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Ser empresario no es para cualquiera

Por Carlos de Luna

 

He escuchado a muchas personas cuestionarse sobre los empresarios exitosos lo siguiente: “¿A qué se dedica este individuo? Si yo lo conocí desde siempre y antes no estaba así”. La mayoría de quienes se hacen este tipo de preguntas no llegan a entender lo que le ha costado al referido lograr el éxito. “¡Cómo, si no tenía un clavo!”. En lo personal, disfruto estos momentos para reflexionar y analizar a las dos partes: al que se asombra de la fortuna del otro y al afortunado.

Recuerdo con un enorme entusiasmo que tras haber concluido mis estudios universitarios y haber trabajado durante seis años en una increíble empresa de Monterrey, decidí regresar a mi ciudad natal en 1993. Recién llegado a Aguascalientes, tomé la decisión de comenzar el despacho que dirijo hasta ahora.

Aunque tenía claro que la mercadotecnia era a lo que me quería dedicar el resto de mi vida, no visualizaba lo que implicaría hacerlo. Uno de los primeros retos fue consolidar dos áreas: la asesoría en mercadotecnia y la venta de artículos promocionales. En ese entonces, la telefonía celular estaba en su etapa de lanzamiento y tener un aparato de comunicación era todo un lujo; además, el internet estaba recién entrando al mercado con el anuncio de que el mundo sería otro cuando todas las personas tuvieran acceso a él.

Los negocios se hacían con el dinero en efectivo o con cheque, las transacciones bancarias eran para las grandes compañías y solo el dinero que traías en la bolsa o que tenías en tu cuenta de banco era lo que hablaba de ti. Sin el recurso necesario para iniciar un negocio, me hice a la idea de que vender asesorías en mercadotecnia sería fácil.

Pasaron siete meses para que sonara el teléfono de mi oficina con la llamada de un cliente, era una dentista que quería que le hiciera sus tarjetas de presentación. Mi frustración fue enorme: tanta preparación, tan buen trabajo que tenía en Monterrey, las bondades de recibir un excelente sueldo, todas las comodidades y relaciones que tenía… para que me solicitaran ese tipo de trabajos. Mi ilusión era atender a empresas que quisieran mejorar sus ventas.

Con los artículos promocionales no me fue nada bien. Un cliente me solicitó que le vendiera 10,000 piezas que debería importar. La venta estaba hecha y yo feliz, firmé un pedido que me daría la entrada de dinero más importante de mi vida. Al momento de pagarle al proveedor, el dólar se disparó de 3.80 a 11.50 pesos. El único bien material que tenía en ese momento era mi auto y lo tuve que vender para cumplir con mi cliente. Una vez más me pregunté: “¿Qué estoy haciendo aquí?”.

Confieso que sí hice las tarjetas de presentación; esa dentista tenía un hermano empresario que ocupaba una asesoría. Ahí comenzó todo.

Existe una balanza dentro de cada uno de nosotros que nos indica cuánto pesan las cosas buenas y las malas que hacemos día con día. Todo el tiempo recibimos reclamaciones de los clientes, de los proveedores, de la familia; cada uno de ellos ve sus intereses y sus pensamientos, no les importa lo que deba hacer uno para mantenerlos contentos. En el fondo de todo esto, qué importante y qué difícil es tener los pies en la tierra; el perder el piso es abrir la primera puerta que conduce a la arrogancia y de ahí, al fracaso.

Quiero referirme al caso de esta edición, al fundador de Agroestime, Héctor Rodríguez Bernal, como un ejemplo de perseverancia. Bien se lo aseguró a su esposa, cuando lo despidieron de su trabajo y le exigieron la cartera de clientes que tanto se había tardado en lograr: “esta es la última vez que trabajo para alguien”.

Hay algo maravilloso que forja a un emprendedor testarudo: las metas, la seguridad en sí mismo, la garantía de buscar los recursos para lograr los sueños y la compañía de una gran familia; estoy convencido de que ser empresario no es para cualquiera.

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