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¿Por dónde empezar la normalización?

En diversos espacios he insistido en que la anticipación de una verdadera catástrofe a nivel global ha sido de tal magnitud que no se encuentran argumentos técnicos o evidencias suficientes, por fortuna, de que así vaya a suceder en efecto. Sin embargo, esto no quiere decir que en unos meses el mundo regrese a la normalidad como si nada hubiera pasado. La cuestión reside, entonces, en encontrar el punto de equilibrio y por ende tomar las decisiones correctas.

Para empezar, la responsabilidad más urgente e importante en el corto plazo consiste en seguir tomando las medidas suficientes y oportunas para estabilizar la emergencia sanitaria, controlar la expansión de la pandemia, mitigar los contagios y las muertes, y, por supuesto, informar al público con veracidad, precisión y credibilidad. Al menos esto es lo que están haciendo todos los gobiernos competentes, profesionales y sensatos como Japón, Vietnam, Nueva Zelanda, Dinamarca o Uruguay. Huelga decir que México, lamentablemente, no califica en esa categoría.

Una vez que esté relativamente superada la pandemia o que seamos capaces de convivir con ella en condiciones razonablemente seguras hasta en tanto la investigación dé con una solución científica efectiva, México, o por lo menos el abanico de estados ordenados como Aguascalientes, necesitarán tres cosas: crecer, crecer y crecer.

Hasta ahora las estimaciones de los economistas parecen muy malas pero su verdadera dimensión no la sabremos quizá hasta el tercer trimestre del año, y es cuando el país va a necesitar con verdadera urgencia una batería de políticas de corto plazo que defiendan el empleo formal o permitan recuperarlo, estimulen la demanda, brinden total certeza y atractivo a la inversión privada nacional y extranjera, entre otras cosas, y luego emprender otras de carácter estructural que impulsen la productividad, la innovación y la competitividad de la economía.

Con suerte, por la naturaleza de esta crisis económica y aun considerando que ya veníamos muy mal desde el año pasado, podamos empezar a ver cierto crecimiento al final del año. Por supuesto, no se dará por generación espontánea si no se corrige una serie de decisiones internas y si no aprovechamos ciertas externalidades como, por ejemplo, la sorpresiva creación de 2.5 millones de nuevos empleos en Estados Unidos en mayo o el repunte de las ventas minoristas en ese país que registraron un aumento del 17.7%, después de tres meses de caídas, hasta alcanzar ventas totales de más de 485 mil millones de dólares, parte de los cuales son seguramente importaciones desde México.

En el lado contrario, los estados deberán estar conscientes de que la reputación internacional de México ha caído a su nivel más bajo desde hace unas tres décadas. Y no sólo es que los medios de comunicación más influyentes y serios en el mundo critiquen con justificada dureza el desempeño del presidente y de su gobierno, sino que ahora otros indicadores confirman esta pésima percepción.

Dos ejemplos: uno es el reporte anual de competitividad de la escuela suiza de negocios, Institute of Management Development, que ubicó a México en el lugar número 53 (sobre 63 países), atribuyendo este resultado al mal desempeño económico, la baja eficiencia gubernamental y la infraestructura. El otro es el Índice de Confianza de Inversión Extranjera Directa que hace la consultora Kearney, que sacó a México de la lista de los 25 destinos más atractivos para invertir, mientras que en 2013 o 2015 había alcanzado la novena posición. Aguascalientes y otras entidades deberán hacer un extraordinario esfuerzo de promoción y reputación para diferenciarse del resto del país.

En tercer lugar, es obvio que en tiempos de crisis la disyuntiva no es gastar más o gastar menos, como erróneamente supone el gobierno de Morena, sino cómo se asignan inteligentemente los recursos disponibles. Y en este sentido, la inversión pública, y desde luego también la privada, tiene que estar orientada hacia aquellos renglones que tengan un impacto directo en el crecimiento general de la economía y en especial de sus sectores más dinámicos, que ya no son, por cierto, los tradicionales.

Se entiende que provisionalmente haya que tender una red de protección hacia los más afectados por la crisis, pero esto no es sostenible en el tiempo ni tampoco ayuda a una recuperación robusta y productiva de la economía. Véase el ejemplo de España, que no es una potencia automotriz como México, cuyo gobierno decidió inyectar más de 4 mil millones de dólares para aumentar la producción de vehículos eléctricos, así como capacitar la fuerza laboral tras la pandemia, y subsidiar la compra de vehículos particulares.

En cuarto lugar, hay que reiterar que lo que no hagan los estados, es decir, sus gobiernos, empresarios, sindicatos, universidades y el conjunto de la sociedad, nadie más lo hará por ellos. A estas alturas la única forma de defenderse ante la maquinaria de destrucción en que se ha convertido el gobierno federal consiste en reunir las mejores condiciones jurídicas, financieras, institucionales y económicas para evitar que esa plaga invada y dañe la estabilidad de las entidades y en este sentido los gobernadores jugarán un papel decisivo.

Finalmente, 2021 será un año crucial en el sentido político porque hay elecciones para renovar la cámara federal de Diputados, quince gobiernos estatales y una gran cantidad de congresos locales y municipios, entre ellos los de Aguascalientes. El escenario óptimo es que la oposición concurra de manera unificada, pero en cualquier caso modificar la composición de esa cámara e impedir que Morena gane los comicios estatales es, de lejos, lo mejor que puede pasarle al país, aun en el supuesto de una legislatura sin mayorías. Que ello ocurra depende básicamente de ejercer ciudadanía y hacer todo lo necesario para proteger y preservar las instituciones, la democracia, el régimen de libertades y el estado de derecho en México.

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