Icono del sitio Líder Empresarial

Morir de amor

Por Alejandro Basáñez Loyola, autor de las novelas: “México en Llamas”;  “México Desgarrado”;  “México Cristero”; “Tiaztlán, el fin del Imperio Azteca”; “Santa Anna y el México Perdido”; “Ayatli, la rebelión chichimeca”; “Juárez ante la Iglesia y el Imperio” y “Kuntur el inca”. 

Las campañas para la presidencia de Pascual Ortiz Rubio  y José Vasconcelos continuaron con toda   intensidad por toda la República Mexicana. El 20 de septiembre de 1929, frente al jardín de San Fernando, se desató una trifulca entre ortizrubistas y vasconcelistas, donde hubo decenas de heridos y resultó fatalmente muerto el estudiante Germán del Campo. Esta batalla campal fue irresponsablemente provocada por el diputado Teodoro Villegas. 

Otro conato de bronca de parecidas proporciones se daría el 10 de noviembre en la avenida Juárez, donde decenas resultarían heridos, entre ellos el mismo Valente Quintana,  jefe de la Policía del Distrito Federal. Los vasconcelistas marcharon ese día 10 por las principales ciudades de la República, causando admiración y miedo entre los ortizrubistas.

Las elecciones para presidente de la República se llevaron a cabo el 17 de noviembre. José Vasconcelos, desde el cálido puerto de Mazatlán,  contempló azorado  la capacidad del PNR  para llevar a cabo, como él acertadamente dijo, el primer fraude electoral de este partido, fundado por el Jefe Máximo, Plutarco Elías Calles. El robo de casillas,  amenazas y golpes a los seguidores del partido opositor, compra de votos y voluntades, se apreciarían por primera vez en esta ocasión y se harían cosa común en las futuras elecciones presidenciales del siglo XX, todas ganadas por el PNR o PRI, futuro nombre con el que se daría a conocer el partido. 

También puedes leer:

 —Siento asco por el robo electoral que hemos sufrido, Antonieta. En todos lados se habla de la contundencia de mi triunfo —externó Vasconcelos, sentado cómodamente en una silla de mimbre en la terraza de un hermoso hotel en el puerto de Guaymas. En su mano derecha sostenía una fresca y sudada botella de cerveza XX. 

Antonieta Rivas Mercado, vestida con un impecable vestido blanco y con un elegante sombrero del mismo color, miró con tranquilidad a su amado, mientras se refrescaba del bochornoso calor del mar de Cortés con un fino abanico de pedrería; después dijo:

—El Plan Vasconcelista está terminado, y a tiempo, como me lo pediste. Ahora sólo necesitas publicarlo y esperar en el extranjero, como ahí claramente lo indicas, a que miles de adeptos se te unan para levantarnos en armas. 

Vasconcelos miró sorprendido a Antonieta. Su famoso Plan Vasconcelista estaba listo y sin embargo no contaba ni con seguidores ni armamento para emular a Carranza con su Plan de Guadalupe. Cómo le hubiera sido útil en ese momento Gorostieta y su ejército. Era una pena para él que Enrique Gorostieta hubiera sido asesinado y la paz firmada entre el Gobierno y el Clero.

Vasconcelos, con mirada preocupada, concentró su atención en el punto I de su incendiario Plan Vasconcelista:

«I. Se declara que no hay en la República más autoridad legítima, por el momento, que el señor licenciado José Vasconcelos, electo por el pueblo en los comicios del 17 de noviembre de 1929, para la presidencia de la República. En consecuencia, serán severamente castigadas las autoridades, inclusive los miembros del Ejército, que sigan prestando apoyo al gobierno que ha traicionado el objeto para el cual fue creado.»

 —Tenemos que conseguir armas en el extranjero, Tonieta.

—Suena muy bien, Pepe, ¿pero con qué dinero? 

—¿Ya no te queda suficiente para invertirlo?

Antonieta rio con sarcasmo ante su terrible realidad. Toda su herencia, incluyendo la de sus hermanos,  había sido casi en su totalidad invertida en la causa perdida de Vasconcelos. El escucharlo decir que si había más por invertir, la puso al borde de una crisis nerviosa.

—Me he quedado sin dinero, Pepe. Lo que me queda es para una modesta sobrevivencia y con la obligación imperiosa de empezar a trabajar, y pronto. 

Vasconcelos se acercó para abrazarla, tratando de calmarla.

—Todo tu dinero será recuperado ahora que triunfe con mi Plan Vasconcelista. Sólo necesito un poco de tiempo para organizar desde los Estados Unidos un pequeño ejército  y marchar hacia la capital como lo hizo Madero desde Ciudad Juárez o Carranza desde Coahuila.

—¡Pepe! 

Vasconcelos quedó helado con el grito de su asesora de campaña.

—No estoy arruinada. Te tengo a ti. Nos tenemos a ambos y podemos empezar de cero a construir lo que hemos perdido. Sólo perdí dinero, no a ti, que eres lo más importante en mi vida.

Te puede interesar:

Vasconcelos quedó pasmado con las palabras de Antonieta. En su interior sabía que el amor hacia su Antonieta era directamente proporcional a su chequera. Sin dinero, el supuesto amor que los unía,  sería tan fuerte como un hilo de araña. Los meses por venir sostendrían sólidamente este hecho. 

El Plan Vasconcelista  fue un rotundo fracaso. Ningún militar o potencia extranjera lo apoyó, al igual que a su expatriado líder.  Vasconcelos se convertiría por años en un desterrado por el gobierno mexicano y no regresaría al país hasta ser llamado de nuevo por el presidente Manuel Ávila Camacho para  dirigir la Biblioteca Nacional. 

Antonieta Rivas Mercado acompañó por unos meses  a Vasconcelos en su obligado exilio por los Estados Unidos. Juntos pasaron un agradable tiempo en California. A mediados del año, convencida del total fracaso de la revuelta vasconcelista y habiendo perdido la patria potestad de su hijo Donald, regresa clandestinamente a México para sacarlo del país con un pasaporte falso. Para el escape en avión, cuenta con la ayuda de su incondicional amigo, el hábil piloto Manuel Talamantes, con el que vuela de Veracruz a Nueva Orleans. En ese puerto americano se embarca a Francia, donde la esperaba su amado Vasconcelos.

Al reencontrarse de nuevo, el amor y el dinero se habían agotado. Vasconcelos, indiferente al cariño de Antonieta y apenado por su quiebra económica, decide alejarse de ella en brazos de una candente francesa.

En París, el 11 de febrero de 1931, quince meses después de las fallidas elecciones vasconcelistas, en completa ruina económica, perseguida por la policía por el secuestro de su hijo, detestada por sus hermanos por la lapidación de su herencia y sin el amor de Vasconcelos, Antonieta decide reventarse el corazón de un certero balazo con la pistola de Vasconcelos, en plena misa en la sagrada Catedral de Notre Dame.  

 

Salir de la versión móvil