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¿Se trata de ganar elecciones o de gobernar con efectividad?

La respuesta parece una obviedad —para gobernar primero hay que ganar—, pero la terca realidad ha demostrado que, cuando se confunde el valor superior, los costos termina pagándolos siempre la ciudadanía.

La historia política es cíclica. La distancia que media entre propósitos y resultados suele ser abismal. Conviene formular la pregunta del título de otra forma: cuando se termina un cargo, ¿las cosas están en mejor forma que cuando inició el mandato? 

Cuando uno lee las declaraciones de candidatos a gobiernos se queda con la impresión de que se trata de personas listas, vigorosas y, tal vez, con deseos de hacer bien las cosas.

Es muy raro, como lo dijo algún presidente, que la gente se proponga deliberadamente hacer mal la tarea. A estas alturas son de tal complejidad los problemas que las posibles cualidades no bastan para gobernar con eficacia. 

Para verdaderamente hacerlo, los nuevos gobernantes harían bien en leer una y otra vez un artículo muy sesudo que en 1993 publicó Peter Drucker, en The Wall Street Journal.

De manera resumida, las “Seis reglas para los Presidentes” señalan:

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  1. ¿Qué hacer?

Es lo primero que un gobernante debe preguntarse. No debe obstinarse en hacer lo que desea, aunque eso fuera el centro de su campaña. Negarse a aceptar esto es rechazar la realidad pura y dura; es condenarse a ser ineficaz.


2. Hay que concentrarse en lo fundamental

Generalmente hay media docena de respuestas correctas a la siguiente pregunta: ¿qué es lo importante? Aun así, a menos que un gobernante haga la arriesgada y polémica elección de una sola cosa, no conseguirá nada. La prioridad tiene que ser algo que realmente deba hacerse.


3.  No hay que apostar jamás sobre una cosa segura

Un gobernante efectivo sabe que no hay política libre de riesgos y que, con demasiada frecuencia, las buenas decisiones son impopulares. Ahí reside el corazón de las respuestas: no se puede complacer a todos, no se llega a los cargos públicos para ganar popularidad, sino para hacer bien el trabajo y mejorar la vida de las personas. 

4. Un presidente efectivo no microadministra

Las labores que un gobernante debe hacer son muchísimo mayores de lo que una persona, aún la más enérgica y mejor organizada, pueda lograr. Por consiguiente, cualquier cosa que el líder no tenga que hacer, no «debe» hacerla. No hay forma más rápida de desacreditarse que ser su propio jefe de operaciones.


5. Un presidente no debe tener amigos ni familiares en la administración

Esta fue la máxima de Abraham Lincoln. Un presidente que haga caso omiso de esta regla, siempre lo lamentará. Nadie puede confiar en los «amigos del presidente». Siempre se verán tentados a abusar de su posición como amigos y el poder que esto implica; peor si, además, resultan ser familiares.

6. ¿Y la sexta regla?

Es el consejo que Harry Truman dio al recién electo John F. Kennedy: «Una vez que uno resulta electo, hay que dejar de hacer campaña». Una cosa es prometer imposibles (cosa a evitar) y otra muy distinta tratar de realizarlos a como dé lugar. Si el gobernante es una persona sin preparación, lo más probable es que viva una crisis de inseguridad personal. Tenderá a hacer todo aquello que le arroje aplausos. Este es el camino seguro hacia el fracaso.

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