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De buena colaboradora a líder extraordinaria: La responsabilidad en el empoderamiento mutuo

Por: Janette Rodríguez, embajadora de Great Place To Work®️ México

Para hablar del liderazgo femenino y de la responsabilidad de ejercerlo asertivamente en el entorno, es indispensable reconocer que la dimensión simbólica del liderazgo contiene un arraigado componente cultural de género.

A menudo, el discurso de la “igualdad” provoca que las mujeres que acceden a puestos de líderes lo hagan con la mentalidad de “hacerlo tal y como los hombres siempre lo han hecho”. En ocasiones, de manera inconsciente, esto perpetúa estereotipos de liderazgo masculinos.

Asumir esos patrones que la sociedad ha hecho ver como adecuados para conseguir el éxito en el mundo laboral, la dificultad de conciliar el equilibrio con el rol en la vida familiar, el llamado “techo de cristal” y los prejuicios de género son algunos de los principales factores que obstaculizan el desarrollo del liderazgo femenino. 

En ese sentido, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), perteneciente a las Naciones Unidas, alerta de que existen desigualdades incluso cuando las mujeres acceden a las posiciones de mayor jerarquía.

Liderar no es sólo estar al mando o ejercer el poder

El liderazgo femenino (inevitablemente como todo liderazgo), requiere del uso del poder para influir en los pensamientos y en las acciones de otras personas, así como cambiar la percepción de todos y ser ejemplo de fortaleza, congruencia y tenacidad (especialmente para las mujeres que tienen aspiraciones y necesitan creer en sí mismas).

Con base en mi experiencia como mentora de mujeres en puestos clave dentro de las organizaciones —e incluso tras ocuparlas a título personal—, y después de reflexionarlo con especialistas en el tema —como mi querida maestra Wina Rosas—, me atrevo a decir que el mayor enemigo del ejercicio de un sano liderazgo femenino es hacerlo sin cuestionar un sistema, pues volvemos a reproducir las mismas prácticas que históricamente han generado condiciones de desigualdad.

Pasar de la representación a la igualdad sustantiva es el gran paso hacia la transformación social. Debemos atender las necesidades que han sido subestimadas o invisibilizadas y que hoy son los factores de riesgo para alcanzar una sociedad que garantice la justicia y la calidad de vida.

Las mujeres debemos dejar de pensar que nos dan o nos quitan un puesto por cuestión de género. También hay que dejar de replicar de manera inconsciente conductas lascivas o patrones aprendidos que violentan a otras mujeres dentro del sistema (y que la mayoría de las veces se invisibilizan bajo el discurso de un falso empoderamiento femenino).

El camino a seguir debería ser concentrarnos en qué herramientas necesitamos para potencializar nuestras habilidades, no solamente para ascender, sino para trascender e impactar positivamente en la vida de los demás.

Llegar a la igualdad de condiciones en términos laborales requiere del trabajo como sociedad y por parte de las autoridades. Mientras eso avanza, hay que dejar de “estereotipar” el liderazgo femenino y cambiar la forma en que son vistas las mujeres: pasar de ser “buenas colaboradoras” a consolidarse como extraordinarias líderes.

Las mujeres tienen la posibilidad de desarrollar habilidades y ejercer un liderazgo caracterizado por la escucha y por la identificación de necesidades en sus equipos de trabajo. Ellas suelen obtener resultados mucho más efectivos y sostenibles al guiar al equipo de forma más persuasiva y al estar dispuestas a asumir riesgos innovadores (teniendo como ejes el trabajo colectivo y las metas en común). De eso se trata: de ayudarse y de empoderarse entre sí.

Día a día, se requiere trabajar en la empatía para consolidar un liderazgo participativo y así incluir, inspirar e impulsar a todos los colaboradores, en particular a otras mujeres a que aspiren, busquen y consigan puestos de alta dirección. Se trata de crear redes de apoyo, mejorar las relaciones laborales a nivel directivo e impulsarnos unas a otras para generar ese ansiado cambio social: la equidad de género. 

Es necesario seguir avanzando y asumir la responsabilidad de fomentar tanto la educación como el desarrollo de habilidades de liderazgo en niñas, adolescentes jóvenes y mujeres. Se vuelve más urgente en estos tiempos en que requerimos mentes preparadas para solucionar problemas y personas que estén dispuestas a poner sus habilidades al servicio de la sociedad.

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