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Rosa Isela Olmos: la materia y los afectos

Los cuatro elementos se comunican en la cerámica de alta temperatura, pero hay uno que guarda la última palabra: “Confías en tu conocimiento para que todos los elementos te lleven a un fin, porque tienes la tierra, el agua, el aire, pero te doblegas ante el señor fuego. Él tiene la última palabra”, comparte Rosa Isela Olmos, ceramista y docente en el Centro de Artes y Oficios del Instituto Cultural de Aguascalientes.

Formada en los talleres en donde ahora es titular, su trayectoria vital no ha sido fácil. Siendo la mayor de sus hermanos, tuvo que trabajar en labores de costura para apoyar a su madre cuando quedó viuda. Con el transcurso del tiempo, casada y siendo madre de dos hijas, puso en la balanza: un trabajo de jornada completa o el tiempo con su familia. Decidió por un punto medio.

A la par de su labor como instructora para niños, en áreas de carpintería, textiles y cerámica, el Centro le ofreció una beca para seguir su formación en los talleres. Cuando arrancó el curso de cerámica de alta temperatura en 2007, encontró un espacio donde podía desarrollar habilidades y acercarse a reacciones casi alquímicas.

Gracias a su personalidad cálida e inquieta, y a la formación del maestro Arturo Muñoz, se le presentó un mundo, o más aún, la posibilidad de los descubrimientos constantes en el mundo de la cerámica. A partir de 2011 fue auxiliar del taller y encargada de producción; posteriormente fue nombrada titular y la inquietud no cesa: “no sé si sea una necesidad de buscar algo tuyo o de ir buscando hasta que encuentras algo que dices, ‘nunca lo imaginé, nunca me lo esperé, pero qué hermoso’”, remarca.

En esos años asistió a cursos y talleres con ceramistas reconocidos como Alberto Díaz de Cossío, Juan Quezada, Cecilia Castro, entre otros, así como un curso en España. Ha participado en varias ocasiones en el Premio Nacional de la Cerámica y le ha abierto las puertas del taller a muchas personas, con la hospitalidad de regalarnos a mí y a Diego, el fotógrafo, lecciones sobre confiar, creer y desprenderse.

Así nos comparte sentencias que alguien como Gaston Bachelard, ese filósofo de la poesía y los elementos, hubiera aprobado: “Tú y la arcilla. Tú y la pasta. No hay nadie. Solo tú y tú. Nada más. Entonces, vamos a crear”.

La arcilla, esencia de lo prioritario

El ritual comienza desde el momento de la entrada. Afuera el mundo; adentro del taller, sólo el cuerpo y la materia.

“Te vuelves sensible al hacer esto y, como ya estás limpio de tanto cochambre, de repente sientes el impacto del dolor ajeno o que la persona está cargando cosas. Les digo: ‘vamos a dejar. Todo lo dejan allá afuera, en el árbol que está ahí’. Aquí es de la puerta para adentro”, comparte.

En un rincón, hay diversos costales con la arcilla necesaria para hacer la pasta. Caolín, sílice, feldespato, arcilla Old Mine y carbonato de calcio son los componentes esenciales. Entre la diversidad, se trata de encontrar la proporción adecuada. Si bien existen muchas, en el Centro de Artes y Oficios se utilizan dos: la fina y la refractaria.

La refractaria se usa más para esculturas, ya que conserva un acabado poroso y pequeños puntos de “arena” que se pueden observar en el acabado de las piezas. En cambio, la fina es comúnmente usada para losa ya que es “muy cerradita, muy sedosa, muy suave; lo que da un acabado liso y sin porosidad”, señala Rosa Isela, y es la que yo utilicé en mi experiencia en el torno.

El torno, donde danzan el agua y el aire

Con la dosis precisa de agua, ya con la pasta preparada, es tiempo de acercarse al torno. Al encenderlo, la pasta cobra vida: se trata de encontrar su forma, de hacerla emerger. Agua en torno a las manos. Las manos y la materia en el torno. Sólo tú frente al entorno.

Cada tanto, hay que humedecerse nuevamente. Las manos expertas de Rosa Isela moldean y mis intentos a cada tanto se fragmentan. Así nos pasa a Diego (el fotógrafo) y a mí.

“La pieza es tan frágil: si le pongo más o menos agua, o si le doy un apretoncito de más, ya no existe. Con un apretón, con una distracción, se pierde todo en un instante. Lo maravilloso y mágico de aquí es que lo puedes volver a hacer. Puedes volver a empezar desde el inicio. En la vida ya no”, señala.

Mojar las manos, centrar la pasta, tener firmeza en las manos y dar la forma que se quiera. Rosa Isela menciona que, por lo regular, se abren y se levantan las paredes como si se hiciera un cilindro. Recomienda cerrar los ojos y permitir el encuentro con uno mismo: recordar que tenemos un cuerpo.

