después de doce años en la banca. “Ese día cambiaron nuestras vidas, ¿Te acuerdas, Oscar?”, dice uno. “Entonces era yo importante. Tenemos que volver, Rocha, tenemos que volver”, recuerda otra antes de soltar el llanto.

La nostalgia puebla el encuentro y el poder se le niega al aspirante. Con la llegada del nuevo presidente, también hay un recambio generacional: Manuel Miranda ya es “demasiado viejo” y ahora se busca que los puestos los ocupe la tecnocracia formada en el extranjero. Son los 80, los de la crisis económica, el agotamiento del nacionalismo económico y los albores del neoliberalismo en México.

Conforme se va quedando solo, observamos la intimidad del personaje interpretado por Ernesto Gómez Cruz. No sólo prefiere ocultar que le han anunciado que no será secretario, sino que, en los últimos fotogramas, conforme la oscuridad cubre la habitación, pronuncia en soledad aquel discurso de toma de poder que nunca hará en público.

La víspera fue la primera película filmada por Alejandro Pelayo, si bien antes había realizado Superleche, un corto que le permitió estudiar cine en Londres. Formado primero como abogado, con maestría en administración por el ITAM, Alejandro Pelayo dejó su puesto como docente de tiempo completo en dicha institución y decidió que lo suyo era el cine; pero el cine en toda su variedad, desde la dirección hasta su promoción y difusión.

Ha filmado cuatro películas. La mencionada La víspera, Días difíciles (1987) y Morir en el Golfo (1989)conforman la llamada “trilogía del poder” que disecciona los entresijos del poder político, el empresarial, así como el caciquismo y el poder de los medios de comunicación, así como Miroslava (1993) el retrato incisivo de la actriz Miroslava Stern, con guion de Vicente Leñero (basado en un cuento de Guadalupe Loaeza) y hermosa fotografía de Emmanuel Lubezki. En un gesto cuasi rulfiano, dejó de dirigir películas porque, como ha mencionado múltiples veces, se le acabaron los proyectos propios.

A la par y desde entonces, ha dedicado su energía a la investigación y la promoción del cine. Realizó series sobre la cinematografía mexicana en sus diferentes etapas, dirigió el IMCINE, impartió clases de cine y dirección, escribió un libro sobre el ambiente de sus años de realizador, La generación de la crisis. El cine mexicano de los años 80 (fruto de su investigación de doctorado en Historia del Arte). En tres periodos formó parte de la Cineteca Nacional y es su director general desde 2013. Vigoroso y amable, al sentarse a conversar por Zoom, cuenta que recién acaba de entrevistar a Bruno Bichir para la serie más reciente de “Nuestro cine”, que abarca el cine mexicano de los 2000 en adelante.

Un cine en tiempos de crisis

Hijo de Luis Manuel Pelayo, quien fue la voz de Kalimán, el mayordomo de Los Aristogatos o la pantera en El libro de la selva, así como conductor del popular programa televisivo “Sube, Pelayo, sube”, Alejandro forma parte de un periodo de transición en los modos de producción cinematográfica en México.

En sus estudios y entrevistas, ha resaltado cómo fue cambiando la producción del cine en México: el cine de la época de Oro (de géneros rentables), el autoral de los 60-70 (con apoyo estatal fuerte) y el de los 90, con apoyo mixto (coproducciones y asociaciones), así como los momentos de transición, como el de su propia generación.

“El Estado, en su mayor momento, a mediados de los 70, es dueño de Estudios Churubusco, Estudios América, tres compañías productoras, hasta de las dulcerías Oro (que son las que hacían las palomitas). Todo eso va a ir disminuyendo y termina a principios de los 90 cuando se acaba la intervención del Estado en el cine: se vende todo, se cierra, etc.”, recuerda.

Su generación, la de la “crisis” de los 80s y la reformulación político-económica, se enfrentó con un cambio en la política estatal: José Luis García Graz, Alberto Cortés, Diego López, Juan Antonio de la Riva, sus “amigos y colegas”, tuvieron la particularidad de formarse con la generación anterior de cineastas y la necesidad de replantear la manera para seguir creando.

“Nosotros de alguna forma nos formamos en términos de capacitación cinematográfica con la generación anterior. Por ejemplo, José Luis García Graz fue asistente de dirección de Arturo Ripstein en algunas películas; Juan Antonio de la Riva y yo fuimos asistentes de Jaime Humberto Hermosillo en los 70, yo de Sergio Olhovich”, comparte.

En el cine autoral anterior, el Estado permitía la creación de películas de autor sin marcar las pautas temáticas: eran los tiempos de El castillo de la pureza de Arturo Ripstein o La pasión según Berenice de Jaime Humberto Hermosillo, por citar algunas.

“Entonces, nosotros nos vemos de repente en una situación de que no se produce un cine estatal. Se supone que éramos la continuación; de alguna forma, seguíamos nosotros y ya nada”, comparte.

Precisamente el agudo director aguascalentense marcó la pauta. Sin apoyo gubernamental, él quería seguir haciendo cine: surge la figura del director-productor y el esquema de la cooperativa (donde cada uno aportaba su trabajo y luego se recuperaba lo que se podía de los sueldos).

“Ese esquema de una forma nos inspira a nosotros a tratar de hacer algo similar: películas pequeñas, filmadas en 16 milímetros (ya no en 32 milímetros como eran las películas industriales) e ir creando nuestros propios proyectos. Como no había alguien que nos produjera, nos tuvimos que convertir en productores. Jaime Humberto Hermosillo es el primer director que se vuelve productor de su película. Esto pasa en esta década”, remarca.

