Con 19 años cumplidos, Imanol Caneyada tomó su mochila y abandonó San Sebastián, País Vasco, región situada a pocos kilómetros de la frontera con Francia. Eran los tiempos más cruentos de Euskadi Ta Askatasuna (ETA), exactamente 1987, y del nacionalismo vasco.
“La violencia estaba exacerbadísima. Era una sociedad monopolizada por la violencia y por estos dos bandos enfrentados: los nacionalistas que buscaban la independencia del País Vasco y, obviamente, los que la impedían”, comparte en entrevista con Líder Empresarial.
Si bien reconoce que entonces se sentía ahogado por una sociedad donde todo pasaba por esa dicotomía y esa polarización extrema, otra de las razones de su partida tuvo que ver con su búsqueda como escritor. Lo guiaba aquel ideal de “vivir para contar”, ese anatema laico, “absurdo y juvenil” que popularizó Ernest Hemingway y siguieron tantos otros.
Primero fue Canadá, país donde comenzó a estudiar teatro y que mostrará en 2013, en su novela Tardarás un rato en morir, donde un gobernante mexicano corrupto se refugia acompañado de su secretario. Luego llegó a Cozumel, a Ciudad de México y, tras labores en el teatro y el periodismo cultural, a Sonora.
En la frontera norte del país Imanol pasó 23 años de su vida. Ese espacio ha impregnado toda su obra: “prácticamente ahí desarrollé todo mi trabajo hasta el momento, como periodista por un lado, pero también como escritor”.
Ya sea desde su primera novela (hoy inconseguible), Los ahogados no saben flotar, editada en el 2000 por una editorial que formó parte de un periódico, hasta uno de sus libros más recientes, Nómadas, ganador en 2020 del Premio Bellas Artes de Novela José Rubén Romero, la frontera se ha hecho presente, implícita o explícitamente, como un espacio mítico, simbólico, tajantemente real, cuyos largos parajes es necesario desentrañar.
“La frontera es un país por sí solo, que a mí me fascinó, me sorprendió y, por momentos, me aterró”, menciona, al tiempo que recuerda la sentencia del recientemente fallecido Cormac McCarthy, que desde la otra orilla también novelizó este “meridiano de sangre”.
Ahora, radicado desde los inicios de la pandemia en el Bajío, específicamente en Aguascalientes, Imanol Caneyada — ganador de premios nacionales como el de novela José Fuentes Mares en 2015, o los de cuento Efrén Hernández en 2011 y el Agustín Yáñez en 2020— comparte cómo ha sido su viaje entre las cicatrices de la noche.
Mexicano como Chavela y como Gelman
Haber nacido en un lugar no necesariamente equivale a identidad o pertenencia. En el caso de Imanol, muchas veces se le evoca como “escritor español” sin que ello le signifique verdaderamente. La identidad vasca le resulta más fácil, pero lo es mucho más asumirse como mexicano.
Recuerda dos sentencias: la muy conocida de Chavela Vargas, y la quizás un poco menos difundida del poeta Juan Gelman, exiliado por la dictadura militar argentina: “yo soy más mexicano que ustedes porque yo elegí ser mexicano”.
“Desde el principio de los tiempos, desde que México es México y Estados Unidos es Estados Unidos, esa frontera siempre ha sido problemática, siempre ha sido controversial[…] Es un lugar de violencias, pero también de encuentros”, señala.
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Género negro, un camino de lector y autor
El género negro toma bases del policiaco (como la intriga, el suspenso o el misterio a resolver), pero acentúa la mirada en torno a la violencia, el poder o la arbitrariedad del crimen; sus personajes suelen ser poco ejemplares; sus mundos, los subsuelos o los márgenes. De larga tradición en muchos países, en México tiene hitos como El complot mongol de Rafael Bernal, que escenifica la migración china en Ciudad de México, o la serie de Belascoarán Shayne que inicia Paco Ignacio Taibo II con Días de combate, sobre un ex trabajador de General Electric auto asumido como detective.
Al tomar alguna de las ediciones recientes de Imanol en el Fondo de Cultura Económica en la colección Popular —que incluyen la mencionada Nómada (2021), Espectáculo para avestruces (2008, reeditada en 2021) o la selección de cuentos Itinerario del abismo (2023)—, en la contraportada se señala que es un autor reconocido por sus aportaciones a la novela negra en México.