“Cierras los ojos y empiezas a enseñarte a sentir. De repente no sabemos sentir o no sabemos qué tanto presionamos a punto de destrozar. Cierras los ojos y empiezas a hacer una conexión hermosa contigo mismo”, afirma.

Esta noción de sentir, menciona, se refuerza cuando intervienen manos, piernas y cabeza. La dificultad está en la sincronía y hacerlas trabajar en conjunto.

“Todos tenemos mucho apego, pero hay personas que tienen más. Entonces les digo: ‘‘Preocúpense cuando van a hacer un hijo, porque si lo echas a perder ya no hay vuelta atrás. Aquí no. Lo desbaratas y vuelves a empezar, señala.

Los esmaltes, una alquimia del color

En el taller también se enseña a los estudiantes a realizar los esmaltes: “Cuando tú los haces, sabes qué le pones, por ejemplo, titanio, sílice, carbonato de calcio, óxido de cobre, carbonato de cobalto”, comparte.

Las piezas terminadas se dejan secar, después se someten al horno en su primera quema, llamada “sancocho”. Ya con las piezas cocidas, se puede sumergir en el esmalte: un “proceso certero y rápido”.  Todo el camino requiere muchas bases: lo fundente y lo no fundente, sus combinaciones, lo alcalino, etc. También se usan distintos métodos, colores, fórmulas, guías e intenciones.

Vas buscando con la alquimia eso que no sabes. Tienes un ligero conocimiento de qué pueden combinar, pero, si yo pongo una pieza blanca cerca de una que tiene cobalto, al momento de cocer, el cobalto irradiará a la pieza blanca y va a quedar un poquito sombría. Entonces, ya se transformó el color de una pieza con otra”, comparte.

La experimentación nunca concluye. Por ejemplo, Rosa Isela Olmos -fanática declarada del turquesa mate- menciona que en la actualidad está probando con un esmalte semimate, que genera un chorreado medio metálico. Por más preparación y conocimiento que se tenga, siempre hay sorpresas. Varias piezas en el horno con los mismos procedimientos y materiales generan resultados distintos.

“Todo eso tienes que estarlo buscando. Y aún así, una combinación con uno o con el otro, te da sorpresas diferentes”, se maravilla.

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El horno o la última palabra del señor fuego

Cuando tú no buscas, es más lindo, porque lo que llega a ti, lo recibes con todo eso divino, así como con tu vida. Vas manejando tu vida de manera de lo que tú quieres, pero no sabes qué interviene aquí y acá. Luego se transforma totalmente drásticamente o a favor”, afirma.

La última palabra la tiene el señor fuego, como le llama cariñosamente Rosa Isela Olmos. En el taller del Centro de Artes y Oficios se utiliza una temperatura de 1222°C o un poco más (1230°C). Una temperatura alta, no tanto como la de la porcelana, pero tampoco como la de la arcilla tradicional, que es de 1000°C: un intermedio.

El fruto será impredecible: “todo hace un compendio para que el fuego lo transforme en sus propios colores. Por eso, en lo personal, a mí se me hace mágico”.

Hay gente que se aferra y se nota en las piezas. Las trauman desde antes de soltar y recibir ese amor. Aquí es como la vida misma. Tienes un conocimiento más o menos, o exacto, pero el señor fuego te lo cambia todo. Y eso es mágico. Eso fue lo que me cautivó de aquí: que nada de lo que te propones puede ser 100% seguro”, comparte.

Un equilibrio, un refugio

Agradecida por encontrarse donde está, generosa al expresarse y al mostrar todo el proceso en el taller, Rosa Isela Olmos está feliz de saber que la búsqueda continúa. El camino no fue fácil, desde su historia familiar hasta el arduo proceso de aprendizajes, pero llegó a su lugar correcto:

“Aquí yo creo que encontré ese equilibrio de que puedes volver a hacer las cosas. Y haces lo mejor de ti sin tener un resultado certero”, comparte.

En la visita, nos habló sobre el desapego, los equilibrios, el agradecimiento, lo impredecible, el oficio y el esfuerzo, pero también de la materia, los refugios, el cuerpo y lo elemental; compartió algunos verbos clave: confiar, entregar y soltar. Es tiempo de partir del taller. No seré (al menos por ahora) ceramista, pero entiendo (intuyo) el sentido de refugio que Rosa Isela Olmos encontró (y construye) en su taller con sus elementos.

“Cuando llegas aquí te digo: ‘probablemente no aprendas a hacer cerámica a la primera, pero sí vas a aprender a desprenderte de lo material’”, concluye. Gracias y hasta la próxima.

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