El periódico estadounidense The Washington Post, publicó hace días una declaración en la que Hillary Clinton afirmaba que “nunca ha existido un mejor momento en la historia para haber nacido mujer”. Y es que, como Clinton, muchas personas consideran que finalmente se ha conseguido la igualdad entre hombres y mujeres.
Cierto es que la participación de las mujeres en la vida pública es cada vez mayor. Sin embargo, aún queda –como legado histórico- una mentalidad generalizada sobre la incapacidad de la mujer para ejercer altos cargos y de su “natural” pertenencia al espacio privado, es decir, a la vida familiar.
Sin importar la cantidad de mujeres que ocupan cargos públicos o son empresarias, las cifras respecto a la diferencia de sueldos y de jerarquía, demuestran que estamos lejos de alcanzar la igualdad laboral entre hombres y mujeres.
La barrera, aparentemente invisible, que impide a las mujeres el acceso a los cargos directivos y detiene el ascenso en su carrera profesional es conocida como techo de cristal. Este concepto, que se utilizó por primera vez en 1986 en un Informe sobre Mujeres Ejecutivas, publicado por Hymowitz y Schellhardt en el Wall Street Journal, ha sido acuñado por los estudios de género para describir este fenómeno de discriminación laboral.
De acuerdo con McKensey, en el año 2013 solamente tres de las 100 empresas más grandes de Latinoamérica reportaron tener mujeres en puestos ejecutivos. En el caso de México, la presencia de las mujeres en altos cargos es mínima, ocupando solo el 6 por ciento de los consejos directivos y de administración, así como de los comités ejecutivos.
Es verdad que el techo de cristal no es un problema específico de esta región. La discriminación hacia las mujeres es, desafortunadamente, un fenómeno universal que tiene raíces en las relaciones de poder históricamente desiguales entre hombres y mujeres. Sin embargo, otros países están tomando medidas al respecto, como la Unión Europea que ha establecido una normativa que obliga a las empresas de los países miembros a establecer, bajo pena de sanción, una presencia de al menos un 40 por ciento de mujeres en los cargos directivos.
En el caso de Francia, por ejemplo, se prevé que para el año 2017 las empresas logren alcanzar esta cifra.
La participación de las mujeres en cargos directivos dentro de las empresas es, además de un asunto de justicia e igualdad, uno financiero, pues de acuerdo al Reporte Anual Global Leadership Forecast 2014-2015, de la consultora Development Dimensions, el 20 por ciento de las empresas con mejores resultados financieros tienen una proporción mayoritaria de mujeres en puestos de liderazgo. En México, según cifras del INEGI en el año 2012, el 37 por ciento del Producto Interno Bruto fue aportado por las mujeres empresarias.
Las cuotas de género en las empresas pueden ser una solución para romper el techo de cristal. México debe ponerse a la vanguardia y adoptar medidas que garanticen a las mujeres alcanzar las metas profesionales para las que se encuentran preparadas.
¿Logrará el techo de cristal ser el próximo punto en la agenda política mexicana?