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¿Por qué las elecciones norteamericanas son un asunto doméstico para México?

Para el mundo en general, particularmente para México y Canadá, las elecciones presidenciales de EUA son un asunto de política interior. Veamos algunas razones.

Desde principios de los noventa, los gobiernos de Salinas y Zedillo alentaron una nueva relación con el vecino del norte, lo cual se tradujo en excelentes resultados a nivel presidencial y en eventos decisivos para México (la firma del TLC o el paquete de rescate financiero de 1995). Asimismo, el reconocimiento de que un mundo globalizado –conectado por nuevas tecnologías, la influencia mediática, el comercio y las finanzas– modificó las pautas de comportamiento en la política internacional. Y, finalmente, la nueva configuración mundial, que se produjo con el fin de la Guerra Fría, se integró por una gran superpotencia, tres o cuatro potencias regionales, numerosos nuevos actores (como las multinacionales y las ONG) y una nueva agenda internacional en la que algunos de sus temas centrales requieren un enfoque multilateral.

«México comparte con EUA más que una frontera de 3,000 kilómetros»

Desde ese enfoque, el punto sensible es el de la relación EUA-México. A pesar de que el tema es muy estudiado, que la mayoría de la población mexicana tiene un pariente “del otro lado” y que casi todos los medios nacionales tienen corresponsales en el país vecino, la percepción del vínculo entre ambas naciones no ha tenido un cambio en nuestra sociedad en cuanto a su significado geográfico, político y económico. En otras palabras, nada ha logrado crear en la opinión pública mexicana una pedagogía que permita entender la naturaleza, relevancia y complejidad de esa relación.

«México no tiene, ni tendrá en muchísimos años, una relación tan crucial y estratégica como la forjada con su vecino del norte. Esto conlleva la exigencia de tomar decisiones, asumir posiciones claras y definirse sin ambigüedades»

México comparte con EUA más que una frontera de 3,000 kilómetros. Cada año cruzan unos 250 millones de personas por los 43 puntos fronterizos; en EUA viven y trabajan alrededor de 30 millones de mexicanos, población que envía regularmente remesas por más de 20,000 millones de dólares al año; y cada día, la república mexicana exporta 1,000 millones de dólares a los mercados norteamericanos.

Esos indicadores son evidencia contundente: México no tiene, ni tendrá en muchísimos años, una relación tan crucial y estratégica como la forjada con su vecino del norte. Esto conlleva la exigencia de tomar decisiones, asumir posiciones claras y definirse sin ambigüedades.

¿Puede un país de mediano desarrollo darse el lujo de ignorar una realidad geopolítica y económica de semejante alcance que lo vincula con la nación más poderosa del planeta? Respuesta obvia: México necesita una profunda innovación de carácter cultural, educativo y psicológico para entender a cabalidad que la defensa y promoción de los genuinos intereses nacionales pasa, inexorablemente, por modernizar la percepción de lo que significa su política con EUA.

«Quien piense, a estas alturas, que el beneficio nacional se defiende mejor manteniendo el aislamiento comete un error de perspectiva»

Si los precedentes son útiles para explicar la política internacional, algunos países no siempre suelen escoger el papel que les toca en el mundo. Con frecuencia, una variedad de factores los colocan ante la necesidad de enfrentarse, sin desearlo, a circunstancias, momentos y situaciones determinadas.

Los EUA no se preguntaron si debían o no encabezar a los aliados para liberar a Europa del nazismo o para ocupar y reordenar Japón tras la Segunda Guerra Mundial: simplemente asumieron su participación. Hay algo de determinismo y mucho de realismo en el reconocimiento de que toda nación, en coyunturas específicas, debe definir su interés y el lugar que quiere ocupar en el mundo. Quien piense, a estas alturas, que el beneficio nacional se defiende mejor manteniendo el aislamiento comete un error de perspectiva.

Si la política exterior es una variable de la política interna y si el ejercicio soberano de esa política no depende de estridencias o demagogia, sino del desarrollo integral, competitivo y equitativo del país, la defensa de los intereses nacionales consiste en asegurar que esos objetivos se alcancen. A ello debe dirigirse la política exterior.

El México actual no es el de 1821, que buscaba consolidar la Independencia; el de 1910, que aspiraba al reconocimiento internacional del régimen; el de 1940, que intentaba neutralizar los saldos de la expropiación y sacar ventaja de la Segunda Guerra; el de los años 50 y 60, que se ufanaba de una “relación especial” con EUA; ni el de los años 70, con su activismo ineficaz y estéril.

El México del siglo XXI debe tener claras sus prioridades estratégicas en un mundo distinto al de hace décadas; moverse con mayor confianza, asumir responsablemente su papel en el escenario hemisférico y aceptar que una parte sensible de su desarrollo interno está ligado, ineludiblemente, a la naturaleza y eficacia de sus relaciones con EUA. Así de simple.

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