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Aguascalientes requiere mejores (y no más) universidades

universidades en Aguascalientes

Desde hace por lo menos treinta años, la matrícula global de educación superior ha crecido de manera sistemática. De acuerdo con diversas fuentes (OEI, UNESCO, Banco Mundial) esa cifra llega hoy a unos 235 millones de personas; se estima que, en 2040, antes de descontar el efecto de la pandemia, podría llegar a 549 millones. Siguiendo esta tendencia, Iberoamérica aumentó a 32.3 millones, con una tasa bruta de matrícula de 52.3% (42% en el caso de México).

Aguascalientes, por su parte, tiene unos 63 mil estudiantes, tanto en modalidad presencial como no escolarizada, en 64 instituciones de educación superior; de ellos, casi 31 mil son mujeres.

La cobertura de educación superior es de 44.5%, es decir, por arriba de la media nacional, y su tasa de absorción es de 91.6% —muy por arriba de la media nacional, que es de 63.7%—, lo que quiere decir que casi todos pueden tener acceso a la educación superior. Dicho de otra forma: Aguascalientes no necesita inventar más universidades sino mejores universidades, más selectivas y más focalizadas hacia lo que exige el mundo de la economía y el empleo. Veamos.

La primera lección es que está aumentando el desempleo entre jóvenes que tienen bachillerato y educación superior. En la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del INEGI (oct-dic 2021) se registran casi 16 mil jóvenes en Aguascalientes que, teniendo preparatoria o título profesional, no encuentran empleo.Por tanto, existe una clara descoordinación entre la oferta y la demanda.

La segunda es que, por efecto del avance de las nuevas tecnologías, las brechas formativas, la digitalización y la automatización, así como del envejecimiento demográfico, el incremento de flujos migratorios, la diversificación industrial y, desde luego, la pandemia, el panorama laboral se observa mucho más complejo. Por ejemplo, la tasa de desocupación juvenil en América Latina llegó el año pasado al 24% y en el grupo de 15 a 24 años a casi 46%. Hay un dato más inquietante: 59% de los jóvenes que ya trabajan ha tenido tres experiencias laborales, pero han durado menos de dos años en cada una y sólo el 16% se cambió a un trabajo de mejor calidad.

La pregunta más relevante es por qué. Lógicamente las respuestas son múltiples y pueden estar por el lado de la oferta como de la demanda (o en ambas). Una de ellas es que la “promesa del título” ya no es automática o, al menos, no para todos ni para cualquier disciplina o institución.

Quizá una de las razones es que la estructura y duración de un programa universitario tradicional ya no responde a las necesidades tan cambiantes de una economía compleja, diversificada y moderna. El contenido y la organización curricular rígida están siendo reemplazados por un marco de habilidades y competencias más flexible, dinámico y adaptado a esas nuevas exigencias. En estos, el denominador común es la generación y transferencia de conocimiento —ya sea incorporado, codificado o en formas de “saber hacer”—.

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Todo ello modificará aún más el modo como interactúan educación y  economía, porque la clave serán las ideas innovadoras puestas en valor. En algunos sectores, el diseño y la producción de bienes y servicios serán masivos y a gran escala para dar paso —mejor dicho: para consolidar— eso que ya se conoce como economía compartida o colaborativa de “costo marginal cero”.

En otros, estarán hechos sobre medida para solucionar problemas únicos y aparecerán o desaparecerán de un día para otro, de acuerdo con lo que demanden o dejen de demandar grupos específicos de ciudadanos, clientes o consumidores.

Ante esas mutaciones, como dice Lynda Gratton de la London Business School, “el éxito de nuestro trabajo futuro dependerá en parte de la habilidad para construir el capital intelectual que nos permitirá adquirir la capacidad de generar valor”, así como de identificar cuáles habilidades y conocimientos serán más urgentes en el futuro.

Esa educación tenderá a dar mayor flexibilidad y atención a las características personales del alumno (y menos a los títulos y diplomas); fomentará las habilidades para trabajar en equipo y comunicarse en ambientes laborales crecientemente tecnificados y multiculturales; formará destrezas más o menos bien desarrolladas y un grado importante tanto de iniciativa como de creatividad personales.

Probablemente las carreras universitarias serán menos especializadas que ahora; combinarán contenidos de diferentes disciplinas para acomodarse a necesidades sociales y productivas más flexibles o a la solución de problemas “super complejos” —como el agua, las ciudades, la energía y las ciencias de la vida—.

Los grados escolares convencionales serán meras referencias formales, pues la gente cambiará de área de conocimiento y de trabajo varias veces durante su vida útil. Requerirá, por lo tanto, aprender permanentemente.

Sobre todo, en las economías periféricas (que es el caso de ALC), los títulos universitarios acostumbrados serán sustituidos por microcredenciales o microcertificaciones más funcionales. Las carreras de larga duración (5-6 años) alternarán con programas de ciclo corto y de formación profesional (2-3 años), los cuales parecen empezar a ofrecer expectativas prometedoras.

Por ejemplo, un estudio muy reciente del Banco Mundial observó que, en promedio, los graduados de esta modalidad en la región ganan un 60% más que los de educación secundaria y un 25% más que los que desertaron de la universidad. De hecho, los retornos para los programas universitarios han disminuido en las últimas dos décadas mientras que los otros han aumentado en la mitad de los países.

Más aún, dice el estudio: “otras medidas de calidad de los programas cortos revelan una narrativa similar: en promedio, los retornos son positivos y relativamente altos, pero su variación —entre áreas de conocimiento, instituciones, estudiantes y regiones— también es elevada”.

En otras partes sucede algo similar: el Observatorio de la Formación Profesional de España reportó que el número de matriculados en esta opción ha aumentado más del 30% en los últimos años. Y en el caso de Portugal, algo sugiere que las vacantes no cubiertas han crecido de forma sistemática, llegando a casi 43 mil en 2021 (el nivel más alto desde 2010). En buena medida, esto se atribuye al desajuste en el mercado laboral entre la formación requerida por las empresas y las cualificaciones de los candidatos.

Por tanto, la idea de crear nuevas universidades en Aguascalientes no solo será una barbaridad conceptual y un fracaso desde el punto de vista financiero y de calidad. Peor aún, constituirá una verdadera estafa para los jóvenes que supongan que es el pasaporte seguro para el éxito.

¿Esto significa el fin de un modelo? Por supuesto que no. Al contrario: son complementarios. Si las universidades tienen la capacidad y rapidez para ampliar su visión tradicional y sus sistemas de toma de decisiones académicas, puede ser un área de oportunidad para diversificar su oferta, reconocer con mayor fidelidad el desafiante entorno laboral, y formar el talento necesario para crecer e incrementar la productividad de las economías.

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