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Ojos que no ven, corrupción que se siente

Elizabeth Pérez-Chiqués

Por: Elizabeth Pérez-Chiqués y Oliver Meza

“Intangible, borroso, incomprensible”… Con esas palabras, una estudiante de licenciatura describió el concepto de la corrupción. Un concepto del cual se habla tanto y que es tan abusado en el discurso político, que se torna casi incomprensible.

La palabra “corrupto” se despliega en contra de oponentes políticos o de poblaciones particulares. Hay acciones que son “corruptas” cuando las realizan ciertos grupos y justificables para otros. Se utiliza la “corrupción” como justificación para cancelar programas. El solo uso de la palabra parece a veces ser suficiente como prueba, sin requerir de mayor evidencia. 

Pareciera que todo es corrupción y que, a su vez, nada lo es. 

La corrupción puede definirse como el uso y abuso de la autoridad y el poder del Estado para desviar recursos públicos de cualquier tipo para satisfacer intereses privados o grupales. Representa un fenómeno social de gran complejidad, que intentamos simplificar en los diagnósticos de corrupción y en los índices más utilizados. Pero eso puede llevarnos a políticas mal concebidas o con poca posibilidad de éxito, pues en el proceso de simplificación perdemos muchos elementos contextuales que ayudarían a definir estrategias:

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En contextos como los gobiernos municipales, donde la corrupción puede que no sea la excepción sino la regla —lo que se conoce como corrupción sistémica—, resulta más difícil identificar, entender y mucho más complicada de atender.

Identificar

El proceso de normalización que se da en estos ambientes dificulta reconocer las prácticas como corruptas. Es el “uso y costumbre”, la manera en que siempre hemos trabajado o la forma en que usualmente interactuamos con el gobierno. Es tan común, que ya ni lo notas.

Esto aplica tanto a las prácticas de oficiales y empleados gubernamentales como a las de las personas cuando interactúan con sus gobiernos. También a las de grupos empresariales, iglesias y organizaciones de la sociedad civil, etc. 

Entender

Por tratarse de prácticas muchas veces normalizadas y sostenidas por prácticas muy aceptadas, son difíciles de reconocer y de entender. Se nos dificulta reconocer nuestro rol en el sistema y cómo nuestras acciones abonan al mismo. No vemos cómo nuestro uso de palancas o cómo nuestras contribuciones o trabajo político por un candidato con la expectativa de recibir decisiones, trabajos o favores a cambio, refuerzan estilos de gobernar que no abonan al bien común y deterioran la calidad de los servicios.

Empleados y funcionarios municipales con quienes hemos hablado identifican la presión externa que ejercen diferentes grupos como un factor que abona grandemente a muchos vicios dentro de la administración pública municipal y que incide en las prácticas de recursos humanos, contrataciones y otorgamiento de permisos y de contratos. 

Atender

En ambientes de corrupción sistémica y normalizada, los instrumentos establecidos para el control de la corrupción pueden capturarse fácilmente y utilizarse para simular políticas anticorrupción y legitimar a las autoridades de turno (ver aquí).

Además, decisiones y acciones gubernamentales que podrían clasificarse como corruptas son legalizadas, tornándolas en un tipo de corrupción que muchas veces ni se identifica ni se cuestiona.


Aunque los grandes escándalos de corrupción muchas veces capturan la atención pública, la corrupción en los gobiernos municipales debería ocuparnos mucho más por el alto costo que representa (ver aquí), por la importancia del buen funcionamiento del nivel de gobierno local y porque podemos estar directamente implicados sin siquiera reconocerlo.

Esto nos da la oportunidad de repensar nuestros modos de actuar y buscar maneras alternas de apoyar a nuestros gobiernos locales, para que estos, a su vez, nos apoyen a todos, especialmente a nuestras poblaciones más vulnerables.

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