Por Gerardo Rivera Muñoz
Game of Thrones es la exitosa serie de HBO basada en la épica saga de libros La canción del hielo y el fuego escrita por el gran George R.R. Martin, con uno de los argumentos más interesantes puesto que tenemos dragones, batallas épicas, White Walkers, magia y demás cosas fantásticas.
La historia transcurre en el continente ficticio de Westeros, pero si le quitamos toda la fantasía bien podría suceder en nuestro país, solo que sin acento británico. La serie es mucho más que la fantasía que toda historia medieval debe tener; en un principio, Martin pensó en omitir todos estos elementos y centrarse en un sola cosa: el conflicto político.
Aquí es donde la narrativa encuentra similitudes con nuestro entorno. Igual que los políticos, la finalidad de la mayoría de personajes es buscar el trono de hierro, forjado con las espadas de los enemigos caídos y que unifica el poder de los 7 reinos. Claro, los nuestros no son siete reinos sino 31 estados y la CDMX, que actúa como un King’s Landing.
La serie reúne a un grupo de familias nobles que buscan la supremacía de sus ideologías –igual que los partidos políticos– con el fin de poder dictar y mandar a placer. Así como en GOT existen pequeñas casas o familias sin tanto abolengo, aquí tenemos partidos nuevos muy pequeños que se deben aliar por estrategia con una casa más grande para no desaparecer. Citando a Cersei Lannister: “El poder es poder”.
Nuestra política ha superado la ficción. Faltan las guerras, pero las alianzas y traiciones están a la orden del día. Hoy podemos ver a dos partidos de ideología opuesta unidos para quitar del poder otro. Tal como en la boda roja, donde los Bolton se unen a los Lannister para derrotar a los Starks con ayuda de una casa pequeña como los Frey.
En nuestro propio juego de tronos, donde los gobernantes son familia, también podemos ver traiciones y nuevas alianzas. No existe juicio contra ellos y solo ven por sus intereses. A nosotros solo nos queda ser espectadores y ver desfilar a gobernadores que pasan sin pena ni gloria; observar el “Choque de reyes” de cada temporada electoral, cuando los candidatos utilizan la guerra sucio como una “Tormenta de espadas” y dejan un “Festín de cuervos” para la prensa sensacionalista, que se cuelga de esto para sacar provecho y aumentar sus ventas.
Al final solo queda una “Danza de dragones” orquestada por aquellos que se mueven en las sombras y que con sus pajarillos ponen y quitan candidatos . Nos queda sufrir “Los vientos de invierno” que traen los conflictos sociales de nuestro entorno que, como siempre, son promovidos por intereses ajenos a la causa.
Es probable que la serie finalice el próximo año, cuando los Lannister –o lo que queda de ellos– se enfrenten a la alianza de los Martel, Tyrell, Greyjoy y una madre de dragones Targaryen, casas a las que podríamos encontrar un equivalente en nuestra política nacional en forma de partidos.
Lo que todavía no encontramos es un equivalente a los Starks, un Jon Snow que se preocupe más por salvaguardar a su pueblo de males ajenos que de sentarse en un trono de hierro en busca del poder.