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Tina Modotti

Como en otras ocasiones, sobre la azotea de la “Casa del barco”, en la calle de Veracruz #42, en la colonia Condesa, aparece la joven pareja de artistas para disfrutar del sol. Edward Weston y Tina Modotti juguetean como unos adolescentes enamorados.

Weston trae su cámara y da instrucciones a Tina para tomarle unas atrevidas fotografías. Tina llena una cubeta con agua, mientras Weston acaricia su cuerpo. El hábil fotógrafo, en unos segundos, la desnuda completamente ante la risa y complacencia de la atrevida italiana.

Tina extiende una colcha sobre el ordinario piso de la azotea y Weston prepara la lente adecuada para captar la mejor toma. El atrevimiento de la italiana no tiene límites. Sin pudor se deja retratar en diferentes y atrevidas posiciones. Su cuerpo es delgado y bien proporcionado. No hacía mucho, la italiana había participado en tres películas en Hollywood.

Era evidente que Weston y Roubaix de L’Abrie Richey, alias “Robo”, no habían sido los primeros en descubrir la belleza de la osada italiana. Estas escandalosas fotos fueron encontradas por la policía años después, al esculcar su casa por ser sospechosa de complicidad en el asesinato del líder comunista cubano Julio Mella. Al salir a la luz pública, su exhibición causó furor y escándalo entre la conservadora sociedad de los años treinta.

Tina Modotti llega a San Francisco, California, en 1913, una inmigrante italiana de tan solo diecisiete años. Todo un año trabaja en una tienda de telas y de los años 14 al 17 labora como modista. Después parte a Los Ángeles a probar suerte como actriz.

Filma tres películas mudas en Hollywood, hasta que en 1922 se casa con el productor Robo. Juntos viajan a México, pensando en filmar una película, y, al igual que ocurrió con el tlatoani Cuitláhuac, Robo se contagia de viruela, dejando viuda a Tina a los 26 años.

En 1923, a unos meses de haber enviudado, Tina regresa de nuevo a México en compañía de Edward Weston, su nuevo amante norteamericano. El célebre fotógrafo de Hollywood estaba tan hechizado por la belleza de la italiana, que deja todo por seguirla en su aventura en México.

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Weston y Tina, fascinados por el folclor mexicano, deciden probar suerte y se quedan a vivir unos años en la capital. Rentan una hermosa casa en la colonia Condesa, donde conviven con las luminarias del momento: Frida Kahlo, Anita Brenner, Diego Rivera, el doctor Atl, la Gata Marín, Antonieta Rivas Mercado, Jean Charlot, Carmen Mondragón, entre otras más.

En 1927, Weston, cansado de tan larga luna de miel o quizá arrepentido de su desliz, decide regresar con su familia a Carmel, California; deja a Tina sumida en la tristeza. Tina se queda sin amante y con el corazón destrozado. En busca de consuelo y comprensión dentro de su círculo íntimo de amigos, pronto se reencuentra con el amor. Un año después de la partida definitiva de Weston, Tina brilla nuevamente en sociedad.

Diego Rivera se da vuelo pintando desnuda y seduce a la despechada italiana, hasta que el cubano Julio Mella irrumpe en su vida. Rivera, por sus nexos con el partido comunista, había sido el encargado de presentarlos. Mella se desenvuelve como pez en el agua dentro del Partido Comunista Mexicano.

La noche del 10 de enero de 1929, Tina Modotti y su novio caminan de la mano por las calles de Abraham González y la avenida Morelos en el Distrito Federal.

—Quiero casarme contigo, Tina. Nos iremos de aquí. Podríamos vivir en Rusia o en Sudamérica. Lo importante es empezar de cero.

Tina lo abraza emocionada, clavándole las uñas. Matrimonio era algo que ni el mismo Weston, en sus ebrias de todos los días, le propuso. Empezar de cero con este joven cubano, que conocía todo su pasado sin recriminarle nada: algo hermoso. Con ese muchacho podía cumplir su sueño de tener un hijo. Julio era alto, atlético y lleno de salud; su hijo heredaría lo mejor de él.

—Claro que me caso contigo, Julito. Te amo y contigo me voy hasta el fin del mundo.

La pareja se besa largamente junto al camellón arbolado para luego continuar su paseo. El cielo nocturno está totalmente despejado con una hermosa luna plateada a todo lo alto. El cinturón de Orión refulge imponente en el cielo, con sus tres estrellas: Alnitak, Alnilam y Mintaka.

Dos tipejos salen de entre los árboles y los sorprenden. Los desconocidos sacan sus pistolas y disparan sin ningún miramiento hacia el líder cubano. Luego, desaparecen.

Tina se arrodilla sobre el cuerpo ensangrentado de su novio. Su boca deja escapar un lastimoso grito de dolor, un aullido que se había quedado atrapado por unos segundos al ver caer a su amado.

El asesinato ocasionaría su detención por supuesta complicidad con los asesinos. Tina es liberada y deportada a Europa, gracias a la influencia del muralista Diego Rivera. Se refugia en España, donde participa en mítines comunistas del líder español Vittorio Vidali.

Regresa a México años después, y, en circunstancias muy extrañas, muere de un infarto dentro de un taxi en enero de 1942. Tenía 45 años. Diego Rivera, indignado, asegura que Tina había sido ejecutada por órdenes de Vidali. Sus restos descansan en el panteón de Dolores, en la CDMX.

Existen muchos museos en México donde se puede apreciar el trabajo de esta formidable fotógrafa, actriz y activista social, que hasta su último día llevó a México en su corazón.

Por Alejadro Basáñez Loyola

Alejandro Basáñez Loyola, autor de las novelas de Penguin Random House: “México en Llamas”;  “México Desgarrado”;  “México Cristero”; “Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca”; “Ayatli, la rebelión chichimeca” y “Santa Anna y el México Perdido”; y de Lectorum: “Juárez ante la iglesia y el imperio”;  “Kuntur el inca”  y “Vientos de libertad”. Facebook @alejandrobasanezloyola

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