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Tras la crisis, la voz de la experiencia: Rodrigo Negrete Prieto

Es egresado de la Facultad de Economía de la UNAM. Pertenece a la primera generación del INEGI, institución en la que actualmente tiene el puesto de investigador.

Ha impulsado la actualización y reforma de las encuestas de ocupación y empleo en México y en el mundo. Es miembro del grupo redactor de las Conferencias Internacionales de Estadísticos del Trabajo convocadas por la OIT; también ha sido integrante de grupos expertos de OCDE y UNECE para la construcción de indicadores sobre mercado de trabajo.

Es autor colaborador del libro La Situación del Trabajo en México (UAM, 2012), así como del libro The Informal Economy Revisited: examing the past, envisioning the future (Routledge, London, 2020). 

Asimismo, ha publicado diversos artículos en revistas especializadas de análisis estadístico. En otra vertiente, es autor de artículos sobre historia, cultura y sociedad en la revista Nexos, así como del libro Reflexiones Pausadas Sobre la Furia y El Ruido: ensayos sobre el desenlace de cien años de historia e ideas en occidente (EAE, 2018). 

Radica en Aguascalientes desde 1987 y este es su punto de vista sobre las crisis y el aprendizaje que pueden llegar a dejarnos como sociedad.

Líder Empresarial (LE): En el país hemos vivido diversas crisis en materia económica, siendo algunos ejemplos la registrada en 1994, o en 2009, así como la que actualmente se está padeciendo a consecuencia de la pandemia por coronavirus. Sin embargo, se tiene la percepción de que la actual es la peor de todas.  ¿Coincide usted con esto último? ¿Por qué? 

Rodrigo Negrete Prieto (RNP): Sin duda lo es. Se le ha comparado mucho con la crisis de 1929, pero puede superarla, no sólo porque se tiene un mundo mucho más interconectado sino porque presenta rasgos adicionales a la de aquélla otra crisis: la de 1929 fue un colapso en la demanda agregada; en la crisis actual a ese shock se le suma un colapso de las cadenas de producción. Es decir, estamos ante un doble shock de oferta y de demanda.

Hay diferencias por supuesto con aquélla otra crisis mundial, aunque tampoco son consoladoras. La de 1929 se originó en el sistema financiero y terminó contaminando la economía real mientras que la secuencia de la actual es al revés: apenas y estamos observando la recesión en la economía real; falta que ésta contamine al sistema financiero, al sistema de pagos y ahorro de toda la economía para que se añada una dinámica depresiva aún más profunda. Pero además hay una crisis de mucho más alcance que la meramente económica.

En Occidente se está cayendo en un proceso de profunda desorientación e inseguridad en cuanto a los fundamentos socioculturales y políticos que le dieron vida e identidad. Si la crisis de 1929 detona lo que se vería en Europa en los años treinta, la turbulencia que tenemos enfrente no augura nada bueno. Queda la intuición que las sociedades de Asia, ajenas tanto a la vertiente judeocristiana como al Islam, sortearán mejor esta crisis sistémica. No es hipérbole hablar de una crisis civilizatoria en Occidente que ya había emitido varias señales después de la primera crisis económica de la globalización de 2008 y que ahora la pandemia agudiza. 

LE: ¿Cómo recuerda haber vivido las crisis económicas anteriores? ¿Hay algo que recuerde en lo particular? 

RNP: Vaya que sí. Recuerdo siendo adolescente la crisis de 1976. Desde entonces no ha pasado una década en México sin una crisis económica profunda: 1982, 1987, 1994-95, 2008-09 y 2020. No son desde luego el mismo tipo de crisis, algunas son autoinducidas, otras no. Esta última es una combinación inédita de lo autoinducido y de shock externo. No son lo mismo crisis que tienen lugar tras período de expansión económica importante, como las dos primeras a una que ya de suyo ocurre tras un crecimiento mediocre que ya se extiende por dos décadas. 

