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¿Ser gobernadora o gobernar?

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Este número de Líder Empresarial incluye entrevistas con quienes, a partir del 3 de abril, competirán por la gubernatura de Aguascalientes. Como es normal, las respuestas suelen ser las de cajón y están relacionadas con cuestiones de sentido común. Todas intentan dar la mejor impresión y, por ahora, esa es su única opción. Pero las preguntas clave para quienes aspiren a asumir una responsabilidad de tal envergadura y quieran de verdad tomarse muy en serio ese trabajo son otras y tienen que ver tanto con las etapas de que se compone el proyecto político de cada persona como con los riesgos que cada una conlleva. Veamos.

La primera fase se reduce apenas a dos meses y es hacer campaña para ganar votos. Las candidatas tratarán de seducir al ciudadano, generarle expectativas, vender un relato, tocar los resortes emocionales, privilegiar la imagen más que la sustancia y convencerlo de que, cada una, es la mejor. En suma, lo de siempre.  Pero una de las graves distorsiones provocadas por el debilitamiento de la cultura cívica en los últimos años, es la creencia de que todo se reduce a la superficialidad, la imagen o la frivolidad y que con eso basta. No es así o, por lo menos, ya no.

México, su democracia e instituciones, se encuentran en el momento más grave de los últimos treinta años y mal harían las candidatas en ignorarlo porque puede afectar severamente la gestión de la que gane y sus espacios de gobernabilidad. Usando una metáfora: no es un concurso para elegir a la reina de la Feria de San Marcos.

Por tanto, sin perder de vista el objetivo coyuntural -ganar votos- debieran hacer un esfuerzo serio por demostrar porqué cada una es la mejor para el puesto, y eso quiere decir tener ideas (aunque sean pocas), programas viables (unos cuantos) y soluciones efectivas (tres o cuatro) para lo que exige la gente de Aguascalientes: crecimiento económico, buena seguridad, salud y educación de calidad, servicios públicos eficientes y medio ambiente limpio y sustentable. Dicho de otra forma: mirarse menos en el espejo y más a la realidad.

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Lamentablemente, en estos tiempos hay una atmósfera de cinismo que, en efecto, no ayuda. Como dice Diego Fonseca: “cuando los dirigentes creen que ya no importan las ideas sino ellos mismos –el Yo al centro–, la antipolítica gana la partida: ya no se trata de discutir ideas sino actitudes y personalidades. Líderes modernos debieran someterse a una discusión de proyectos porque cuando triunfan los cínicos únicamente queda espacio para la destrucción”.

La segunda etapa consiste en los seis años de gobierno y la ganadora deberá hacerse varias preguntas: ¿quiero gobernar o ser gobernadora? ¿Quiero terminar mi gestión como alguien respetada y bien recordada?  O bien ¿enviada al olvido de la mediocridad y la indiferencia? Despejar esas interrogantes no es fácil. La tarea de gobernar supone hoy afrontar desafíos “súper complejos”, es decir, que no tienen una sola respuesta correcta, ni una línea de meta suficientemente clara, con múltiples partes o actores interesados con prioridades opuestas, y sin una autoridad central o única que tenga todos los instrumentos para solucionar todos los retos. 

La candidata triunfante encontrará un estado en muy buenas condiciones relativas: 3er. lugar del país en el Índice de Progreso Social, 6º  en el de Competitividad, 2º  en Salud,  21 indicadores educativos muy por encima de la media nacional, 1º  en Calidad Medioambiental, crecimiento económico razonable y un mandatario saliente con buenos porcentajes de aprobación.  En consecuencia, la próxima gobernadora se enfrentará cuando acabe a una sola pregunta, pura y dura: ¿dejo las cosas mejor que como las recibí? ¿Sí o no? De allí el imperativo de tener siempre muy presente que se hace campaña en poesía, pero se gobierna en prosa porque en política lo único que cuenta son los resultados.

De la respuesta a esta última cuestión dependerá lo que la gobernadora que resulte electa haga el resto de su vida. En otros términos ¿qué haré cuando termine el período? Y, en el peor escenario, ¿dónde prefiero estar? ¿En una sección de la historia o en una sección de la cárcel?

En las últimas dos décadas, alrededor de 20 gobernadores de distintos estados mexicanos han terminado presos, procesados o prófugos de la justicia, uno de ellos de Aguascalientes. A juzgar por sus edades actuales, las candidatas podrían tener después unos 20 o 25 años de vida activa y la manera como transcurra la vida futura de la ganadora dependerá de los resultados que entregue, porque ella y solo ella será la única responsable de su gobierno.

En síntesis, la historia enseña, para quienes quieran entenderla, que la política es un oficio cruel, salvaje, retador y estimulante, todo a la vez, y tiene reglas que han permanecido por siglos. Poco a poco, la próxima gobernadora -quien sea- irá aprendiendo que el poder es prestado y que solo tiene sentido real y trascendente si es para mejorar la vida de la gente. Lo demás, son fuegos de artificio. Quienes han olvidado estas reglas, son los que caen en el desprestigio total, traicionados por sus viejos aliados, guillotinados por su sucesor, con la adrenalina alta y viviendo a salto de mata con el temor de acabar en el exilio o tras las rejas.

Muchos desaparecieron literalmente del mapa público, se recluyeron en sus casas a rumiar la pérdida de poder, a padecer el abandono de los amigos, las ingratitudes o el aburrimiento ante un teléfono que ya no suena y un buzón al que ya no llegan invitaciones. Estos últimos son los políticos que ni rencores suscitan y no llegan a ser, siquiera, curiosidad histórica. Cada cual, a su manera, va muriendo poco a poco.

Dicho con la sabiduría de Séneca: “La vida se divide en tres tiempos: el que fue, el que es y el que será. De ellos, el que vivimos es breve; el que viviremos, dudoso, y el que hemos vivido, inamovible”.

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