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Una vida a la medida: Francisco Araujo y el oficio de la sastrería

La palabra “casimir” encuentra su sinónimo -poco usual- en el vocablo cachemira (o cachemir), el cual se traduce como “tejido de pelo de cabra mezclado, a veces, con lana”, y tiene su antiguo origen en la región indopaquistaní de Cachemira, en donde las bajas temperaturas llevaron a su población a elaborar prendas con el pelo de estos mamíferos. El comercio de las rutas asiáticas hicieron lo propio para que este valioso y fino textil llegara a la moda de Occidente.

Pocos imaginaban que detrás de esa práctica rudimentaria se generaría un oficio de lo más honorable y posicionado en el mundo de los negocios: la sastrería. Y tal como el empresario Francisco Araujo confirma, hay una extensa variedad de casimires que se utilizan para vestir a la medida a los hombres, dando un toque de elegancia que, sin duda, los distingue, y que además evidenciará una identidad propia, un trabajo sumamente detallado y personalizado, como lo es el oficio del buen vestir.

Radicado en San Luis Potosí desde hace 15 años, donde en un inicio replicó el negocio de su padre, que era la distribución de casimires, el aguascalentense explica que cada vez era más complicado, ya que los sastres -casi extintos- son los principales compradores de esa tela, por lo que buscó el nicho de trabajo resultando exitoso el de la sastrería, y fue entonces que allí instaló su taller y posteriormente abrió otro en la Ciudad de México, donde con su equipo de trabajo confeccionan camisas a la medida, siendo ésta su especialidad y distinción, cuya marca en general es Araujo Sastrería.

Francisco, quien egresó de la licenciatura en Administración de Empresas de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, y trabajó en el gobierno federal, en la iniciativa privada y en la industria de la confección, es heredero de una tradición que, tal como él la describe, tiene su base en la técnica, misma que conforme pasa el tiempo y los conocimientos perduran, se vuelve una profesión que lo ha llevado a reunir un variado muestrario (500 telas) que cubre los gustos exigentes de sus clientes en Aguascalientes, León, San Luis Potosí, Querétaro y de una buena cartera en Ciudad de México.

Sin embargo, este oficio -cada vez más reducido- ha tenido que ir evolucionando conforme a las nuevas costumbres de consumo de los clientes, los cuales están inmersos en un mundo de marcas fabricadas en serie. No obstante, la sastrería mantiene su esencia, y en el caso de Francisco, continúa con esa interacción directa con el cliente: se dirige a su domicilio, allí toma las medidas, sugiere el tipo de tela, el color, el estilo de la prenda… un ritual de construcción que se conjunta con la labor que hace su equipo de trabajo.

Al observar los detalles en las prendas de vestir de quienes lo rodean, Francisco rememora aquellos años de su adolescencia en los que educó sus ojos en el negocio de casimires y sastrería que su padre tuvo desde los años setenta en la calle Madero, en el centro de Aguascalientes. Allí intuyó que ése sería su camino empresarial, pero también su modo de vida.

Para Francisco, vestir un traje elaborado pieza por pieza a la medida es una vivencia que se asemeja a aquella en la que el cliente selecciona un buen vino. Entonces, “más que cubrir la necesidad de tener un traje, el cliente busca tener una experiencia, un gusto”, y es por eso que, añade, es necesario evolucionar para competir con aquellas marcas que ofrecen productos modernos, y es precisamente cuando este oficio muestra su perfección.

“Sin duda, al día de hoy, a lo que yo me dedico, a la sastrería, después de muchos años de estar tomando medidas y haciendo pruebas, he encontrado el trabajo y el oficio a la medida”, afirma Francisco Araujo.

El gusto por siempre usar traje, o saco sport, o pantalón y camisa de vestir -por supuesto, hechos a la medida por él mismo-, Francisco viste y vive su propia marca, una experiencia de vida que reafirma que el oficio de la sastrería sigue en pie.

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