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#MeToo

El #MeToo es un hashtag mediante el cual muchas mujeres, principalmente actrices, comenzaron a visibilizar sus experiencias de violencia sexual en el trabajo. Esta campaña que se popularizó en EEUU a finales del año pasado provocó un gran impacto internacional, pues evidenciaba una realidad que sufren millones de mujeres en el mundo y, muy importante, las voces que denunciaban las agresiones eran de mujeres poderosas.

En México el #Metoo y la visibilización de las experiencias de las mujeres comenzó hace unos días, pero el resultado no ha sido el mismo. Por una parte, un sector de la sociedad ha criticado la falta de profesionalismo y seriedad por parte de los medios en esta campaña y otra parte se ha centrado en deslegitimar a las mujeres que se han atrevido a denunciar. Para mí el que esta campaña no esté funcionando como lo hizo en EEUU tiene una sencilla razón: el machismo mexicano.

Jurídicamente la violación sexual, el acoso sexual y el abuso sexual son términos distintos, pero todos estos, de acuerdo con Naciones Unidas, forman parte de la violencia contra las mujeres dentro de la comunidad. Y son, como manifestación de la violencia de género, consecuencia de las relaciones desiguales de poder que vivimos hombres y mujeres.

Somos una sociedad que se ha enfocado más en descalificar a las víctimas, en justificar las agresiones sexuales, en criticar la forma en que se ha llevado la campaña y las historias hasta ahora presentadas, en vez de reflexionar en cómo los hombres, a través del poder, han cosificado y violentado a las mujeres. Por otra parte, tampoco se ha reflexionado sobre la cultura que, hombres y mujeres, tenemos sobre la sexualidad, la belleza y la instrumentalización de estas para conseguir nuestros objetivos.

No requerimos de una ‘buena historia’ para evidenciar una realidad generalizada: todas las mujeres, al menos alguna vez en su vida, sufren alguna forma de agresión sexual en el entorno laboral, institucional, educativo o deportivo. Somos una sociedad que ha normalizado la violencia en todos los sentidos, incluida la violencia sexual que sufren las mujeres.

Estas formas de violencia, como señalan los informes sobre la violencia contra las mujeres en México, son solo la punta del iceberg que esconde una cultura y una sociedad intrínsecamente machista. El mismo machismo interiorizado que nos lleva a cuestionarnos si Karla Souza tuvo la culpa en abrir la puerta de un hotel o si merecía la agresión por ser consciente de los beneficios laborales que traería su belleza y haberlos utilizado.

Es ese machismo el que no nos permite cuestionarnos qué estamos haciendo mal para que hombres y mujeres usemos la sexualidad, principalmente la de las mujeres, como una herramienta para conseguir lo que queremos. Y sobre todo, que no nos cuestionemos la relevancia del elemento del poder en estas circunstancias, tanto para que la víctima se atreva a decir NO y a denunciar al agresor, así como para confiar en que el sistema de justicia tratará con imparcialidad al agresor, sin importar cuán poderoso éste pueda ser.

El feminismo, como movimiento social, ha surgido de la visibilización de las experiencias de opresión que a lo largo de la historia han vivido las mujeres. Ha logrado unificar distintas voces e historias para presentar una realidad general y construir a partir de esto sus reivindicaciones. La campaña del #Metoo, con todas sus imperfecciones, está haciendo eso: dando voz y evidenciando una realidad generalizada de abuso que viven las mujeres en su entorno laboral.

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