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Uber y el consumo colaborativo

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Con la noticia de que Uber, el servicio de transporte privado, está por llegar a Aguascalientes, se confirma una vez más que el consumo cada día toma más fuerza. Ya sea que escuches música a través de Spotify, compres productos en eBay, seas de los que desde ahora están seguros de que utilizarán este servicio de automóviles o que para tus próximas vacaciones estés pensando que en lugar de una cadena hotelera vas a probar Airbnb, este fenómeno global es ya parte de nuestra vida.

El consumo colaborativo es un modelo económico basado en el intercambio, alquiler, uso compartido, préstamos, obsequio o reventa de bienes o servicios entre particulares y se distingue en que para los usuarios es más importante el acceso al bien que la posesión del mismo. Es decir, prefieren ver películas en Netflix que tener una colección de Blu-ray.

El término tiene su origen en el artículo del mismo nombre que escribió Ray Algar en abril de 2007 y cobró fuerza tras la publicación del libro “Lo que es mío es tuyo: el auge del consumo colaborativo”, en el que Rachel Botsman y Roo Rogers agrupan los sistemas de consumo colaborativo en tres grandes grupos:

  1. Sistemas basados en el producto: en los que utilizamos un producto sin ser sus propietarios (Uber y Spotify caen en esta categoría)
  2. Mercados de redistribución: en los que se da una segunda oportunidad a productos que ya no utilizamos y vendemos usados a través, por ejemplo, de eBay; o que intercambiamos o donamos por medio de páginas creadas para este efecto como bookmooch.com.
  3. Estilos de vida colaborativos: donde la gente comparte experiencias, proyectos, recursos, etc. Ejemplos de ello son el antes mencionado Airbnb, el crowdfunding como gofundme.com, sistemas de co-working y la misma Wikipedia.

El atractivo de este modelo económico es grande. Sin embargo, conforme avanza la tecnología y facilita el intercambio y el desarrollo de nuevas formas de hacer negocios, también aumentan las preocupaciones, especialmente entre aquellos que consideran que estas actividades se salen de lo común y por tanto de las regulaciones y legislaciones existentes.

Así, los conductores de taxi protestan porque Uber les quita clientes y no cumple con obligaciones a las que ellos sí se ven sujetos, o los hoteles se inconforman porque consideran que Airbnb compite de manera desleal, pues al parecer es tenue la línea que divide el atender necesidades entre particulares y las actividades lucrativas.

Por su lado, los defensores de la economía colaborativa argumentan que esta forma de atender al mercado beneficia a todos: por un lado, reporta beneficios económicos para quienes realizan estos intercambios, unos al obtener un producto o servicio a menor precio y los otros al obtener un ingreso adicional. Añaden que también es bueno para el ambiente, (Uber menciona en su página que su presencia favorece a ciudades sostenibles), y promueve una forma de pensar orientada al aprovechamiento de productos que pueden tener una “segunda vida” en lugar de terminar en el camión de la basura.

A favor o en contra de este modelo, lo que es un hecho es que todavía hay mucho que aprender. Y es innegable que, en este mundo hiperconectado, la forma de hacer negocios cambia rápidamente y nos enfrenta al reto de una generación que demanda satisfactores distintos a los tradicionales y que busca formas de consumir y relacionarse con las marcas que hagan su vida más sencilla. Si deseamos seguir formando parte de su cartera de opciones, no queda más que tomar nota y apostar por la innovación, o bien, mantener el statu quo y correr el riesgo de la extinción.

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