Imanol ha sido habitual en los eventos dedicados al tema en institutos culturales y universidades, como los que hizo hace unos años la Universidad Autónoma de Aguascalientes (UAA). También colinda con nombres actuales en el rubro como Élmer Mendoza, el fallecido Francisco Haghenbeck, Bef, Iris García Cuevas, por mencionar algunos.
“Como lector primero y después como autor, encontré en ese género la posibilidad de articular ciertos universos narrativos en los que podía expresar mis obsesiones, mis preocupaciones, incluso hasta mis pesadillas”, resalta.
Al leer algunos de sus libros se reconoce a un autor que conoce bien las “reglas”: tramas enmarañadas, múltiples vueltas de tuerca, personajes sórdidos pero complejos, ambientes rodeados de penumbra. Su afición y oficio se traslucen en inquietudes estéticas particulares: el interés por los límites y los extremos, la idoneidad del género para explorar la complejidad humana, así como la preocupación asentada en la realidad: “el género negro es inmediatamente social y político”, afirma.
Más allá del género, un modo de ver
Pero más allá de la etiqueta de escritor de novela negra, Imanol Caneyada ha transgredido las normas e incorporado distintos registros: ha escrito novelas históricas, de aventuras, distópicas o muy unidas al periodismo. En Nómadas, por ejemplo, si bien un gigante busca resolver el asesinato de su amigo el enano, esto es sólo una fracción de una distopía que retrata a las farmacéuticas insaciables, la exacerbación de las redes sociales o los discursos totalitarios.
Incluso en otros textos como La fiesta de los niños desnudos (2017) o Espectáculo para avestruces, el género negro es una postura, un posicionamiento, una forma de mirar: son acercamientos a personajes complejos, reprobables, muchas veces repulsivos, pero capaces de provocarnos por momentos la simpatía o, al menos, la piedad.
“Trato de transgredir los propios límites, de reinventar el género, de adaptarlo también al aquí y al ahora en que vivimos, al país que somos y a la región donde existen las novelas o los cuentos que puedo escribir”, reflexiona.
En ese sentido, recupera la denominación de Taibo II sobre las “novelas de acción”: “géneros históricamente vistos como menores por la alta literatura o por ciertos círculos académicos, como el terror, el género negro, la ciencia ficción, la distopía, e incluso el fantástico, que siempre están dialogando entre sí”.
A su vez, recuerda al autor de textos como “El cuervo”, “La caída de la Casa Usher”, “Los crímenes de la calle Morgue”, “La carta robada” o “El retrato oval”: “Si nos vamos al padre de todo, Edgar Allan Poe, vamos a encontrar el origen de la ciencia ficción, el policíaco por supuesto, y el terror sin duda”.
El carácter canalla de quien escribe
A lo largo de su carrera, Imanol ha estado siempre cercano al periodismo; incluso en Sonora ejerció la nota roja, misma que reconoce fundamental para la construcción de escenarios verosímiles en la novela negra.
Ryszard Kapuściński hablaba de que los cínicos no servían para el oficio del periodismo; no lo es así para la literatura: “un maestro y escritor, Paco Prieto, al que respeto mucho, decía que para escribir tienes que ser un canalla”, comparte Imanol.
Los cruces entre periodismo y literatura se observan en tres novelas muy recientes: 49 cruces blancas (2018), que habla sobre el trágico incendio de la Guardería ABC en Sonora, Litio (2022), sobre la extracción y explotación del “nuevo oro blanco” en el norte —ganadora recientemente del Premio Dashiell Hammett 2023 de la Semana Negra de Gijón—, o Fantasmas del Oriente (2021), que retrata el genocidio de inmigrantes chinos a inicios del siglo pasado. Las tres, ligadas al documento y a la historia, tienen a la investigación rigurosa como puntos de partida.
“La ficción no es sinónimo de mentira, sino que es otra forma de abordar la realidad con otros registros y otros mecanismos”, resalta.
En estos casos, para Imanol, se trata de dar forma literaria a datos o información; en toda su obra, se trata de andar por el territorio de la literatura y de su capacidad para complejizar; de escarbar y navegar en su poética muy propia, una que mira compadecidamente las cicatrices de la noche:
«Complejizar los lados más oscuros del ser humano siempre nos va a ayudar a arrojar luz”, finaliza.