A medida que una mujer evoluciona en su camino profesional, empieza a reconocer que el verdadero liderazgo no se construye únicamente con logros visibles, sino con decisiones internas que la transforman. A lo largo de los años, he tenido el privilegio de formar líderes no desde la teoría, sino desde las trincheras: en momentos críticos de decisión, en entornos adversos, y también en procesos silenciosos donde no hay reflectores, pero sí mucha verdad.
En ese recorrido, hay una emoción que aparece con más frecuencia de la que se admite en voz alta: el miedo. No hablo del miedo impulsivo que paraliza por falta de preparación, sino de ese miedo sofisticado que surge cuando sabes que estás por cruzar hacia un nivel más alto de compromiso, de impacto y de exposición. Lejos de ser una señal de debilidad, el miedo —bien entendido— es un código. Una alerta interna de que estás por crecer.
Contrario a lo que muchas veces se cree, el miedo no desaparece con la experiencia. No se esfuma con los títulos, ni con los años, ni con los reconocimientos. Al contrario: cuanto más creces, más profundamente se manifiesta. Porque lo que está en juego es más relevante, más desafiante, más trascendente. Pero eso no es un problema, es una oportunidad. Porque el miedo no es una barrera. Es una brújula. Es una antesala.
El liderazgo femenino auténtico no nace en la comodidad. No se forja en escenarios controlados ni en la fantasía del “momento perfecto”. Surge en la duda, en la incomodidad, en ese instante en el que todo dentro de ti te dice que esperes, pero algo más profundo —tu intuición, tu propósito, tu visión— te exige avanzar. Y ahí es donde se define el liderazgo: no cuando tienes todas las respuestas, sino cuando, aun sin tenerlas, eliges actuar.
He acompañado a mujeres que lideran organizaciones, emprenden con impacto o gestionan cambios en culturas corporativas complejas. En todas ellas he visto lo mismo: el miedo no se elimina, se transita. Y en ese tránsito, el liderazgo se vuelve más humano, más lúcido, más poderoso. Porque el coraje no siempre se manifiesta como fuerza arrolladora. A veces se presenta como un susurro firme que te dice: “Hazlo. Aunque tiemble todo. Aunque no estés segura. Hazlo… y salta”.
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Hablar de “liderar en tacones” no es una metáfora vacía. Representa una postura frente al mundo: equilibrio en lo inestable, firmeza en lo incierto y presencia donde antes se nos exigía ausencia. No se trata del calzado, sino de la forma en que elegimos sostenernos. De caminar, incluso cuando el camino no ha sido trazado. De abrir paso, incluso cuando nadie más lo ha hecho. Liderar, en ese sentido, implica sostenerte desde la convicción, aun cuando el entorno intente desdibujar tus límites o minimizar tu voz. Es una afirmación viva: “El verdadero liderazgo no impone, inspira. No manda, transforma. No se apoya en el poder, se sostiene en el propósito».
Cada una de nosotras tiene una historia: de decisiones difíciles, de renuncias, de errores que nos enseñaron y de saltos que dimos con miedo. Pero que dimos. Y es precisamente en esas historias donde radica la legitimidad del liderazgo. Lo que te sostiene no es un cargo o un reconocimiento, es tu historia. Es tu trayecto. Es lo que has construido sin permiso y con propósito. Y cuando el miedo aparece justo antes de un gran paso, muchas veces es porque estás en el umbral de tu siguiente nivel.
No se trata de ignorar el miedo, ni de romantizarlo. Se trata de verlo con inteligencia. De detenerte a preguntarte: ¿Qué me está diciendo este miedo? ¿Qué parte de mí está lista para evolucionar si me atrevo a cruzarlo? Cada una de las veces que sentí miedo antes de tomar decisiones importantes —al cambiar de rumbo, al rechazar oportunidades que no se alineaban con mi esencia, al alzar la voz cuando era más cómodo callar— me enfrenté con esa misma elección: retroceder o saltar.
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Y es que llega un momento en la vida profesional donde el miedo deja de ser obstáculo y se convierte en espejo. Un espejo que te muestra qué versión de ti misma estás dejando atrás y cuál estás a punto de habitar. Cuando lo reconoces como tal, el miedo se vuelve una herramienta estratégica. Te da dirección. Te da claridad. Y, sobre todo, te da impulso.
Hoy te invito a reflexionar: Si sientes que te encuentras en ese punto donde el miedo aparece con fuerza —ese que aprieta el pecho, entorpece el pensamiento estratégico o silencia tu intuición— haz una pausa. No para frenar, sino para observar con lucidez. Ese miedo tal vez no llegó para advertirte que te detengas, sino para preguntarte si estás lista para actuar con más verdad. Si eliges enfrentarlo desde la conciencia y no desde la evasión, descubrirás que lejos de ser una fragilidad, el miedo es una brújula que apunta directamente hacia tu próxima expansión.
Cuando el miedo se transforma en claridad, la incertidumbre ya no paraliza… provoca. Y el salto deja de ser una amenaza para convertirse en evolución.
Porque sí, el miedo incomoda. Pero también ilumina.
Y tal vez, solo tal vez, ¡es la señal más clara de que estás lista… ¡Salta!
Reto de la semana: ¡Salta!
Identifica una situación que hoy te genera temor profesional: una conversación postergada, una decisión que evades o una meta que has diferido.
Pregúntate con honestidad: ¿Qué me está mostrando este miedo sobre el cambio que debo asumir?
Establece una acción clara y concreta que puedas realizar esta semana. No se trata de resolverlo todo, sino de comenzar.
Registra lo que cambia cuando decides actuar, incluso en medio de la incertidumbre.
Y recuerda: el miedo no es el fin. ¡Es la señal de que estás frente a un nuevo inicio! ¡Salta!
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