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Mujeres y política

De no suceder otra cosa, a las elecciones del próximo 5 de junio para renovar el poder ejecutivo de Aguascalientes, concurrirán (por vez primera en la historia) únicamente mujeres como candidatas de los diversos partidos políticos. ¿Por sí misma es esta una buena noticia? Veamos.

Se ha puesto de moda, desde hace unos años, un discurso que establece que del mero hecho de pertenecer a un determinado género (mujeres en este caso) pueden derivar otro tipo de valores públicos en términos de equidad o paridad. Esto parece socialmente saludable.

También es verdad que, en materia política, la introducción de cuotas en muchas legislaciones del mundo ha incentivado una mayor participación de mujeres en gobiernos y parlamentos. Finalmente, hay varios ejemplos recientes de gobiernos muy exitosos que han sido (o son) encabezados por mujeres en países tan diferentes como Nueva Zelanda, Taiwán, Finlandia o, el caso más extraordinario, Alemania, con la señora Angela Merkel.

Ante esta realidad notable, toda proporción guardada, ¿alcanza para suponer que automáticamente pueda replicarse en otros contextos con iguales o mayores niveles de calidad y eficacia gubernamentales? Quizá no. Basta ver, en el escenario latinoamericano, el caos que dejaron los gobiernos de Cristina Fernández en Argentina y Dilma Roussef en Brasil (quien ni siquiera pudo concluir su período); la mediocridad de la gestión de Michelle Bachelet en Chile o la autocracia personificada por Rosario Murillo, la vicepresidenta de Nicaragua.

La primera consideración tiene que ver con las distorsiones que ha sufrido ese discurso: equiparar, de manera mecánica, género con capacidad, madurez, preparación, visión o experiencia. En este sentido, parece evidente que estas han sido las principales virtudes de aquellas mujeres sobresalientes citadas —que se tomaron muy en serio su trabajo, pero no la pertenencia a un género—.

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Véase el caso de otra política legendaria y extraordinaria en Europa: Margaret Thatcher. Sus críticos la acusaban de ser el prototipo del “ejercicio masculino de la política bajo la apariencia de una mujer”, de que jamás le tembló el pulso para tomar decisiones o de que, como escribió Ángeles Cabré, una analista española, “sus únicos modelos habían sido masculinos y, en demasiadas ocasiones, ejemplos de crueles gobernantes e implacables estadistas”.

Pero Thatcher hizo del gobernar un arte, tenía una visión política y filosófica que aplicó con determinación y poderío, reformó la economía, redujo el tamaño del estado, borró a los sindicatos, privatizó empresas, controló férreamente a su partido, ganó tres elecciones y mantuvo firme su convicción —acertada— de que el esfuerzo individual y la meritocracia son las bases del progreso de un país.

Todo eso, en política, no es menor. Al contrario: como lo demostró la propia Thatcher, es muy frecuente que los liderazgos históricos (o, dicho con más propiedad, aquellos que con el tiempo merecerán ser parte de la historia) no son los que capitulan todos los días al amparo del estado de ánimo colectivo ni dependen de la tiranía de las encuestas ni se esconden en el género; son los que tienen una idea clara  de qué quieren hacer y lo hacen, aún en contra de todos los pronósticos; aquellos capaces de moldear a la opinión pública en función de objetivos políticos concretos (en lugar de ser esclavizados por ella).

Al gobernar con eficacia, lo que importa no son las notas periodísticas del día, ni el tuit ingenioso, ni la buena foto sino los logros, las cosas que cambian y mejoran la vida de la gente, y que construyen, estas sí, percepciones históricas.

La segunda distorsión, como se ve reiteradamente en la política mexicana, es que la condición de género se ha utilizado como pretexto para distraer de los aspectos sustantivos de la disputa política.

Por ejemplo, es innegable que las candidaturas del PRI o de Morena a los gobiernos estatales de Hidalgo y Guerrero no fueron definidas por el género sino por su pertenencia; en el primer caso, a determinadas redes familiares dentro de la dirigencia tricolor o, en el segundo, porque las denuncias de violación contra mujeres derribaron a la primera opción. 

El tercer elemento, como lo muestran las encuestas, es la prevalencia de un alto porcentaje de misoginia en sociedades patriarcales como la mexicana (y en realidad en muchas otras de América Latina).

Esto no se traduce solamente en violencia sino en lo que los antropólogos llaman el “supremacismo de género” que no es otra cosa sino la creencia, más arraigada en ambientes conservadores como Aguascalientes, de que para ciertas cosas los hombres lo hacen mejor que las mujeres. Más aún: dependiendo de la clase social, del nivel educativo y del grupo de edad al que se pertenezca, ese supremacismo existe incluso entre las propias mujeres. Se extiende a la percepción de que quienes pueden tener un mejor desempeño en la política no son, necesariamente, mujeres.

Por consecuencia, y este es el cuarto factor, en las elecciones de Aguascalientes el género no será teóricamente un elemento diferenciador, sino los perfiles y la oferta programática de cada cual; es decir, si todas las candidatas son mujeres, las preferencias ciudadanas estarán enfocadas en analizar quién tiene las aptitudes y competencias necesarias para hacer un buen gobierno: honestidad, capacidad, madurez, preparación, visión y experiencia, entre otras cosas. Este será el principal desafío en el diseño y la ejecución de las estrategias de campaña.

¿Cuáles son las prioridades sobre esa base? Una es poner atención microscópica en las biografías verificadas de cada candidata. Otra es revisar con lupa sus ofertas programáticas; una cosa son las frases y ocurrencias y otra, muy distinta, las soluciones concretas en políticas fundamentales como transparencia, seguridad, educación, salud y crecimiento económico. Una tercera es exigir la realización de, al menos, tres debates cara a cara —un ejercicio que suele ser de la mayor utilidad para evaluar las fortalezas y debilidades de cada una—.

En conclusión, la gran paradoja en esta ocasión es que la contienda real no será entre mujeres, sino entre personalidades, capacidades, ideas y programas. Así de simple.

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