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Un beso por un estado

Por Alejandro Basáñez Loyola, autor de las novelas históricas: México en llamasMéxico desgarradoMéxico cristeroTiaztlán, el fin del Imperio AztecaSanta Anna y el México perdidoAyatli, la rebelión chichimeca; Juárez ante la Iglesia y el Imperio 

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Corría el año de 1835, cuando la fiebre separatista que generaba el centralismo de Antonio López de Santa Anna concibió insurrecciones en Texas, Yucatán y Zacatecas.

Santa Anna, con el mando del ejército federal, cayó por sorpresa en Zacatecas para someter al insurrecto líder Francisco García y poner punto final a ese foco de inconformidad social en el norte de México. Aguascalientes no existía como estado en ese entonces, su jurisdicción pertenecía a la entidad que se convertiría en su vecino del norte.

Al venir de regreso de Zacatecas, triunfante, el presidente hizo un alto obligado en Aguascalientes. Una soleada mañana se encontraba revisando unos papeles en el Palacio de Gobierno, cuando recibió la sorpresiva visita de una mujer de 33 años de edad y de belleza singular, que lo sacó de sus cavilaciones vengativas.

La encantadora mujer, de hermosos ojos negros y piel nívea, se llamaba Luisa Fernández Villa de García Rojas. Era la esposa de don Pedro García Rojas, hombre influyente y de dinero en la selecta sociedad aguascalentense.

El Napoleón del Oeste, intrigado, le preguntó en qué podía auxiliarla: 

—Conseguir con el invencible Héroe de Tampico, la separación de la provincia de Aguascalientes de Zacatecas. Nosotros no estamos contra el gobierno ni contra el centralismo. Somos un territorio independiente y queremos marcar nuestra línea contra el gobierno de José María Sandoval. Mi marido, don Pedro García Rojas, es un hombre influyente y de dinero en la sociedad aguascalentense. Él me mandó a hablar con usted para pedirle esto.

Su Alteza Serenísima se encontraba deslumbrado con la belleza y el empuje de la joven mujer. Cuando la dama se distraía, aprovechaba para mirarlpor completo. El hecho de presentarse sola, argumentando que el marido la enviaba para pedir por la separación de Aguascalientes, lo ponía en terreno seguro para maniobrar. El mandarla a negociar sin compañía era como ofrecerla para lograr el cometido. Santa Anna, todo un don Juan jalapeño, no desaprovecharía tan generoso regalo. 

—¿Don Pedro sabe que lograr lo que usted me pide implica un sacrificio? 

—¿Qué es un pequeño sacrificio a cambio de convertirme en la esposa del primer gobernador de Aguascalientes?

Santa Anna se acercó a ella y la tomó firmemente de la cintura. Sus rostros estaban a un centímetro de unirse en un ardiente y apasionado beso. 

—¡Nada, doña Luisa! Aguascalientes y su marido le agradecerán enormemente toda la vida este noble gesto.

La singular pareja se fundió en un beso de varios minutos. Doña Luisa estaba fascinada con el atractivo del general presidente y don Antonio absorbería hasta la última gota de este sabroso manjar que los dioses le ponían en su camino. Después de estoSanta Anna independizó a Aguascalientes mediante un decreto el 23 de mayo de 1835. 

Su Alteza Serenísima se enamoró de la singular dama a tal grado que la invitó a la capital del país para asentar en documentos oficiales la independencia del nuevo estado y nombrar a su marido como el primer gobernador. Esto, por obvias razones, suscitó una marejada de chismes sobre su tórrida relación. La Iglesia, por medio del obispo Belaunzarán, amenazó con divulgar sus calaveradas en los sermones dominicales, si el presidente no se retiraba de dicho escándalo, que tanto afectaba la imagen de su abnegada esposa Inés Tosta, confinada a estar en cama (en la Hacienda de Manga de Clavo, Veracruzdebido a un embarazo de alto riesgo.

 

El noble sacrificio de doña Luisa Fernández y su altruista marido don Pedro García Rojas está representado en el escudo de la entidad: en uno de sus costados está una cadena rota sobre unos carnosos labios carmesíes.

Por su parte, el muralista Osvaldo Barra Cunningham inmortalizó este hecho histórico en uno de los murales que pintó en el Palacio de Gobierno del EstadoSanta Anna, a cambio de un tierno beso, le entrega a doña Luisa una paloma que lleva en el pico un listón que dice “Libertad de Aguascalientes”mientras que con la otra mano, corta la sangrante frontera de México con un filoso cuchillo. El mural causó tanto revuelo en la conservadora sociedad aguascalentense que el gobernador de esa época, Luis Ortega Douglas, le pidió al artista que borrara semejante imagen, a lo que el muralista chileno hizo caso omiso por ser una obra maestra que plasma una polémica verdad.

Pensar que todo un territorio fue liberado por un sencillo beso suena romántico e ingenuo. ¿Hasta dónde llegó doña Luisa para hacer a su marido gobernador? Lo dejo a la fértil imaginación de usted, estimado lector, que con su importante atención hace posible este Anecdotario Histórico de Méxicoel cual cumple este mes cuatro años ininterrumpidos de publicación.

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