Resguardado entre murallas naturales y viento con aroma a cacahuate, Tlaltenango de Sánchez Román, Zacatecas, se ofrece como un sitio en el que la realidad y las leyendas son parte de un mismo ciclo. En el transcurso de su existencia hay historias que atraen a los visitantes a seguir las pistas que llevan hacia la verdad y a descubrir nuevos misterios.
Este pueblo es crucial para la comunicación entre los estados de Zacatecas, Jalisco y Aguascalientes, ya que se ubica a menos de 200 kilómetros de las capitales. Gracias a la cercanía entre sitios, sus costumbres, gastronomía y tradiciones son la perfecta fusión de rasgos identitarios de los tres estados.
La proximidad de la Sierra de Morones, los ríos, arroyos y desniveles que conforman su geografía invitan a dar rienda suelta al espíritu aventurero. En el Campanario y la Cascada de Villalobos se escuchan las voces que se confunden con el agua y recargan de energía a los testigos; perfectos para hacer trekking, recorrerlos en bicicleta o, incluso, acampar.
Todo aquel que lo visita está tentado a volver, ya que la paz pondera en cada rincón. El silencio es esencial para la vida en el municipio, de manera que los sonidos del Río Tlaltenango y el Xaloco se ofrecen como fondo para las charlas en el Jardín Hidalgo o el Parián Porfirio Díaz. Hasta las actividades cotidianas se vuelven extraordinarias como pasear por los puestos del mercado, a través del Puente de la Virgen o subir hasta el Cerro de los Cristeros.
A lo largo del año en Tlaltenango hay tres celebraciones importantes: los festejos de Semana Santa, donde el Festival del Coquito se desenvuelve a la par de los festejos por la fundación de Tlaltenango; la fiesta de Santa Ana, en donde basta un solo día para que los habitantes se reúnan en la comunidad de Tocatic a disfrutar de eventos culturales, deportivos y religiosos; por último, “La Feria del Migrante”, donde no se escatima para agradar a los asistentes.