El valor de las exportaciones de los productos agropecuarios mexicanos alcanzó la cifra récord de 4,185 millones de dólares durante el primer trimestre de 2016, con lo cual se convirtió en la tercera fuente de divisas del país, por debajo de las remesas y el turismo, y por encima del petróleo.
De hecho, en los últimos cinco años, las ventas petroleras han acumulado una caída de 75 por ciento, mientras que los ingresos agropecuarios registraron un crecimiento de 30 por ciento. Además, la participación del sector primario en el PIB supera el 3.4 por ciento y el territorio mexicano ocupa el doceavo lugar en el mundo como productor de alimentos.
A pesar de estas buenas cifras, se debe reconocer que el México ‘dual’ está muy presente en el campo: unas cuantas empresas nacionales e internacionales, altamente tecnificadas y productivas, obtienen todos los beneficios, mientras que la inmensa mayoría de los campesinos –los cuales representan al 13 por ciento de la población– apenas sobrevive.
De acuerdo con el Coneval, la incidencia de la pobreza es de 61 por ciento en áreas rurales, es decir, muchos de los pobladores de estas zonas padecen hambre. Por necesidad, los agricultores venden baratos sus productos aun antes de la cosecha y, unos meses después, compran caros los alimentos que ellos mismos produjeron (el precio de la canasta básica alimentaria crece a tasas cercanas al doble de la inflación general).
Unas cuantas empresas nacionales e internacionales, altamente tecnificadas y productivas, obtienen todos los beneficios, mientras que la inmensa mayoría de los campesinos apenas sobrevive.
La mayoría de quienes se dedican a las actividades primarias son micro y pequeños productores. Ellos, junto con los campesinos de subsistencia, se enfrentan a innumerables trabas fiscales, legales y crediticias que les impiden elevar su productividad y rentabilidad, así como combatir la desigualdad. Aquí algunos ejemplos sobre esto.
La reciente reforma fiscal ha cambiado la situación de quienes están dedicados al campo pues los obliga, para no estar sujetos al Impuesto sobre la Renta (ISR), a dedicarse exclusivamente al trabajo agropecuario, aunque este no les genere el dinero suficiente para vivir.
Como la mayoría de las unidades económicas de este ramo son de muy pequeña escala (80 por ciento tiene menos de cinco hectáreas), las personas complementaban su ingreso con alguna actividad extra, como una tiendita, ocupándose temporalmente de albañil, apoyando al turismo o dando clases; además, estaban exentos de pagar impuestos, si sus ingresos no excedían 40 veces el salario mínimo elevado al año. Esto ya no es una opción.
Otro ejemplo de traba legal es la prohibición del uso del maíz genéticamente modificado con biotecnología. Puede comerse y utilizarse como alimento para el ganado, pero no sembrarse. Con el pretexto de proteger el maíz prehispánico, se está beneficiando a los importadores estadounidenses de este grano. La coexistencia entre maíces nativos y criollos está demostrada científicamente, así que la siembra de una especie modificada podría producir un importante ahorro, tanto en importaciones como en el uso de agua, pesticidas y fertilizantes.
Con el pretexto de proteger el maíz prehispánico, se está beneficiando a los importadores estadounidenses de este grano.
Por supuesto, tal como les pasa a todos los micro y pequeños empresarios, lo que más frena el avance del campo es la falta de financiamiento. Es cierto que la Agencia de Servicios a la Comercialización y el Desarrollo de Mercados Agropecuarios (ASERCA) de Sagarga ha implementado estrategias interesantes para paliar la incertidumbre que enfrentan los campesinos, asegurándoles un ingreso mínimo a través de coberturas de precios desde el momento de la siembra; no obstante, aún falta mucho por hacer –dada la carga histórica del intermediarismo, los productores le llaman coyotaje, se cuestiona que ASERCA distraiga recursos públicos para empresas comercializadoras–.
Recientemente, ha sido aplaudido el anuncio de dos nuevas herramientas tecnológicas para dispositivos móviles denominadas Sagarpa Produce y Sagarpa Mercados. Su éxito dependerá de la estrategia de alfabetización digital de campesinos de edad adulta y con pocos estudios. Entonces, se descubrirá el tremendo potencial del campo mexicano.