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Los tres secretos mejor guardados de Aguascalientes

Las ciudades se transforman a diario aunque no nos demos cuenta. Nuevos edificios y calles terminan por cubrir construcciones de tiempos viejos. Afortunadamente, existen vestigios que sirven como pequeñas bisagras, a través de las cuales podemos asomarnos a contemplar el pasado de la tierra que habitamos. Aquí, mencionamos tres que tal vez muchos se han topado, pero no han apreciado con detenimiento.

Arco tequitqui (Galeana esquina con Carranza)

Escondida en la cochera de la tintorería Élite, se encuentra una pieza del siglo XVII. Es un arco “tequitqui”, palabra que quiere decir: arte tributario indígena; algo usual en entidades como Tlaxcala y Morelos, pero no en Aguascalientes.

Fue José Moreno Villa quien propuso dicho término en su libro Lo mexicano en las artes plásticas. Lo usó para denominar la fusión artística que surgió cuando los frailes intentaron enseñar las artes europeas a los indígenas.

Ernesto Martínez, arquitecto e investigador, menciona que es una manifestación muy sincrética. Tiene componentes del bagaje cultural de los años en que llegaron los conquistadores. Se pueden apreciar influencias grecolatinas, medievales y un poco de renacentistas, mezcladas con el conocimiento y la cultura indígena.

En el arte tequitqui, se suelen retratar situaciones de la vida común, enseñanzas, preceptos cristianos e incluso cuestiones relacionadas con cultos prehispánicos. Son muy descriptivos, pues se hicieron en un tiempo en el que la mayoría de la gente no sabía leer.

   

Los Arquitos (Alameda)

Antes de ser el centro cultural que todos conocemos, Los Arquitos fueron el primer sitio de baños públicos en Aguascalientes. Se construyeron en mayo de 1821 con el fin de dar un servicio a la sociedad. Según Carlos Medina, historiador hidrocálido que realizó una tesis sobre el tema, no cualquiera podía pagar la entrada y, por lo general, los usaban las familias adineradas. Los baños eran proveídos de agua por medio de un acueducto que comenzaba en los manantiales de la Hacienda de Ojocaliente, ubicada a poco más de un kilómetro.

El auge de este lugar se mantuvo hasta entrado el siglo XIX. Algo que ayudó a su popularidad fue que ahí se construyó la primera alberca pública. Hoy, lleva el nombre de foro “La Puga” en honor a Antonio Puga, administrador del lugar.

Ya entrado el siglo XX, este espacio comenzó a decaer. El motivo fue que la infraestructura del acueducto era muy deficiente, pues la mayor parte del agua que transportaba se perdía en el camino. Eso ocasionó la escasez de líquido en los baños, los cuales también debían abastecer a las fuentes de la ciudad por exigencia del ayuntamiento.

En 1990, el edificio estuvo a punto de ser demolido. Fue José Luis García Ruvalcaba ─actual decano del Centro de las Artes y la Cultura de la Universidad Autónoma de Aguascalientes─ quien abogó para que se conservara. Argumentó que la construcción tenía un valor arquitectónico muy importante para el estado y para el país, pues fue levantada en una época colonial, cuando México aún era parte de la Nueva España (cuya independencia se consumó hasta septiembre de 1821).

Restos de La Gran Fundición Central Mexicana

Avenida Fundición esquina con Antiguo Camino a San Ignacio

Avenida Aguascalientes y Pedro García Rojas

En distintas épocas, la historia de Aguascalientes ha estado marcada por el arribo de grandes empresas. Una de ellas fue La Gran Fundición Central Mexicana, propiedad de la familia norteamericana Guggenheim, la cual comenzó a operar en el estado en 1895.

Instalada en un terreno de 328 hectáreas, llegó a tener diez hornos en los cuales se fundían varios metales, sobre todo cobre y plomo. Esta planta fue la primera en México que usó electricidad para el proceso de fundición.

En 1925, debido a la inestabilidad política del país, la compañía decidió emigrar a San Luis Potosí. Las deplorables condiciones de trabajo y la realización constante de huelgas, también pudieron haber influido en la decisión de llevarla a otra entidad.

Quedan pocos vestigios del complejo. Uno de ellos es una columna de color blanco, ubicada en la esquina de la avenida Fundición y el Antiguo Camino a San Ignacio. Se trata de la parte más pequeña de la puerta que indicaba la entrada a los hornos y maquinaria de La Gran Fundición Central Mexicana.

Otro es la base de la chimenea de uno de los hornos. Está localizada a un costado del segundo anillo, frente a lo que se conocía como Cerro de la Grasa, un barranco donde se vertían los desechos de la fundición. De toda la maquinaria que marcó aquella época industrial, es la única pieza sobreviviente.

 

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