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Los enigmáticos olmecas

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INAH

Por: Alejandro Basáñez Loyola

Autor de las novelas de Ediciones B: México en Llamas;  México Desgarrado; México Cristero; Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca; Ayatli, la rebelión chichimeca; Santa Anna y el México Perdido; Juárez ante la iglesia y el imperio y Kuntur, el Inca de Lectorum.

Cuando contemplamos las colosales cabezas olmecas es imposible pasar por alto sus rasgos africanos, pero, ¿cómo podemos pensar en africanos en América, cuando se supone que vinieron al continente después de la llegada de Cristóbal Colón?

Los profesores Von Wuthenau e Iván Van Sertima, siguiendo las pistas dadas por Leo Weiner en su obra África y el descubrimiento de América (1922), explican cómo, en 1310, el emperador de Mali Abubakari II envió 400 barcos a través del Atlántico. Mencionan el dato peculiar de que una vez que una embarcación es atrapada en las corrientes de las islas Canarias, es automáticamente propulsada hacia el archipiélago caribeño. 

Van Sertima llevó a cabo una exhaustiva investigación y escribió en 1976, They Came Before Columbus. Mostró contundentemente que muchos hombres negros habían hecho viajes a las Américas, e incluso levantado asentamientos ahí, cientos de años antes de que Colón irrumpiera en las playas de las Bahamas en 1492.

Si esta adelantada población negroide en verdad llegó a las costas de México, seguramente ellos fueron los olmecas, los habitantes de la Tierra del Hule. 

Tanto su llegada como desaparición en tierras de Tabasco y Veracruz son un misterio que hasta la fecha no ha sido revelado. En una zona tan húmeda, pantanosa y llena de vegetación, mucho de lo fabricado y construido por ellos se ha desintegrado con el paso del tiempo.

La piedra es la única sobreviviente que demuestra la existencia de alguna civilización. Un bloque de granito sobrepasa en dureza y resistencia a cualquier material donde el hombre desee dejar un mensaje para la posteridad. De aquellos hombres de aspecto negroide, cabello rizado y labios prominentes no quedan más que unas cuantas ruinas, así como diecisiete cabezas colosales que parecen llevar cascos de astronauta.

Entre las muchas contribuciones por las que se considera a los olmecas como la “cultura madre de Mesoamérica” tenemos los primeros edificios ceremoniales, construidos con una arquitectura bien pensada; una estructura social capaz de construir grandes obras; el dominio de un estilo artístico definido (presente tanto en obras pequeñas como monumentales); el dominio de la talla de piedras de gran dureza; la práctica de un ritual fundamental para ellos (el juego de pelota); así como el desarrollo de sistemas calendáricos y de escritura.

La ciudad olmeca más antigua fue San Lorenzo. Tras el declive, su lugar fue ocupado por La Venta, a la que siguió Tres Zapotes. En el 700 A.C., construyeron la primera pirámide en la Venta, una ciudad que albergó hasta 18 mil habitantes.

Conocidos como la Gente del Hule, mezclaban el jugo de la ipomoea alba con el látex de Castilla para crear hule. Lo utilizaban de diversas maneras en sus objetos personales, como la pelota de goma con la que practicaban tlachtli —su religioso juego de pelota—. Se han encontrado más de dos mil canchas en toda Mesoamérica.

Fabricaban una especie de asfalto para sellar sus botes de madera: prueba de que eran navegantes de mares y ríos. Poseían conocimiento en manejo y control del agua, algo muy importante en una zona surcada por cientos de pequeños ríos y lagunas, así como una gran costa, puerta hacia el océano Atlántico.

También crearon el chocolate bebible, una bebida deliciosa y energética que fue heredada a otras culturas. Domesticaron al perro y controlaban la apicultura. Eran fervientes adoradores del jaguar.

Crearon el primer calendario, el calendario solar de la cuenta larga, así como la brújula: la emplearon en la orientación de sus templos, con una desviación de ocho grados —dirigidos al norte magnético y no al norte geográfico—.

Contaban con escritura; prueba de ello es el famoso Bloque de Cascajal, descubierto el 25 de abril de 1999. Se compone de 62 símbolos, glifos o pictogramas, lo que demuestra que se comunicaban por un código escrito similar al de Hammurabi.

Varios expertos hablan sobre un hombre barbado conviviendo con los olmecas, leyenda repetida también con los mayas y toltecas.    

Independientemente de provenir de América o de África, es un hecho que fue la primera cultura de Mesoamérica, y sobrevivió por siglos (de 1200 al 400 A.C.) en la intrincada y entonces inexpugnable selva mexicana. Al igual que otras culturas, admiraban e idolatraban a extraños seres increíbles venidos de un mundo ajeno y desconocido. 

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El hecho de que también se les conozca como la “Gente Jaguar” es por la extraña adoración que profesaban a este felino sagrado de la jungla. Muchas figurillas y estatuillas encontradas presentan a un felino humano, una extraña bestia con cuerpo humano y cabeza de felino. ¿Era acaso este dios Jaguar un viajero del espacio, un semidiós que pasó un tiempo entre los olmecas y luego partió hacia las estrellas para nunca volver?

En el palacio del rey Asurnasirpal, en las ruinas asirias de Nimrud en Irak, hay un impresionante relieve de un feroz dios con cabeza de jaguar, semejante a los idolatrados por los olmecas. ¿Acaso este dios felino se paseaba indistintamente entre Asia y México, influyendo profundamente en ambas culturas?

Cuando uno observa una de las monumentales cabezas olmecas se queda pasmado, y se pregunta, ¿quién era aquel extraño hombre del casco? 

Estas siniestras testas tienen un peso entre 20 y 40 toneladas. Alcanzan hasta tres metros de alto y están talladas en enormes rocas de basalto. Según los arqueólogos, cuentan con una antigüedad de más de tres mil años.

Otro enigma es el traslado de las rocas hasta la zona donde fueron encontradas las cabezas. La cantera más cercana de donde los olmecas podrían conseguir las piedras era la Sierra de los Tuxtla, una zona volcánica situada en la zona sur de Veracruz —a unos 70 kilómetros de donde fueron halladas las cabezas—. 

Ahí hay una gran cantidad de rocas idóneas para esculpir cabezones de basalto (estos mega bloques fueron lanzados durante la erupción de algunos de los volcanes locales).

Teniendo en cuenta que una de esas piedras pesa un mínimo de 20 toneladas, y que no conocían la rueda, surge la gran pregunta: ¿cómo diablos las transportaban?

La opción lógica de transporte son los famosos troncos; es decir, un camino de rodillos interpuestos para minimizar la fricción y hacer que se deslice mejor la roca. 

En un ejercicio para probar esta idea, se necesitaron 20 hombres intercalando troncos y empujando una roca de tan solo media tonelada. Quedaron atorados en una ciénaga a unos cuantos metros del punto de partida; sin contar que, en esa zona, si algo había en abundancia eran ríos, pantanos y ciénagas.  

¿Qué se necesitaría para mover una roca de 40 toneladas? No dudo que esta proeza se pueda realizar, simplemente el transporte es el menor de los misterios. Quiénes fueron y qué pasó con los olmecas son preguntas más profundas e importantes que el cómo movieron y esculpieron rocas sin instrumentos metálicos ni medios de transporte adecuados.

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