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Los asombrosos mayas

Por: Alejandro Basáñez Loyola

Autor de las novelas de Ediciones B: México en Llamas;  México Desgarrado; México Cristero; Tiaztlán, el Fin del Imperio Azteca; Ayatli, la rebelión chichimeca; Santa Anna y el México Perdido; Juárez ante la iglesia y el imperio y Kuntur, el Inca de Lectorum.

Si los olmecas nos sorprenden con su desaparición de las selvas tabasqueñas, lo mismo podríamos decir de los mayas, ubicados en la península de Yucatán, el sureste mexicano y Centroamérica. Esta adelantada cultura prefirió vivir en lo más intrincado y profundo de la selva que disfrutar los beneficios de una ciudad ribereña.

Aunque la visualizamos como una civilización en general, no era un pueblo unificado sino varias ciudades-estados con alianzas y enemistades. Su periodo clásico o de consagración artística, política y militar fue del 250 d.C. al 900 d.C.

Extraordinarios matemáticos, asombrosamente manejaban el número cero en sus cálculos, además de observar el movimiento de los astros. Sabían sobre la existencia de Neptuno y Urano, inclusive calculaban sus movimientos.

Su cultura era muy avanzada. No utilizaban la rueda, aunque sí sabían de ella, ya que se han encontrado juguetes con ruedas. Nos legaron el calendario más exacto del mundo. Sabían que un año en Venus dura 584 días y estimaban el año en la Tierra en 365.2420 días. El año actual, de acuerdo a modernos instrumentos de medición es de 365.2422. ¡Algo simplemente asombroso!

Está comprobado que los edificios de Chichén Itzá, Copán, Palenque y Tikal fueron edificados de acuerdo al asombroso calendario maya. En sus últimos años como civilización, los sacerdotes mayas aplicaron el calendario de cuenta larga. Este cubría un gran ciclo de 5125 años, dividido en trece ciclos de 400 años cada uno, llamados baktuns. En el año 830 d.C., el baktun número diez, no celebraron nada, lo que nos orilla a pensar que algo trágico ocurrió.

Sin una razón lógica, toda una civilización abandonó sus ciudades hacia un destino desconocido. Primero lo hizo Palenque, luego Copán y Naranjo; cerró la más importante de todas, Tikal, la ciudad maya más grande del periodo clásico.

Ciudades equipadas con lujos y lo más moderno dieron paso al crecimiento de la vegetación e invasión de insectos y animales. En pocos años, aquellas enormes moles de roca y mampostería fueron devoradas por un incontenible manto verde.

Fastuosos templos, explanadas, pirámides, estatuas y estadios fueron destruidos por la humedad, raíces y nidos de animales. Tan grande fue la destrucción que ni siquiera sobrevolando el área o caminando por ahí se distinguía que ahí hubo algo grandioso.

El éxodo maya tiene varias, pero poco convincentes explicaciones. Una argumenta que una tribu más poderosa llegó del norte y los avasalló sin misericordia. No existe ningún registro o prueba que lo demuestre, y si así hubiera sido, los ganadores por lógica habrían reclamado y poblado las ciudades conquistadas. 

Existe la teoría de que una epidemia los borró del mapa; esta tiene gran peso, pero tampoco hay una prueba testimonial. La teoría del cambio climático es poco convincente, ya que el ancho de la península de Yucatán y Centroamérica misma no lo es tanto como para dejar un lugar en sequía y otro con abundante vegetación y agua.

Cerramos con la más fantástica de todas: los mayas huyeron a las estrellas. Kukulkán regresó a la península para llevarse a todos los mayas en un arca de Noé cósmica. Tomando las teorías con seriedad y respeto, hasta la fecha no existe ninguna piedra, mural o dibujo que muestre algo parecido a un secuestro masivo.

Regresando a la descripción de unos mayas más humanos y sencillos, estos profesaban una gran admiración a la estética y cuidado del cuerpo; practicaban mutilaciones, tatuajes, deformaciones craneales y perforaciones. A los niños pequeños les provocaban estrabismo, colgando una bolita de resina en medio de los ojos.

Manejaron con maestría diversos estilos arquitectónicos como Petén, Puuc, Usumacinta y maya-tolteca, todos ellos reflejados en esculturas, estelas, pirámides, palacios, arcos y cresterías. Pinturas al fresco como las de Bonampak nos hablan del gran manejo de colores y tintas, al grado de que siglos después aún podemos contemplarlas y saber sobre su historia. En literatura nos dejaron el Popol Vuh y el Chilam Balam.

Sus principales ciudades fueron Palenque, Uxmal, Calakmul, Chichén Itzá, Tikal, Copal y Kabah. En una zona tan húmeda y boscosa como la selva lacandona, no es de sorprender que haya otras ciudades enterradas y confundidas entre la maleza.

Cuando fue descubierta, resultaba difícil tomar a la pirámide de Chichén Itzá como tal, ya que parecían un pequeño cerro lleno de vegetación. Más increíble resulta el templo de Candi Sukuh en Indonesia, una pirámide asiática idéntica, pero de menor tamaño, ambas separadas por miles de kilómetros y siglos de diferencia. La asiática fue construida en tiempos de la conquista de México, la de Kukulkán entre el 900 y 1200 d.C.

Lo curioso es que sí hubo un fin del mundo en territorio maya hace 65 millones de años. Un meteorito de diez kilómetros de ancho impactó en Chicxulub, Mérida, arrasando con casi toda la vida del planeta. Los grandes saurios perecieron en esta hecatombe, dando paso al reino de los mamíferos. La península de Yucatán y la selva mexicana encierran grandes misterios. Bajo la gruesa vegetación se encuentran ruinas y construcciones mayas esperando ser descubiertas. El Tren Maya que se está construyendo sobre la selva revelará muchos secretos y dará oportunidad de conocer más sobre esta imponente jungla.

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