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¿Por qué se comprometen los trabajadores?

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Enrique entraba todos los días a su fábrica, estacionaba su carro en el estacionamiento para empleados, no en el de gerentes y en el largo camino hacia los hornos, saludaba a todos con un efusivo abrazo o un fuerte apretón de manos. Tenía para todos y cada uno de sus empleados una palabra de cariño o reconocimiento y a veces, hasta les gastaba alguna broma que los hiciera sentir bien.

Acostumbraba invitar a los gerentes a su casa, en donde rodeado de sus nueve hijos, servía a todos como sus mejores amigos, incluyendo todos los jefes del gremio.

En estas difíciles circunstancias en donde toda empresa en Argentina era acorralada por los gremios, la empresa de Enrique jamás sufrió una huelga. Todo lo solucionaba con dulces palabras considerando el mejor beneficio para todos.

Enrique era tan querido por sus empleados que el día que enfermó de gravedad y necesitó donantes de sangre, se agolparon más de 250 personas en la sala de la clínica donde estaba internado. Su médico particular expresó “jamás vi tanta gente donando sangre”. Pero lo admirable de esta gente fue que, a pesar de que la ley los permitía regresar a sus hogares, todos sin excepción volvieron a trabajar.

Su jefe los necesitaba.

Cuando Enrique se recuperó y regresó al trabajo, citó a toda la planta para su discurso de agradecimiento. En este dijo emocionado “hoy he cumplido mi sueño, corre por mis venas, sangre de obrero”.

Enrique había estudiado en Harvard y estaba al frente de Cristalerías Rigoleau pero el sueño de toda su vida no era ser un gran jefe sino que él siempre había querido ser “uno más” como el resto. Le gustaba dirigir desde las trincheras y no desde un palco protegido.

Enrique fue un jefe inolvidable e insuperable. Durante los años difíciles en Argentina no sólo no despidió ni a un solo empleado sino que además hizo inversiones a pérdida para poder dar trabajo a más familias.

El estar cerca de los empleados le daba una ventaja que otros gerentes o directores como él no tenían. Él conocía en profundidad los problemas de cada uno y de sus familias y se preocupaba por ayudarlos de corazón sin esperar nada a cambio.

¿Cómo dirigimos nuestra empresa? ¿Conozco los nombres de mis empleados, sus problemas, sus situaciones familiares? ¿Conozco sus más profundos sueños y anhelos incumplidos?

Si no conozco esto de mi colaborador, entonces jamás lograré compromiso de su parte.

A veces nos preocupa más el llamarlo “colaborador” que trabajador porque tememos que nos tilden de inhumanos o soberbios, tenemos cuidado en denominar “Gestión de Talento” al departamento de Recursos Humanos, porque los humanos no son “recursos”.

Nos cuidamos de tantas cosas para no incurrir en faltas sociales o incumplimiento de leyes de protección, etc. pero quizá descuidamos el mayor y más básico de los respetos que es al ser humano mismo, a su vida y a la de su familia.

La verdad al desnudo es esta. Si quiero respetar a un colaborador, debo empezar respetando lo que él ama y respeta, debo comenzar a conocerlo y amarlo como persona. Porque nadie en su sano juicio se compromete por dinero. Puede ser que trabajemos por dinero, pero ¿comprometernos?, ése es otro tema.

La gente se compromete con gente. La visión humana de una compañía compromete porque los colaboradores asumen una responsabilidad con un proyecto que aporta a la sociedad, hace una diferencia y le da sentido a sus vidas. No se comprometen con la visión en sí misma sino con la humanidad que reside en ella. Por esta razón, la raíz de todo compromiso es siempre humana.

Preguntémonos, ¿Cuánta gente vendría a la clínica a dar sangre por mí? y ¿cuántos volverían a trabajar luego, sabiendo que pueden irse a sus casas?

Las personas damos nuestro esfuerzo y nuestro tiempo por dinero pero nos comprometemos por cariño a una visión humana que nos mueve, nos motiva no sólo a trabajar sino a vivir alegres haciéndolo y esperamos morir haciéndolo.

Enrique logró no sólo una rotación cero durante toda su gestión sino que, a fin de cuentas, también logró la mejor rentabilidad en su fábrica; y esto, en la mayor crisis Argentina de los últimos 50 años.

Enrique Shaw falleció de cáncer el 27 de Agosto de 1962 pero sus memorias viven en las vidas de todos aquellos a los que amó.

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