En términos de PIB per cápita estamos más o menos al mismo nivel que se tenía en 1992.  México no ha tenido suerte en su transición democrática como España la tuvo en el último tercio del siglo XX al acompañarla de prosperidad. Hay otras diferencias; desde luego en los setentas hubo una enorme movilidad social y ello ayudaba a aliviar la enorme tensión demográfica que había acumulado México desde dos décadas antes.  Ahora no hay paliativo para una tensión demográfica de la que nadie habla, pero que no deja de ser el elefante en la habitación.

Pero lo que más me descorazona es que el México del siglo XX con trabajos y tropiezos trataba de articular una vocación moderna de sí mismo. Ahora me parece que está renunciando a ello. Las consecuencias no solo políticas y económicas de ello, sino societales pueden ser enormes. Guardando las proporciones, es lo que les pasó a algunas sociedades Islámicas. Simplemente decidieron bajarse del vagón de la modernidad. No son precisamente de los mejores lugares del mundo para vivir. Ni se diga para su población femenina.

LE: ¿Qué hacía, o dónde se desempeñaba, cuando se vivieron las crisis económicas anteriores, particularmente la de 1994 y de 2009? 

RNP: Tuve la enorme fortuna de trabajar en una institución como INEGI en temas de productividad e indicadores de empleo y bienestar. Una de las virtudes de las instituciones es que estabilizan, hacia dentro y hacia afuera. Es su razón de ser. En esos años se estableció un diálogo muy importante entre el INEGI y los organizamos internacionales que continúa hasta ahora y que abrió mucho el horizonte de la labor de lo que se venía realizando. En 1994 me estrené como padre.  Me tocó ver al mismo como crecía mi hija y la Institución a la que todo le debo. No deja de acompañarme ahora una angustia por el futuro de lo que vi crecer. 

LE: ¿Qué lecciones considera que nos han dejado las crisis económicas anteriores y la situación en general que se vivió a raíz de éstas? 

RNP: Desde luego cada crisis económica deja su propia lección. Las de 1976 y 1982 fueron crisis tras burbujas expansionistas de gasto público fuera de control bajo el supuesto de un contexto internacional estable y/o de una renta petrolera de duración indefinida.  En el resto de los ochentas se vivió lo que se conoce como una década perdida en términos de crecimiento al tratar de estabilizar las finanzas públicas con políticas de austeridad, teniendo encima la carga enorme una deuda externa.

La lección de la recesión ochentera es que si se prolongan demasiado las medidas de austeridad, las finanzas públicas nunca alcanzan a estabilizarse porque colapsa en paralelo la recaudación fiscal.  La crisis de 94-95 fue el resultado de lanzar un ambiciosísimo paquete de reformas que terminaron teniendo un efecto desestabilizador ¿Era necesaria una total y súbita apertura financiera? La brusca entrada de capitales es inseparable, asimismo, de una no menos brusca salida de un país que tiene muchos elementos de inestabilidad e incertidumbre.

La crisis mexicana de esos años fue la primera crisis local dentro del esquema globalizador: le seguirían la crisis de Malasia, tango, vodka… hasta culminar en una al centro de todo el sistema en 2008 que, por lo mismo, dejó de tener efectos locales. La crisis actual ciertamente es inevitable en su origen; no sólo viene de fuera, sino que además es exoeconómica.  El problema se agrava si no se entiende en qué se distingue de las anteriores. ¿Corresponde a la actual crisis medidas de austeridad que remedian una burbuja expansionista; una austeridad que puede profundizar aún más el colapso de la demanda agregada y propiciar una desestabilización de las finanzas pública por una caída en la recaudación? ¿La protección de la planta productiva y el empleo conceptualmente son lo mismo que el rescate del FOBAPROA? ¿No deberíamos de estar purgados de estarle apostando a los precios del petróleo o, para el caso, a cualquier materia prima dado el cambio tecnológico en el mundo?  Para los analistas del mercado de trabajo hay además una distinción fundamental entre las crisis anteriores como la del 94-95 y la actual. Parte de los trucos sucios del mercado laboral mexicano fueron la enorme informalidad laboral, así como la emigración hacia los Estados Unidos. En la crisis, actualmente, ya no se pueden contar con ninguno de esos dos esos efectos de amortiguamiento que permitían navegar al mercado laboral mexicano con tasas de desocupación abierta comparativamente bajas. La actual crisis ha sido catastrófica para la informalidad. El mercado laboral mexicano nunca había enfrentado una situación así. Estamos navegando aguas inexploradas. 

