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Un hombre insignia del Estado

 Don Enrique Olivares Santana nació en una familia humilde. Hijo de un ejidatario, su infancia la pasó ayudando a su padre en la labranza de la tierra, y a su madre, en la comercialización de las vacas de ordeña que tenían. 

“Fue una infancia con carencias, pero con muchas ganas de superación. Aprovechó la única oportunidad que tenían los jóvenes de aquel entonces: estudiar», refiere su hijo, Teodoro Olivares Ventura. 

Se formó como maestro en la Normal Rural Matías Ramos Santos, de San Marcos, Zacatecas. Desde entonces, se distinguió por su liderazgo, lo que le llevó a ocupar, más tarde, diversos cargos en el sindicato magisterial. 

Como político desarrolló una carrera meteórica. Se desempeñó como diputado local y federal, antes de ser gobernador de Aguascalientes en el periodo 1962-1968. «Él siempre dijo que el cargo más importante que puede tener un funcionario público es representar a su estado. Fue una de las mayores satisfacciones de su vida: ayudar a sus coterráneos, estar cerca de ellos», comenta Teodoro. 

Posteriormente, ocupó un lugar en el senado de la República. Asimismo, fue director de BANOBRAS, antes de que el presidente José López Portillo lo designara secretario de Gobernación para los últimos cuatro años de su mandato. 

Tras concluir su cargo, el profesor Olivares Santana sintió un orgullo enorme, cuenta su hijo. “Un orgullo derivado del sentimiento de no haberle fallado a su país, a sus ciudadanos; de reiterar la confianza que le tuvieron”

El presidente Miguel de la Madrid intentó incorporarlo a su equipo de trabajo, pero declinó cordialmente, aunque le ofreció su consejo; sin embargo, De la Madrid le pidió “como amigo” que fuera a ocupar la embajada de México en Cuba, porque había tenido algunos tironeos con Fidel Castro. 

«Necesitaba nombrar a alguien con autoridad moral ante el Estado cubano», apunta Teodoro. 

El maestro lo consultó con su familia (“Mi madre siempre fue solidaria y le dijo: «adonde tú vayas, yo ir黫) y se fue dos años a ocupar el puesto. Al término de este encargo, Olivares consideró que había concluido su tiempo en la función pública. 

Sin embargo, ante la restitución de la relación entre México y el Vaticano, Salinas de Gortari le encomendó ser el representante de México en la Santa Sede. Ahí estuvo otros dos años. 

«Con eso concluyó su carrera política y diplomática, y trató de compensar tiempo con su familia. Él siempre dijo que ser funcionario público era no ser dueño de tu tiempo y de tu espacio»

«Nos inculcó el amor que se debe tener a nuestro país, a nuestras riquezas culturales; un México que debemos querer y debemos cuidar», finaliza su hijo. 

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