En fechas recientes he recibido, de manera independiente, dos invitaciones distintas para hablar sobre medios sociales. Eso, en realidad, no tiene nada extraordinario, pero me llamó la atención que una vez que acepté y pedí más detalles sobre el contenido requerido, pues es un tema muy amplio, la respuesta en los dos casos fue: “háblanos sobre los peligros de las redes sociales”.
Ciertamente no es la primera vez que me piden dar una charla sobre eso, pero no deja de sorprenderme que siempre el enfoque es negativo: ‘los peligros’, como si fueran algo a lo que deberíamos tenerle miedo. ¿Por qué no mejor descubrir las posibilidades y oportunidades que su buen uso nos brinda? Sé que usualmente lo que no entendemos bien nos causa temor; pero, ¿tanto como para etiquetarlas de peligrosas? No, no me convence.
Pienso que para eliminar la aprensión que nos causan debemos primero, y como dijera Yoda, “desaprender lo que hemos aprendido”, empezando por el concepto con el que actualmente asociamos las redes sociales. Recientemente, nos ha dado por denominar así a todos los sitios web que nos permiten interactuar con otras personas en tiempo real; sin embargo, se nos olvida que en realidad las redes sociales no son nada nuevo, de hecho, existen desde siempre dado que el hombre es un ser social o, como señalaba Aristóteles, un zóon politikon, haciendo referencia a que las personas, a diferencia de los animales, poseen la capacidad de crear sociedades y vivir en comunidad. El hombre busca ese sentido de pertenencia en un grupo en específico, ya sea el equipo de futbol, el salón de clases o los amigos con los que jugamos cartas los jueves por la noche, con quienes intercambiamos ideas y experiencias. Ellos forman parte de nuestra red social independientemente del medio de comunicación utilizado para interactuar con ellos. De ahí que Facebook, Twitter, Instagram y el mismo Whatsapp sean simplemente eso, un medio más para sostener conversaciones con nuestra red. Así pues, en lugar de hablar de redes sociales, habríamos de acostumbrarnos a llamarles medios sociales.
Ahora bien, es verdad que estos medios tienen un alcance mucho mayor debido a la sensación de inmediatez que producen. Anteriormente, para ponerse en contacto con alguien en otro continente era necesario quizá enviarle una carta y esperar buenamente a que llegara, o bien, pagar una carísima llamada de larga distancia, la cual obligaba a ser muy breve. Actualmente, podemos enviar un mail, publicar un mensaje en el muro de la persona con quien queremos hablar o enviarle un mensaje de texto e iniciar una conversación, la cual supera fronteras y podemos sostener como si estuviéramos sentados a la misma mesa tomando un café. Me parece que es precisamente esta inmediatez lo que provoca esa sensación de inseguridad, pues en cuanto presionamos ‘enviar’, perdemos control de lo compartido.
Por ello, más que pensar en los peligros que representan, yo diría que debemos identificar las precauciones requeridas para hacer un uso adecuado de ellas, partiendo de la idea de que una vez publicado algo a la red ya no podemos bajarlo, aún cuando aparentemente tenemos la opción de eliminar un comentario, foto o video. Basta con que solo una persona lo haya visto, lo descargue y comparta, para que eso que habíamos desechado vuelva a circular. La sabiduría popular afirma que uno “es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice” y aplica, tanto para conversaciones personales como para información que compartimos en línea. Al final nos convertimos en esclavos de aquello que subimos sin pensar, porque en ese momento parecía una buena idea.
Entonces, ¿será mejor evitar subir cosas a internet o no tener una cuenta en un medio social? No, al contario, yo soy de las principales promotoras del Social Media y de aprovechar todas las posibilidades que brinda, siempre y cuando quien participa en ellas lo haga de manera responsable y esté consciente de lo que implica estar ahí. Así como cuidamos los buenos modales en una conversación personal y usualmente no damos todos los detalles de nuestro quehacer diario, algo similar deberíamos hacer cuando hay una computadora de por medio. Evitemos utilizar Facebook (o cualquier otro medio) como válvula de escape para nuestros pensamientos y acciones como si fuera la terapia que no queremos pagar. No olvidemos que del otro lado de la pantalla también hay otras personas, a las cuales no siempre conocemos.
Hay que leer las políticas de privacidad de cada sitio para saber qué es lo que harán con nuestra información una vez que nos demos de alta. Establezcamos filtros de seguridad adecuados y, sobre todo, compartamos únicamente aquello de lo que no nos importe perder el control. Al final del día, una gran herramienta con la que contamos es el sentido común. Ha usarlo.
En el caso de la gente joven, habría que enseñarles, así como una vez les dijimos que no hablaran con extraños ni recibieran dulces de nadie, que no es tan buena idea estar muy expuestos en internet. Deben tener cuidado con quien agregan a sus cuentas y de preferencia solo incluyan en su red a personas que conocen. Una buena formación para un adecuado comportamiento en línea les ahorrará muchos dolores de cabeza y fomentará relaciones sanas en el mundo virtual más adelante.
Al final del día pienso que efectivamente hay peligros acechando alrededor de los medio sociales; sin embargo, tomando las precauciones apropiadas se pueden disminuir los riesgos, por lo cual prefiero orientar mi pensamiento a todas las ventajas que ofrecen, tanto a nivel personal como empresarial.
¿Ustedes qué opinan?