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Una vida dedicada al estudio de la educación

Felipe Martínez Rizo iba para sacerdote, pero cuando estudiaba en la Pontificia Universidad Gregoriana, en Roma, decidió colgar los hábitos. “Fue una cuestión compleja. Intelectualmente decidí no solo ya no seguir con la carrera sacerdotal, sino también alejarme de la religión católica». Lo cierto, sin embargo, es que la educación que recibió en el Seminario Diocesano de Aguascalientes, en Estados Unidos y en Italia marcó su inclinación por las ciencias sociales y las humanidades. Ingresó a la carrera de Sociología en la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica. Ahí desarrolló su vocación por los temas relativos a la educación.  

«Cuando empecé a estudiar no había una línea propiamente de sociología de la educación, pero sí materias relacionadas con ella. A la hora de escoger temas para los trabajos, me inclinaba por ese campo», recuerda. Al concluir sus estudios, regresó a su ciudad natal, Aguascalientes. Inmediatamente halló trabajo en la UAA. Era 1974.

El primer rector de la UAA, don Humberto Díaz de León, le encomendó varias tareas, entre ellas, abrir la carrera de Sociología y elaborar el primer Plan de Desarrollo de la Universidad. Cumplió con las dos.  

Durante ese periodo, entabló relaciones con diversas instituciones y personajes relevantes del ámbito educativo nacional e internacional. Se volvió un especialista y un referente en la materia. Recibió continuamente invitaciones para incorporarse a la SEP y para asesorar a instituciones como la UNAM. 

Tras desempeñarse como director de Planeación y como decano del Centro de Artes y Humanidades, en 1996 fue elegido rector de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Considera que uno de los logros más importantes de su gestión fue contribuir de manera decisiva a reajustar la forma en que se asignaban los recursos a las universidades públicas en México. Tras “pelear” con la SEP por mucho tiempo, a partir de 1998, y por primera vez en el país, a las instituciones de educación superior se les asignaría el presupuesto de manera diferenciada, con base en estudios y diagnósticos precisos de las necesidades de cada una. 

De esta forma, consiguió que a la UAA le otorgaran “de golpe” 154 plazas de tiempo completo (de 1973 a 1996, la universidad había conseguido 250 plazas). “A mi juicio, eso fue lo que permitió la consolidación de muchas áreas, incluyendo el Centro Básico, porque se pudo contratar a un número sin precedentes de profesores de tiempo completo», señala. 

Tras la victoria de Vicente Fox en las elecciones presidenciales de 2000, recibió una nueva invitación para sumarse a la SEP, ahora por parte de Reyes Tamez Guerra, quien era titular de la Secretaría. Martínez Rizo volvió a rehusarse, pero propuso la creación del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), donde se desempeñó como director general de 2002 a 2008. 

«Al momento de mi partida, el INEE era considerado el líder en su materia a nivel latinoamericano e iberoamericano. Recibimos invitaciones de muchos países para ayudarlos a desarrollar sus sistemas de evaluación educativa. Fue una satisfacción muy grande». 

Dada su experiencia en materia educativa, es inevitable preguntar a Martínez Rizo: ¿Cómo mejorar la educación en México? “Obviamente es una situación muy compleja, llena de aristas; pero para mí hay un punto que es el más importante de todos y es el relativo a las escuelas normales”, responde. 

El especialista sostiene que los maestros son el actor más importante del sistema educativo, y la calidad de los maestros depende de la calidad de las instituciones en que se forman. Por ello, no duda en señalar que el proyecto más estratégico para la mejora educativa pasa por reformar profundamente las escuelas normales, aunque reconoce que es difícil de realizar.

“Deben ofrecer una formación inicial muy buena a sus estudiantes y encargarse de las actualizaciones de los maestros en servicio (egresados) para brindarles los elementos que van surgiendo con el desarrollo y que no tuvieron cuando estaban preparándose”.

Ahora bien, ¿la educación puede ser la cura para erradicar los grandes males que aquejan al país como la corrupción, la violencia o la inseguridad?

“Puede contribuir, sin duda; pero no se le puede pedir a la educación que arregle todo eso. La educación no es un actor independiente que pueda hacer lo que le dé la gana; a su vez, refleja muchos problemas sociales como la desigualdad, la pobreza, la violencia. La educación también es un factor dependiente de otros”, acota.

Por eso, insiste en la relevancia de la formación de los maestros en las escuelas normales, la cual debe permitirles trabajar de una manera más rica con los estudiantes. Y para él, la formación de los niños a lo largo de la educación básica sí podría lograr muchas cosas.

“Yo soy ferviente partidario de que no se repruebe a nadie en educación básica. Reprobar a un niño no mejora su situación, la empeora, porque se mete en una ruta de fracaso, se va convenciendo de que no sirve, ya no se esfuerza, se va haciendo más conflictivo y termina desertando. Y cuando se va, el maestro respira, porque era una lata. Entonces, ¿no hay que hacer nada? Claro que hay algo que hacer, pero no reprobarlos. Los niños tienen que ir pasando cada año al grado siguiente, y cada maestro tiene que atender a los niños que recibe diferenciadamente en función de su situación individual». 

«¿Adónde se va el muchacho que deserta? Ya sabemos adonde se va. ¿Qué va a aprender ahí? Ya sabemos que va a aprender y no queremos que aprenda eso. La escuela tiene la obligación de retener a todos los muchachos y sacarlos hasta la orilla; si estamos hablando de educación básica, hasta tercero de secundaria, aunque no sepan todo lo que quisiéramos que supieran», reflexiona. Aunque no sepan hacer quebrados, es más importante que aprendan todo lo que una escuela debe desarrollar: a ser personas sanas, positivas, honradas, que practiquen deporte o alguna disciplina artística, que se alejen de los vicios, etcétera”. 

“Entonces, sí, la escuela tiene una tarea educadora muy importante que sí debería contribuir a que mejoren otras cosas en la sociedad. Y para eso necesita tener maestros muy buenos y capaces, que no sean los primeros en burlarse del ‘niño burro’, que concienticen a sus compañeros que no hay que burlarse de ese estudiante, que lo quieran, que lo incluyan y valoren sus cualidades».

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