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¿Qué pensar sobre el Bitcoin?

Por: Marcos Daniel Arias Novelo, Analista económico de Monex

Bitcoin ha regresado a ser objeto central de conversación esta semana. ¿El motivo? Durante la jornada del miércoles, una serie de movimientos surrealistas llevaron a la principal criptomoneda a ubicarse 24% debajo de su nivel de apertura. Después, registró una recuperación de más de 20% en cuestión de un par de horas.

Esta dinámica sentó los elementos para reencender el nutrido debate entre quienes auguran un futuro dorado para la criptomoneda y quienes alertan de una potente burbuja especulativa.

Independientemente de los posicionamientos, en el centro de esta disyuntiva se encuentra la pregunta de cuál es el fin último de Bitcoin. La criptomoneda surgió en 2008 como una alternativa digital para realizar transacciones entre los usuarios de manera descentralizada; es decir, sin la regulación de un Banco Central (y sujeta solo a las disposiciones del algoritmo que determina su producción). El salto a ser interpretada como el sustituto natural de las monedas que actualmente empleamos fue inevitable.

En ese sentido, desde sus inicios, el potencial de Bitcoin se asoció con su capacidad para introducirse en los sistemas económicos, monetarios y financieros del mundo. Podríamos pensar que el éxito o fracaso de su cotización de mercado refleja fundamentalmente el cumplimiento de este propósito.

Si volteamos a ver a la mayoría de los activos financieros esa es la lógica dominante; por ejemplo, el valor de las acciones de una empresa automotriz tendría que crecer en el tiempo si las ventas de vehículos, los márgenes de utilidad y la capacidad de innovación también crecen. Sin embargo, en el caso del Bitcoin, la discusión parece quedarse solo en los movimientos tan abruptos y las historias de gente que se ha hecho literalmente millonaria con las “monedas” que adquirieron hace unos años.

Probablemente la razón sea que, a diferencia de sus espectaculares rendimientos, la criptodivisa tiene poco que ofrecer al evaluar su propósito subyacente. Desde hace algunos años, existe un consenso entre los economistas sobre los obstáculos que enfrenta Bitcoin para cumplir con las tres funciones básicas de lo que conocemos como dinero:

  1. Ser un depósito de valor.
  2. Servir como unidad de cuenta.
  3. Facilitar el intercambio de bienes y servicios.

La volatilidad de las recientes semanas explicita las complicaciones que enfrentan los primeros dos propósitos. Incluso, al analizar un periodo de tiempo más amplio, el Bitcoin palidece ante el refugio histórico de valor (el oro), pues su volatilidad durante el primer trimestre de 2021 fue de 87% (frente al 16% del metal dorado).

Por otra parte, la velocidad para ejecutar transacciones con la criptomoneda está limitada a 7 eventos por segundo (menos del 1% de las capacidades registradas por Visa y MasterCard en 2021). Esto minimiza las probabilidades de que pueda ser empleada como un medio de cambio efectivo.

A estas barreras se suman otras que no son menores, como la impresionante huella de carbono (actualmente la extracción de un Bitcoin requiere de la energía equivalente al consumo de 2 años de un hogar estadounidense) y la facilidad que tienen las organizaciones criminales para operar con ella.

De esta manera, aunque el surgimiento y apogeo de las criptomonedas es un punto de quiebre en la historia de las tecnologías financieras, la perspectiva fundamental de Bitcoin no acompaña los movimientos que hemos observado en los meses recientes. Por ahora el fenómeno debe observarse solo desde la óptica de un instrumento altamente especulativo.

No descarto la posibilidad de que en el futuro Bitcoin u otras criptomonedas encuentren la forma de sortear los retos que les impiden trascender en la realidad económica. Por ahora, se requiere de gran temple, disposición para absorber riesgos y liquidez de sobra para involucrarse en esta aventura.

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