Por: Arturo Nahle García
Por fin concluyó la cuarentena, en junio se abrirán las industrias, los comercios, los servicios, las instituciones, todo. ¿Eso significa que vencimos al Coronavirus? No ¿Significa que ya no hay peligro de contagio? No ¿Entonces por qué ya podremos salir de casa e ir a trabajar?
Las razones de esta difícil decisión son evidentemente políticas. Los daños económicos generados a todos los sectores por la parálisis del país son incalculables, prolongar esa parálisis solo acrecentaría los daños a millones de familias mexicanas que estuvieron setenta y cinco días sin ingresos, pero sí con gastos.
Ahora bien, el regreso a las actividades productivas tendrá que hacerse con todos los cuidados que los expertos recomiendan, deberemos seguir usando cubrebocas, lavándonos las manos de manera obsesiva, sanitizando nuestros hogares y espacios de trabajo, guardando la sana distancia, etcétera.
Pero si en una región determinada se elevan los contagios, se impondrán algunas restricciones; si el crecimiento de esos contagios es mayor, se impondrán más restricciones; y si los contagios se disparan de manera excesiva, entonces se encenderá el semáforo rojo y volveremos al encierro, nuevamente a la parálisis total. A eso se le ha denominado “La Nueva Normalidad” y yo francamente creo que esa “normalidad” es la que debió imponerse desde el inicio de la pandemia.
Se ha dicho que hay una parte de la población inmune al COVID-19, o sea que nunca se contagiará; otra parte que son asintomáticos, o sea que nunca se darán cuenta que están o estuvieron contagiados; otra parte más que son sintomáticos, o sea que tendrán molestias pero en catorce días las superarán sin necesidad de hospitalización ni medicamentos; y un pequeño porcentaje de la población que si es de alto riesgo, que si se contagian probablemente morirán.
Creo que solo a este último grupo (adultos mayores con enfermedades crónicas) es al que debieron encerrar no solo setenta y cinco días sino hasta que aparezca la vacuna. Pero no, nos encerraron a todos, a inmunes, a asintomáticos, a sintomáticos y grupos de alto riesgo, a todos.
Esta medida se tomó para no reventar los sistemas de salud, para que a un hospital que tiene capacidad de atender a cien pacientes no llegaran quinientos o mil. ¿Y para no reventar los hospitales reventaron miles de grandes, medianas y pequeñas industrias y comercios? ¿Para no reventar hospitales reventaron hoteles, aerolíneas, constructoras, despachos y consultorios? ¿Reventaron talleres, tienditas y, en síntesis, la economía de México y el mundo?
Insisto, creo que la denominada Nueva Realidad es la que debió imponerse desde un principio, así lo hizo Suecia y Taiwán. Pero lo hecho, hecho está, ahora deberemos no solo preocuparnos y ocuparnos de aplanar la curva de la pandemia, sino también de levantar la curva del crecimiento económico, con tasas de interés bajas pero con el petróleo barato y el dólar caro, con preocupantes tasas de desempleo y de pobreza, con una sociedad polarizada, con grupos delincuenciales empoderados y redes sociales que pasaron de benditas a malditas.
No son pocos los que auguran que los efectos económicos de la pandemia pueden ser iguales o mayores a los que provocó la caída de la bolsa de valores y la quiebra del sistema bancario americano en 1929; la Gran Depresión tuvo efectos devastadores en casi todo el mundo, el PIB disminuyó un 27%, la producción industrial un 50% y el comercio internacional un 60%, el mundo comenzó a recuperarse hasta mediados de la década de 1930.
El Presidente López Obrador deberá inspirarse en Roosevelt quien sacó de la crisis a su país con una serie de acciones denominadas “El New Deal” consistente en la creación de fondos asistenciales para desocupados, precios de apoyo para los agricultores, proyectos de obras públicas en gran escala, reorganización de la industria privada, financiamiento a hipotecas, seguros para los depósitos bancarios y reglamentación de las transacciones de valores.
México requerirá de un “New Deal” para la Nueva Normalidad, un nuevo acuerdo con los partidos y los sectores productivos del país, parecido al Pacto para la Estabilidad y el Crecimiento Económico que en 1988 suscribió el gobierno de Salinas de Gortari con el Consejo Coordinador Empresarial, la CTM y otras organizaciones para sacar al país de la terrible crisis heredada por López Portillo y Miguel de la Madrid.
Deberá inspirarse asimismo en las acciones que Barack Obama implementó en el 2009 para hacer frente a la crisis de las hipotecas subprime que generó crisis de liquidez, crisis alimentaria, crisis bursátil y, en conjunto, crisis económica a escala internacional. Ojalá, por el bien de todos.