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Turismo responsable: un gran pendiente en la agenda de derechos humanos y las empresas

Escrito por Norma Carolina Ortega González

Este diciembre me fui de vacaciones a Tailandia, un país que se está poniendo cada vez más de moda y, después de visitarlo, me queda claro el porqué: los paisajes y la naturaleza, las playas, los templos y la comida son un imán para los turistas.

Los beneficios económicos que deja el turismo son evidentes, por lo que las empresas se dedican a explotar las riquezas naturales y culturales del país sin que se establezcan parámetros éticos y de respeto a los derechos humanos sobre sus actividades. Por otra parte, tampoco existe una reflexión por parte de los turistas sobre el trasfondo y las implicaciones de elegir ciertas actividades turísticas.

Me sirvo de tres ejemplos: los paseos en elefante, las visitas a los tigres y a los poblados de “mujeres jirafas”. En los dos primeros las empresas ofrecen un acercamiento a estos animales salvajes “domesticados”, en el que se les puede tocar, alimentar, montar, etc. El problema es que para lograr esta domesticación los animales son condenados a una vida de maltrato, sedación, condiciones insalubres, espacios limitados y escasa alimentación.

En cuanto a las mujeres jirafas, se trata de una visita a una tribu indígena de mujeres birmanas refugiadas en Tailandia que usan, como símbolo de belleza de su comunidad, una serie de anillos que les van alargando el cuello. Fomentar este tipo de turismo tiene dos problemáticas principales: primero, que dicha práctica cultural constituye una forma de violencia de género y, segundo, que se les condiciona a vivir de esto, limitando sus opciones y con esto su derecho al libre desarrollo de la personalidad, condenándolas a vivir, con anillo al cuello, en una especie de zoo humano lleno de turistas que posan frívolamente en fotos con unos falsos anillos.

Como Tailandia, existen muchos otros destinos donde las empresas se dedican a explotar los atractivos turísticos sin importar los daños que se puedan producir al ecosistema, a los animales o las violaciones de derechos humanos que puedan sufrir las personas usadas como atracción turística. Esta responsabilidad, como ya señalé, es compartida con los turistas, quienes tenemos la obligación ética y moral de analizar qué vamos a consumir.

A partir de los años 70, la Comunidad Internacional prestó especial atención a las obligaciones que las empresas tienen en la protección y respeto de los derechos humanos. En el año 2011, Naciones Unidas publicó los “Principios Rectores sobre las Empresas y los Derechos Humanos”, cuyo objetivo es establecer el marco de responsabilidad de las empresas frente a los derechos. Y, si bien es cierto, se ha avanzado bastante en los últimos años y existe una mayor conciencia y compromiso por parte de las empresas, el tema del turismo responsable es aún un gran pendiente por trabajar.

En este sentido, los Estados tienen la obligación de regular que las actividades turísticas que ofrezcan las empresas no ocasionen daños al ecosistema y no sean violatorias de los derechos; las empresas deben comprometerse a preservar y respetar el medioambiente, a los animales y a las personas; pero sobre todo, los turistas, como consumidores, debemos ser juiciosos al elegir de qué actividades formamos parte.

Existen muchas empresas responsables que ofrecen actividades alternativas que no constituyan una violación a los derechos humanos. Usando el ejemplo dado, en Tailandia hay refugios de elefantes que permiten convivir con elefantes en espacios más naturales y respetando siempre el deseo del animal. La búsqueda de este tipo información es el primer paso para hacer un turismo responsable. No olvidemos que nosotros, como consumidores, determinamos el mercado. Y, aunado a la responsabilidad de los Estados y las empresas de respetar los derechos humanos, está la nuestra de no consumir productos o actividades que sean violatorios de estos derechos.

 

 

 

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