Icono del sitio Líder Empresarial

¿Por qué hay estados que sí funcionan?

En la historia económica de Aguascalientes, al menos hasta la primera mitad de los años setenta del siglo pasado, hay poco que destacar o, mejor dicho, nada. Era un estado minúsculo, sin mayor visibilidad, sin recursos naturales ni grandes extensiones de tierra cultivable, lejos de la frontera norte y de las zonas costeras, y ubicado en una zona semiárida poco propicia para actividades primarias de gran productividad. Pero como la virtud suele ser hija de la necesidad, esas mismas limitaciones crearon condiciones para que, varias décadas más tarde, se convirtiera en uno de los estados más exitosos del país.

A diferencia de otros con cacicazgos políticos vigorosos como San Luis Potosí, Jalisco, Tabasco, Veracruz, Coahuila y casi todo el norte del país, entre otros, en Aguascalientes tampoco hubo hombres fuertes con pedigrí revolucionario por la sencilla razón de que, salvo la elección un tanto fortuita de la capital para realizar la Convención de 1914, el estado no tuvo mayor protagonismo en la Revolución. En parte por ello careció de liderazgos locales o de una clase política potente hasta fines de los años sesenta y principios de los setenta, cuando algunos políticos aguascalentenses, bajo el alero de los presidentes Díaz Ordaz y Echeverría, empezaron a figurar en la Ciudad de México, sobre todo para gestionar recursos y obras públicas.

Como muchas otras entidades, Aguascalientes era totalmente dependiente de la Federación en materia de inversión y finanzas públicas, según lo documentó Linda S. Mirin, una investigadora norteamericana que con el apoyo de la Fundación Ford recaló en el estado para hacer su tesis doctoral en Harvard en 1964.

La académica describió que la situación económica del estado era poco menos que trágica, entre otras causas porque su productividad era de las menores del país, sus condiciones en el sector agrícola eran muy desventajosas, su PIB industrial per cápita era unas 18 veces más bajo que el de la Ciudad de México, los escasos empresarios locales no invertían en otra cosa que no fueran “gastos suntuarios y acaparamiento” y llegó a una conclusión casi catastrófica: Aguascalientes es un estado industrial “sólo por equivocación” y como Ferrocarriles Nacionales había decidido abandonar las máquinas de vapor y reparar las de diésel en otro estado, los talleres estaban próximos a despedir a seis mil trabajadores: “con esta suspensión de empleados y la inminente reducción del programa de trabajadores agrícolas migrantes (‘braceros’) de Estados Unidos, las consecuencias sociales del estancamiento de Aguascalientes, ahora críticas, se volverán intolerables”.

De hecho, el estado entró en una fase de “desindustrialización relativa”, tal como la llamó el investigador Arnoldo Romo, y el sector secundario pasó de participar con 60% del PIB total en 1940, a 25% en 1970.

Sin embargo, lo que sucedió después transcurrió por otros caminos. ¿Por qué? Las razones son varias. La primera es que, particularmente desde la Administración del profesor J. Refugio Esparza Reyes, el estado entendió que no tendría ninguna posibilidad de avanzar en medio de las crisis macroeconómicas de 1975 y 1981-82, si no era a través de la captación de inversión privada nacional y extranjera que entonces buscaba localizaciones más novedosas y adecuadas, que tuvieran buenas vías de comunicación y gobiernos amigables.

La segunda es que, al estilo de la tradición corporativa mexicana, Aguascalientes ofrecía paz laboral (por entonces inexistente en lugares como Morelos o Tamaulipas) y estabilidad política (alterada por el terrorismo en entidades como Nuevo León y Jalisco), niveles aceptables de seguridad y un entorno social sin grandes contrastes ni desequilibrios. La tercera es que la llegada de nuevas inversiones también produjo un cierto recambio de perfiles, energía y generaciones en el liderazgo empresarial local que, acostumbrado a la economía cerrada y el favor o la complicidad gubernamental, se había vuelto improductivo.

La cuarta es que, con el traslado del INEGI y el crecimiento de sus instituciones de educación superior, en especial la UAA y el ITA, se empezó a generar mejor capital humano. Y una quinta razón es que, con la transformación radical que vivió la economía mexicana a partir de la apertura y la firma del TLC con EUA y Canadá, Aguascalientes aprovechó muy bien sus ventajas competitivas, de hecho las potenció, principalmente en el clúster automotriz y en otras empresas en sectores de punta, y usó esa transición para desplazar actividades económicas de bajo valor agregado en renglones como el textil, confección y vestido, por ejemplo.

Esa combinación de factores le permitió al estado abordar otras cuestiones más sofisticadas en las políticas públicas como emprender una reforma educativa de carácter estructural; una mucho mejor expansión de infraestructura urbana, sobre todo en vivienda, carreteras y vialidades; una administración gubernamental más eficiente, y una mayor complejidad productiva en renglones como maquinaria, electrónico y en cierta medida agroindustrial.

La suma de todo lo anterior explica en buena medida que Aguascalientes haya registrado tasas de crecimiento económico altas y sostenidas de alrededor del 5 por ciento promedio anual prácticamente desde 1995 y que su aportación al PIB nacional aumentara del 0.98 por ciento en 1993 a 1.34 por ciento en 2018, último dato del INEGI disponible.

Y ahora, ¿qué sigue? Como el crecimiento no es exponencial ni automático y está sujeto a una serie de circunstancias tanto nacionales como internacionales, Aguascalientes se encuentra en un momento en el que deberá pensar y articular muy bien, con un gran volumen de información, datos y evidencia de calidad, su planeación del desarrollo para las siguientes dos décadas en la que deben destacar, en primer término y en el contexto de la crisis que el actual gobierno federal heredará al país, su mapa de navegación para blindar al estado de las graves consecuencias que esto tendrá en materia económica y política.

En segundo lugar, alinear gradualmente los nuevos sectores productivos que pueden ser los pivotes fundamentales para una segunda ola de crecimiento y que no son otros sino los relacionados con la economía del conocimiento y la Revolución Industrial 4.0.

Finalmente, emprender un diseño y una formulación de políticas públicas que aseguren el equilibrio, la cohesión social y la eficacia en los pilares centrales para un desarrollo sostenible, entre las que sobresalen una educación pertinente y excelente, una prestación de servicios públicos de alta calidad y oportunidad, desde el agua hasta la movilidad y el medio ambiente, y una seguridad pública que garantice a los ciudadanos su derecho más básico: vivir en paz en un sentido integral. Y todo ello, desde luego, bajo un liderazgo político preparado, moderno, honesto y efectivo.

De retroceder en todas estas condiciones indispensables para el desarrollo, Aguascalientes habrá dilapidado una historia de éxito construida en las últimas décadas y seguirá el mismo camino que muchos otros estados fallidos en México.  

Salir de la versión móvil