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¿Qué periódicos merece Aguascalientes?

Como  buena parte del país, Aguascalientes es un estado lleno de contradicciones. Por un lado,     presumimos tener plantas industriales muy modernas y ser, por poco, el ombligo del mundo; pero por otro, muchos de nuestros hábitos cívicos, culturales o educativos pertenecen, más bien, al siglo XIX y muestran un atraso lamentable de nuestra parte.

Por esta razón, no es una casualidad que Aguascalientes se ubicara en la posición 25 de 78 zonas metropolitanas evaluadas en el reciente Índice de Competitividad Urbana.

2014 del IMCO, esto en la variable llamada “Sociedad incluyente, preparada y sana”, la cual mide el número de espacios culturales, empresas socialmente responsables, visitas a museos, universidades de calidad y rendimiento académico.

Para ejemplicar esto,  solo véase lo que pasa con los diarios locales.

En los últimos meses, esta revista ha solicitado el cumplimiento de varios requisitos a quienes colaboramos con ella: entregar los escritos a tiempo, mantener una determinada extensión de   los artículos a publicar, no plagiar otros textos, no hacer copy & paste y, finalmente, verificar   datos y citar fuentes. No es para nada un esfuerzo menor; pero es un caso raro, diría único, de buenas prácticas editoriales que, mucho me temo, ninguna otra publicación impresa observa en   Aguascalientes. Más bien, sucede todo lo contrario: la falta de profesionalismo y rigor son las notas que los caracterizan y las pruebas, por desgracia, son cotidianas.

Más allá de los intereses económicos que subyacen en el comportamiento de muchos editores, que son, por supuesto, notorios y groseros; el primer problema de esta falta de ética, desde  el    punto de vista profesional, consiste en la carencia de responsabilidad por parte de propietarios y editores: no hay uno solo que se tome la molestia de contrastar, verificar, confirmar la información con otras fuentes que permitan asegurar su veracidad. Antes bien, y el caso penal de Reynoso Femat lo evidencia, deliberadamente se dedican a ocultar noticias o manipular hechos relevantes para el interés público.

El segundo problema es la ausencia de una guía de criterios editoriales, aspecto que ya ha sido cubierto por numerosos periódicos y revistas del mundo. Como ejemplo, tenemos el libro de estilo del diario español El País, el cual contiene un conjunto de normas que no solo garantizan rigor informativo, sino también, como dice Alex Grijelmo (coordinador de la edición más reciente de este manual), permiten cumplir el contrato ético y estético que se tiene con los lectores. En este libro hay reglas claras sobre verificación de datos; contraste de noticias; consulta previa a personas que son perjudicadas por alguna información; exposición de posturas divergentes; respeto al honor, la intimidad y la propia imagen; pluralidad de opiniones; uso correcto del idioma; coherencia en el léxico y rectificación de errores.

La tercera dificultad responde a que el periodismo que pretende ser profesional debe superar el latiguillo de publicar cualquier barbaridad en nombre de la libertad y la independencia.  Ahora, además, se debe ser riguroso e innovar. Para lograrlo, por ejemplo, puede solicitarse la incorporación de los llamados fact checkers, es decir, personas encargadas de rastrear errores en los textos, verificar datos y corregirlos, si es el caso; todo con el fin de asegurar exactitud y no dar al público gato por liebre.

Hace tiempo, The New York Times pidió un artículo al escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, quien relató que tras la entrega de su texto deben haberle enviado 25 o 30 correos electrónicos en los que editores del gran diario norteamericano le pedían aclaraciones, correcciones y precisiones antes de la publicación de la pieza.

No cabe duda que la verificación de los hechos se ha convertido en un verdadero arte en muchos medios, los cuales poseen equipos bastante numerosos para realizar la revisión de datos de todo tipo: estadísticas, denominaciones correctas, entre muchos otros más. De hecho, según la revista de periodismo de la Universidad de Columbia, el semanario alemán Der Spiegel tiene el equipo de fact checkers más grande del mundo, conformado por 80 personas.

Todo eso, desde luego, aquí no pasa. Cualquier declarante puede decir lo que desee y ningún periódico se encargará de comprobar si lo dicho es cierto o no. Peor aún: no existe la mínima posibilidad de ejercer el derecho de réplica en contra de información falsa, ni hay diario alguno que haya incorporado la figura del defensor del lector, el cual representa la voz y mirada de quienes reciben datos distorsionados o falsos.

Como cuarta contrariedad, la cual es verdaderamente exasperante, está la confusión entre información y opinión. Todos los días, las llamadas columnas políticas (un género ya en desuso en cualquier parte) se dedican a mentir de tomo a lomo, pues en realidad, son una suerte de correo privado entre el autor y sus destinatarios, por lo que, con frecuencia, solo son escritas para conseguir algún tipo de prebenda o negocio.

En suma, las ciudades modernas y exitosas en México y en el mundo suelen contar no solo con una docena de plantas industriales impresionantes, sino también con una buena vida cultural de la que forman parte, sin duda, los periódicos.

Mucho progresaría el estado si los empresarios mediáticos, editores y periodistas colgaran en sus oficinas el sorprendente anuncio publicado por el periódico londinense The Times en ssu bicentenario: para hacer un buen diario solo «hay que informar, percibir, planear, explorar, descubrir, investigar, buscar, calcular, desenredar, probar, analizar, edificar, comprobar, antecedentes, buscar en las fuentes, evaluar, volver a verificar, sopesar, autentificar, sintetizar,    perfilar, ponderar, apreciar, juzgar, reflexionar, predecir, elogiar, aplaudir, deplorar, testificar, avisar, explicar, desmitificar, clarificar, examinar, ilustrar, advertir, aseverar, asombrar, entrevistar, confirmar, corregir y publicar”.    

¿O acaso es mucho pedir en el estado del progreso?

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