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#ReseñaLíder: Una lectura para Semana Santa: «Al filo del agua», de Agustín Yáñez

“Pueblo de mujeres enlutadas. Aquí, allá, en la noche, al trajín del amanecer, en todo el santo río de la mañana, bajo la lumbre del sol alto, a las luces de la tarde –fuertes, claras, desvaídas, agónicas–; viejecitas, mujeres maduras, muchachas de lozanía, párvulas; en los atrios de las iglesias, en la soledad callejera, en los interiores de las tiendas y de algunas casas –cuán pocas– furtivamente abiertas”.

El párrafo anterior, casi una letanía, es el inicio de la novela Al filo del agua, del jalisciense Agustín Yáñez (Guadalajara, 1904-Ciudad de México, 1980), la cual fue publicada en 1947, bajo el sello editorial Porrúa. Previo a esos años cuarenta, México se “recuperaba” de una revolución (1910-1917 ca.) que trastocó hasta el último rincón de este país, principalmente en la región centro, y, por supuesto, el ámbito intelectual a través de la literatura que sigue mostrando los aristas de este suceso.

Carátula de la primera edición (Porrúa, 1947), realizada por el grabador Julio Prieto

En los años veinte, Ciudad de México se levantaba de los escombros para irse convirtiendo en la gran urbe cosmopolita: grandes edificios, luz eléctrica, pavimentación, automóviles, vida nocturna, que, a su vez, se conjugaban con carretas jaladas por burros, aguadores, indígenas, arrieros que llegaban de las periferias a la urbe para escapar de la pobreza provocada por el abandono y la secuela de la guerra civil que aún derramaba sangre en estos pueblos estáticos.

Tras ese contexto, al que se le suma la conformación de las instituciones públicas y con ello el centralismo, Agustín Yáñez sería un “hijo de la revolución”, pero también de ese otro país que era la provincia mexicana, misma que guardaba el susurro de una ferviente devoción católica, y los resquicios del añejo porfirismo.

Los orígenes de su familia eran de Yahualica, donde pasaba sus vacaciones que marcarían su infancia y, sin duda, su pluma literaria: “Las vi de cerca (a las tropas maderistas), morosamente –recordará–. Vi también el miedo que inspiraban a la gente del pueblo”.

Familia Yáñez

La expresión “al filo del agua”, escribió Yáñez a manera de epígrafe, “es una expresión campesina que significa el momento de iniciarse la lluvia, y la inminencia o el principio de un suceso”. Expresión que precisamente se enlazará con el final de la novela: la entrada de las tropas revolucionarias al “tranquilo” pueblo de Los Altos, pero que sólo será el pretexto para revelar a los personajes.

En su intimidad, ajena a todo acto bélico, los fervorosos habitantes se encontraban en el “acto preparatorio” de una fatídica cuaresma para recibir la Semana Santa, negados a todo acto pecaminoso: “meditaron en el pecado, el lunes, todo el día; el martes, en la muerte; el miércoles, en el juicio; el jueves, en el infierno; el viernes, en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, y en la parábola del Hijo Pródigo, que fue objeto de la última distribución de la noche”. Las bodas debían celebrarse antes del alba, los niños recitaban en la escuela: “Por el placer de morir sin pena bien vale la pena vivir sin placer”

La narrativa en Al filo del agua es simultánea, Yáñez pondrá en una encrucijada a todos los personajes que se mantenían en aparente luto litúrgico, pero sus soliloquios revelarán sus angustias, el cuestionamiento de sus deseos, el miedo que les provoca sudores en las noches silenciosas, el suceso de un crimen, el amorío, la derrota del cura… una revolución propia que perturbaba a la provincia, siendo ésta un personaje también, y que no nos es tan ajena. Nuestro cuadro de costumbres se refleja en ese espejo, casi extinto.

Retrato de familia en provincia

Agustín Yáñez estudió leyes en la Universidad de Guadalajara y filosofía en la UNAM; fue profesor en diversos institutos del país, jefe del Departamento de Bibliotecas y Archivos Económicos de la Secretaría de Hacienda (1934-1952), gobernador de Jalisco (1953-1959), subsecretario de la Presidencia (1962-1964), secretario de Educación Pública (1964-1970), presidente de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (1977-1980), además de pertenecer a la Academia Mexicana de la Lengua que también presidió (1973-1980) y obtuvo, entre otros reconocimientos, el Premio Nacional de Letras en 1973.

Al filo del agua será sólo una de las grandes obras de este prolífico escritor, pero también de la literatura mexicana que se inserta en el género de la “novela de Revolución”, y cuya incidencia en la cultura mexicana nos confirma que aquellos nacidos en provincia han dado los cimientos a la identidad de México –vigilada desde un centro de poder–:

“[…] La aportación de la provincia al caudal de la literatura mexicana […] (ha sido) como género de sensibilidad específica; o dicho de otra manera: lo que la provincia significa culturalmente como herencia, como clima, como instrumento en sí de producción; en una palabra: como forjadora espiritual”, afirmó el también jalisciense Alfonso de Alba.

Fuente de las fotografías: https://agustinyanez.com/index.htm

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