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«No, señor presidente, no tiene derecho a fallarnos».

El primero de diciembre, como un hito histórico para el país, la izquierda mexicana se hizo de la presidencia de México. Un triunfo histórico también para Andrés Manuel López Obrador quien, después de 12 años de intentarlo, tomó protesta como Presidente de la República. Una jornada llena de emotividad sin duda alguna; por una parte, la de millones de personas que dieron su voto a López Obrador con la esperanza del cambio, por otra, la de los otros millones que no le votaron y se encuentran expectantes, escépticos e incluso preocupados por el devenir del país. Y, por qué no, la de quienes ven en la salida de Peña un cambio en sí mismo.

En la primera parte de su discurso como presidente de México, Andrés Manuel hizo un certero diagnóstico sobre la compleja situación del país y en cómo la política neoliberal ha profundizado la pobreza y la desigualdad, forzando a los mexicanos a la migración. Señaló que no existe un equilibrio entre las cifras macroeconómicas y las millones de personas que viven en situación de pobreza. Resaltó el grave problema de corrupción que existe y el incremento que tuvo en el último sexenio, todo esto ante un ex presidente Peña Nieto que se mostraba en momentos cómplice, en momentos incómodo y en momentos ausente.

El discurso de López se centra en dos objetivos: acabar con la corrupción y la impunidad. Determinó la creación de una Comisión de la Verdad para “castigar” a los funcionarios responsables de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, pero a la vez, señaló que el perdón es la vía de la reconstrucción social y reafirmó su voluntad de no investigar a los funcionarios de gobiernos anteriores, aunque esta decisión –como muchas otras- dependerán del pueblo. Habría que cuestionarle los limites entre la “indulgencia” y la impunidad.

Es notorio que, estando acompañado a su derecha del presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y a su izquierda del presidente de la Cámara de Diputados, no hiciese mención alguna de la importancia que éstos poderes tienen en la “cuarta transformación”. En el discurso de Amlo el poder legislativo es un medio para llevar a cabo sus proyectos y no una parte fundamental para el equilibrio de los otros poderes. También estuvieron ausentes las autoridades locales y los organismos autónomos, excepto el Banco de México. Tal parece, siguiendo su discurso, que él es la clave fundamental para la transformación del país.

El resto de su intervención recordaba mucho a lo dicho en campaña, no hubo nada novedoso. Se reafirmó en su idea que el combate a la corrupción generará los ingresos suficientes para llevar a cabo las políticas públicas que pretende, dejando claro que no habrá un aumento de impuestos. Esto último continua alimentando la incertidumbre respecto de cómo y dónde, verdaderamente, se obtendrán estos recursos económicos.

Posterior a la toma de protesta ante el Congreso de la Unión, Amlo lo hizo ante sus simpatizantes, acompañado de algunos representantes de los pueblos indígenas quienes le hicieron entrega de un bastón de mando y, a través de sus rituales culturales, le dieron su protección y visto bueno. A consideración personal, el “Amlo Fest” mas que una fiesta por la democracia y cambio de régimen, era una fiesta personalizada: la de un hombre que va a salvar a todo un país.

Desconozco si existen cifras de cuántos de los más de 400 pueblos indígenas acudieron, también desconozco si han podido debatir con López Obrador el proyecto del Tren Maya que, al menos las comunidades indígenas zapatistas, han considerado una amenaza para sus pueblos; o sobre la militarización que tanto ha daño ha hecho a las comunidades indígenas, principalmente a las mujeres quienes han sufrido la violencia sexual como medio de represión colectiva y que ha sido severamente condenada por los Sistemas Internacionales de Protección de los Derechos Humanos.

En el discurso quedaron ausentes las mujeres. No formaron parte de las políticas públicas específicas que presentó y que sí incluían a otros colectivos en situación de vulnerabilidad, si acaso el somero reconocimiento del aumento de los feminicidios –como parte de su descripción del problema de violencia-. Esta omisión es relevante en tanto que, por primera vez en la historia de México, se ha integrado un gabinete paritario; sin embargo, así como en el nuevo logo del gobierno, las mujeres siguen siendo invisibilizadas.

López Obrador hizo suya una emotiva frase que le dirigió uno de sus simpatizantes “no tiene derecho a fallar”. Y no lo tiene. Ha sido él quien ha moralizado su proyecto y su propia persona, comprometiéndose a hacer las cosas distintas porque él es distinto. En su discurso le ha hablado a esa otredad mexicana, a quienes la clase política ha marginado y excluido, apropiándose de sus reivindicaciones. Se ha enfrentado a los poderes fácticos, ha perdido contra ellos y vuelto a enfrentar, y hoy que les ha ganado, no puede fallarnos.

Ha sido impresionante, y hasta emocionante, el apoyo social que recibió en la toma de protesta. Llegar al poder con esa legitimidad debe ser alentador, pero también es una gran responsabilidad política y moral. Ahora es presidente y gobierna para todas y todos, le toca ser respetuoso con las diferencias, con las disidencias y con la oposición y, sobre todo, reconstruir el tejido social evitando la polarización. Ya no está en campaña, Andrés Manuel López Obrador es presidente de México y no, no tiene derecho a fallarnos.

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