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¿Qué hace ricos a los ricos?

Hace cuatro años, apareció El capital en el siglo XXI, uno de los libros más comentados en las últimas décadas, cuyo autor es el economista francés Thomas Piketty, quien proponía que el problema de la desigualdad en el mundo debía ser atacado mediante una política fiscal que gravara mucho más a los ricos y procediera, por esa vía, a una mejor distribución del ingreso. La idea, por supuesto, no es nueva; pero en su momento sacudió la discusión académica.

Desde que el estudio apareció, muchos se han preguntado: ¿por qué un libro de economía con casi setecientas páginas en sus ediciones en español e inglés y cerca de mil en francés; repleto de datos estadísticos, gráficos y fórmulas matemáticas que normalmente ahuyentarían a cualquier lector no familiarizado en los arcanos de la ciencia lúgubre; y publicado en un tiempo en que la libertad económica y el mercado parecían ser el evangelio más o menos indiscutido, provocó en el campo de las ciencias sociales un debate intelectual inédito y se convirtió, al menos para sus prosélitos, en una suerte de verdad revelada y, para algunos líderes políticos, en una “válvula de oxígeno” para impulsar reformas en el campo tributario o de la deuda externa? ¿Por qué, en suma, ha sido tan analizado, polémico y controvertido?

Porque independientemente de la posición que se tenga frente al problema de la desigualdad en el mundo y los argumentos que se esgriman sobre cómo mitigarla, estamos ante un trabajo empírico, casi una meditación, impregnado de consideraciones morales e impulsado por un marco teórico, el cual centra la discusión del crecimiento económico y la distribución de la riqueza en algunos instrumentos para reducirla. Es decir, como sostiene Piketty sin disimulo: “cuando la tasa de rendimiento del capital supera de modo constante la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso, el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles, arbitrarias, que cuestionan de modo radical los valores meritocráticos en los que se fundamentan nuestras sociedades democráticas”.

Sus adeptos elogian que haya puesto el foco en la política pública y el reparto del ingreso, es decir, en la hipótesis de que los impuestos progresivos, que graven concretamente el patrimonio y la riqueza heredada y tengan un efecto redistributivo, pueden ser una poderosa fuerza para limitar las desigualdades. Sus contradictores piensan en cambio que la falta de igualdad responde a cambios tecnológicos, a la capacidad de innovación, a los aumentos en productividad y a la formación de un capital humano de altísima calidad mediante la educación, que incentive el emprendimiento, el ahorro y la inversión, una posición con la cual yo coincido plenamente.

Sea como fuere, el hecho es que de los casi 7,300 millones de habitantes que hoy pueblan el planeta, menos del 1 por ciento posee activos por más de 1 millón de dólares y es evidente que esto plantea una asignatura pendiente, la cual recae en el viejo dilema de combatir la pobreza o crear y distribuir riqueza.

Justo para eso son las ideas, las propuestas y los datos del libro de Piketty: para pensar, reflexionar, debatir y actuar, con mente refinada y sofisticación analítica, ante un problema real que requiere respuestas efectivas.

Sobre la capacidad de predicción y juicio de los economistas se ha dicho mucho; pero sobre el destino de libros notables en las ciencias sociales, un poco menos. Hace veinte años, aparecieron dos obras señeras: The clash of civilizations, de Samuel Huntington, y The end of history and the last man, de Francis Fukuyama. El primero fue recibido con severas críticas desde el campo de la corrección política y el anhelo de la integración multicultural; no obstante, hoy ha vuelto a leerse más que nunca. El segundo fue saludado como la confortable epifanía del final de una era y el anuncio de otra feliz y estable, pero en la actualidad pocos se acuerdan de él.

¿Cuál será el destino de El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty? No lo sabemos; sin embargo, por ahora demuestra que al fin, como quería Keynes, la profesión del economista se ha ganado la reputación de gente modesta y competente.

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