LE: ¿Qué aprendizaje le ha dejado la situación que estamos viviendo actualmente? 

RNP: Hay varias lecciones. Un sistema excesivamente interconectado es extremadamente vulnerable:  una mala ingeniería consiste en hacer que todo sea interdependiente. Tal es el problema de la globalización extrema tal y como fue concebida en los noventas y que demostró ser insostenible. 

Más allá de que en México hay una comprensión totalmente equivocada de la naturaleza de la crisis actual por parte del actual gobierno, hay una intuición suya que es válida y que el llamado período neoliberal ignoró: México no es Singapur. Dadas sus dimensiones, le resulta fundamental el mercado interno. El mercado externo, si bien importante, tiene límites claros para remolcar al resto de la economía mexicana.  Fue una estupidez redonda y un dogma absurdo castigar al salario como se le castigó en México en los últimos treinta años.  No estamos seguros de que podamos contar con el remolque de la economía norteamericana dado su pésimo manejo de la pandemia ¿A qué nos podríamos atener en su ausencia? 

Otra lección, más filosófica si se quiere, es que los ambiciosos programas de reforma de sociedades enteras están destinados al fracaso. Hay demasiados imponderables como para que una ingeniería social llegue a buen puerto.  El comunismo y las reformas neoliberales compartieron el mismo autoengaño en ese sentido. Nuestro tiempo está pautado por la caída del muro de Berlín de 1989 y por la crisis 2008 que mandaron al basurero de la historia a ambos proyectos.  La crisis actual de Occidente corresponde a la crisis de la idea de que las sociedades pueden reinventarse a voluntad. Claramente no es así. Estamos ante una lección de humildad. Lo trágico para México es que la apuesta tecnocrática no tiene la autoridad moral para advertirle a la 4T sobre lo equivocado de sus pretensiones. 

LE: Desde su perspectiva y desde el ámbito en que se desempeña, ¿Considera que la situación que estamos viviendo generará cambios en la sociedad y cuáles serían?

RNP: Una manera segura de hacer el ridículo es hacer profecías sobre el futuro. La actual crisis es lo que se le llama un Cisne Negro y sus ramificaciones y derivaciones nos rebasan porque no necesariamente cuentan con un antecedente en el pasado.  Pero si se me presiona a decir algo al respecto, creo que los cambios societales serán aún mayores que los económicos o, más bien, que los segundos habrán de derivar de los primeros.

Quiero traer a colación una imagen trágica pero que veo en ella todos los poderes de la metáfora. Cuando el 9-11 todos vimos que tras el impacto de las aeronaves en las torres gemelas de Nueva York una cascada de escombros, pero también de papel cayendo en cascada. Fue una manera de señalar lo obsoleto que son esos edificios de máxima concentración de personas. Son los Titanic de nuestro tiempo.  La tecnología sumada a la pandemia acelerará ese proceso de destrucción de los grandes centros de trabajo.

Asimismo, la valoración de la vida también cambiará ¿en las actuales condiciones y limitaciones de recursos valdrá la pena la longevidad, producto de la expansión económica del siglo XX? ¿Se sostendrá la metafísica de la valoración infinita de la vida humana en un escenario de recursos escasos? ¿La familia podrá ser la respuesta a la solidaridad humana básica que se necesita?  Ello supone un cambio profundo de la psique humana que no sabemos en donde aterrice. Los cambios económicos y políticos que suceden derivarán de ello ¿podremos encontrar nuevas formas de solidaridad que sustituyan a las estructuras sociales tradicionales, familia incluida? ¿podremos relacionarnos con el planeta de otra manera?  Yo no sé cuáles sean las respuestas, pero intuyo cuales son las preguntas. 

Nota del entrevistado: “Las opiniones vertidas son a título personal y no reflejan posición oficial alguna del INEGI con respecto a los temas abordados”.

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