El esquema de la cooperativa también implica el replanteamiento de los equipos de trabajo: “En una película industrial había camiones, cantidad de gente, etcétera. En una película independiente no éramos más de diez-doce personas, corríamos, íbamos de lado a lado”.

En ese periodo de los 80 surgen precisamente sus tres primeras películas, todas realizadas dentro del esquema de la cooperativa. Al observarlas hoy, nos permiten reconstruir a nivel temático esos reajustes en el país.

Días difíciles, por un lado, se inspira el asesinato de Aldo Moro, líder de la Democracia Cristiana italiana, y en el secuestro y asesinato de Eugenio Garza Sada, líder del Grupo Monterrey. Como ha mencionado antes, la tesis del film era: ante una crisis que pone en peligro sus intereses, una clase dominante es capaz de sacrificar a uno de los suyos.

Morir en el Golfo retrata la historia de una ambiciosa pareja que busca adueñarse de tierras y que se enfrenta al poder de un cacique, todo entramado con la participación volátil de un periodista. Basada en la novela de Héctor Aguilar Camín, tuvo que ser “replanteada” para no molestar al líder sindical de los petroleros, Joaquín Hernández Galicia “La Quina”.

El personaje interpretado por Alejandro Parodi tiene líneas de enorme potencia que retratan el poder discrecional: “Muertos siempre habrá. No somos gente de venganza sino de obra. Solamente le pido que no nos ataque, no nos juzgue sin conocernos, Pero, sobre todo, no nos conozca provocándonos”.

Los 90, el giro hacia las asociaciones y hacia la difusión

Alejandro Pelayo menciona que en los 80 se dan ciertos quiebres hacia el neoliberalismo a pleno: “Ya había ciertas políticas neoliberales desde Miguel de la Madrid, mucho producto de la crisis económica que hereda López Portillo”. Será, como sabemos, durante la presidencia de Carlos Salinas de Gortari que se extiende el modelo: privatizaciones, menor control estatal y políticas de globalización. El cine también cambia entonces:

“Ya no conviene hacer las películas como se hacían independientes en cooperativa, porque el IMCINE cambia su política. En lugar de producir directamente, lo hace asociándose con los cineastas. ‘Ustedes hagan compañías y se asocian’, nos decían”, comparte.

Con otros colaboradores funda entonces Ariel Films S.A., con la que surge Miroslava.

“En los 90, apoyamos doce películas al año, no más de quince, pero con mayores recursos. Ahí la política era la presencia de México a nivel internacional, estaba el Tratado de Libre Comercio, que el cine sea también un embajador como aquella famosa exposición de “La cultura de México a través de los años’”.

Tras esa biopic sobre la actriz checoslovaca que triunfó en México y trabajó con Luis Buñuel en Ensayo de un crimen, dejó de hacer películas, pero no de dedicarse al cine. En el periodo entre La víspera y Días difíciles, había trabajado en la serie Los que hicieron nuestro cine, documento invaluable en que aparece entrevistas con personajes como Gabriel Figueroa, Alejandro Galindo, Roberto Gavaldón, Roberto Cañedo, etc.

A esa serie le seguirán varias más, que cubren diversos periodos del cine mexicano, hasta la más reciente Nuestro cine, que se transmite actualmente los sábados a las ocho pm en el Canal 14.

Ante la pregunta sobre (algunas) películas que recuerda con cariño, Alejandro Pelayo menciona clásicos Pueblerina de Emilio “El Indio” Fernández o Una familia de tantas de Alejandro Galindo. Además, honra también al cine autoral con el que se formó: de Arturo Ripstein, El castillo de la pureza y El lugar sin límites; de Felipe Casals, el falso documental de Canoa; de Jaime Humberto “esta crítica acerca de la provincia mexicana” que aparece en La pasión según Berenice o Naufragio; de Jorge Fons, Los albañiles; el cine de sus compañeros de generación, el neorrealismo italiano, etcétera.

Sobre la labor de difusión que ha realizado con las series comenta:

“He seguido con mucho interés en las series porque creo que es una forma de acercarme a la historia del cine, pero de una forma audiovisual. Es una forma audiovisual de dejar un legado”.

La Cineteca Nacional, un modelo

Su actual puesto como director de la Cineteca Nacional, en realidad, tiene dos antecedentes: uno, tras su vuelta de Londres, cuando participa como jefe de programación; el segundo, ya con el paso de este espacio a CONACULTA (antes perteneciente a Secretaría de Gobernación), fue su primer director. “Sumando los años, es en lo que he trabajado más”, recalca.

Tras pasar doce años en Los Ángeles como agregado cultural en el consulado, desde 2013 llegó a dirigir la Cineteca renovada (misma que había experimentado las remodelaciones en 2012): “Es una Cineteca muy impresionante, con muchas salas y tiene mucho éxito. Es un modelo a nivel mundial y no hay nada que se le parezca”.

Sus foros y muestras se presentan a lo largo del país gracias a colaboraciones con universidades, instituciones culturales y entidades privadas; además, se generan clases, charlas y proyecciones de cine más autoral con una gran respuesta de los públicos.

Finalmente, Alejandro Pelayo, generoso como siempre en sus entrevistas, comparte que este año cerrará con dos nuevos espacios: se construirá una nueva Cineteca en Chapultepec, que esperan se inaugure hacia agosto de este año; además, la antigua sala comercial de Cinemex en el Centro Nacional de las Artes comenzará a exhibir películas hacia junio o julio de este año.

“Cuando se celebren los cincuenta años de la Cineteca el año que entra, vas a tener tres espacios dedicados a la difusión de un cine más artístico”, finaliza.

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