En las conversaciones sobre el arte zacatecano se enlistan nombres relevantes incluso en la escena internacional. Los hermanos Rafael y Pedro Coronel, son una dupla indispensable cuando se recuerdan a los creadores de la ciudad de cantera y terruños rojizos. Sus obras tienen un estilo inconfundible en el que son visibles las motivaciones personales y la maestría creadora.
A manera de homenaje recorremos la trayectoria de Rafael Coronel, el más joven de los hermanos, yerno del muralista Diego Rivera y elemento fundamental de la historia de nuestro estado. De resistirse al llamado del arte, hasta tener su propio museo, siempre atendió a sus intuiciones y fluyó con su destino.
Una luz al centro del lienzo
Rafael Coronel Arroyo nació el 24 de octubre de 1931 en la ciudad de Zacatecas. El precedente artístico era de familia, pues su abuelo y hermano demostraron talento para éstas. Aun cuando al principio sus intereses se encaminaban hacia otras posibilidades como el fútbol o la arquitectura, la pintura siempre lo acompañó como complemento.
Realizó sus estudios preparatorios en el Instituto de Ciencias de Zacatecas. Luego se trasladó a la Ciudad de México con el objetivo de enlistarse como jugador del América, aunque a su padre le dijo que estudiaría contaduría. En 1952 demostró su talento al ganar el Concurso de Artes Plásticas del Instituto Nacional de la Juventud con un cuadro peculiar de crayolas sobre cartón, a cambio recibió una beca para matricularse en «La Esmeralda», Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado del INBAL.
En 1954 Carlos Mérida, pintor que reconoció la chispa de Rafael, lo recomendó con Inés Amor, directora de la Galería de Arte Mexicano, lo que dio la pauta para que expusiera sus obras en el recinto. Antes de la llegada de la década de los sesenta, Rafael ya había expuesto en el prestigioso Museo del Palacio de Bellas Artes, acción que repetiría tres veces más.
Salas de Estados Unidos, América Latina, Europa e incluso Asia, recibieron las obras del artista zacatecano, en individual y colectivo. Miles de ojos se posaron en sus creaciones validando el talento que ostentaba, llevándolo cada vez más lejos de la escena local para inmortalizarlo en la internacional.
Además del reconocimiento de sus espectadores, Rafael también consiguió algunas distinciones internacionales como reconocimiento a sus creaciones. En 1965 recibió el Premio Córdoba en São Paulo, Brasil; 10 años más tarde obtuvo el Primer Premio en la Bienal de Tokio, Japón.

Contar la vida a través de la pintura
Respecto a su estilo pictórico, los especialistas lo catalogan como “uno de los más contundentes representantes del nuevo expresionismo en la plástica mexicana”. Asimismo, es posible catalogar su obra en dos etapas: “una figurativa, desde sus inicios hasta 1960 y, la segunda, a partir de los años setenta, abstracta, caracterizada por un inusitado manejo del color y la luz”.
Sus obras son el resultado del conocimiento de las corrientes contemporáneas, pero también de los artistas más representativos de la historia. El fuerte acercamiento que tuvo Rafael Coronel a la arquitectura es visible en su forma de concebir la pintura. Más allá de haber llevado sus representaciones a gran escala con el muralismo, se permitió plasmar la esencia del pueblo como reflejo de su historia y, a su vez, como el resultado de su propia experiencia. Según expone la Galería Mónica Saucedo en su «statement»:
“En la imaginería de Coronel viven sombríos monjes, frailes, santos, muertos y demonios que se debaten entre la realidad y la fantasía en un universo crudo y a la vez poético. La influencia de grandes maestros europeos como Goya, Rembrandt, Ucello y Vermeer está presente en la mayoría del trabajo de Coronel, particularmente el tenebrismo de Caravaggio”.
Tanto para especialistas como para aficionados del arte resaltan las construcciones casi oníricas de las obras, sobre todo las realizadas hacia el final de su existencia. Son la materialización de la ruptura del canon, lo cual es visible en sus colores ocres y azulados con sombras pronunciadas y rostros de aflicción.
Haber estado en contacto con la vida intelectual del país durante una época de reconocimiento de sus propias capacidades, marcaron los motivos recurrentes en la obra de Rafael. Cantantes, músicos, pintores y personajes emblemáticos de la cultura formaban tertulias que se prolongaban hasta donde las ideas dejaran de fluir, entre charlas interminables y convivencia.
Ya que «eternidad» sólo se saborea al ignorarla, Rafael decidió alejarse de la vida pública al acercarse a la vejez. Durante sus últimos años trajinó entre las comunidades indígenas y pueblos pequeños de Oaxaca, Guerrero y Morelos, donde volcó su vida a la contemplación de rincones resguardados por el tiempo y la adquisición de piezas especiales de artesanías.

La aparición tangible de la memoria
Durante su historia Rafael Coronel demostró una capacidad impresionante para las colecciones personales. El 5 de julio de 1990 se fundó un museo con su nombre y en el que se invitaba al público a conocer el resultado recopilatorio del artista.
La colección ostenta más de 16 mil piezas (máscaras, dibujos, objetos prehispánicos, cuadros y títeres). Está ubicado en el ex Convento de San Francisco, un sitio que se construyó en la capital zacatecana entre los siglos XVI y XVIII. Tras la entrega del nuevo milenio se ampliaron las instalaciones y acervo en colaboración con el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Cabe destacar que la exhibición de máscaras llama la atención al ser la más grande del mundo. Además las paredes contienen obras de Diego Rivera. Debido a su trascendencia cultural y jardines frontales, el Museo Rafael Coronel invita a cruzar el umbral hasta su interior, a dejarse cautivar por la bóveda celeste y perderse en sus laberínticas salas.