Con toda intensidad, las campañas para la presidencia de Pascual Ortiz Rubio y José Vasconcelos continuaban por toda la República Mexicana.
El 20 de septiembre de 1929, frente al jardín de San Fernando, se desató una trifulca entre ortizrubistas y vasconcelistas, donde hubo decenas de heridos y resultó fatalmente muerto el estudiante Germán del Campo. Esta batalla campal fue irresponsablemente provocada por el diputado Teodoro Villegas.
Otro conato de bronca de parecidas proporciones se dio el 10 de noviembre en la avenida Juárez, donde decenas resultaron heridos, entre ellos el mismo Valente Quintana, jefe de la Policía de Distrito Federal. Los vasconcelistas marcharon aquel día por las principales ciudades de la República, causando admiración y miedo entre los ortizrubistas.
Las elecciones se llevaron a cabo el 17 de noviembre de 1929. José Vasconcelos, desde el cálido puerto de Mazatlán, contempló azorado la capacidad del PNR para llevar a cabo, como él acertadamente dijo, el primer fraude electoral del partido fundado por el Jefe Máximo, Plutarco Elías Calles.
Robo de casillas, amenazas y golpes a los seguidores del partido opositor, compra de votos y voluntades se apreciaron por primera vez. Estas prácticas se harían cosa común en las futuras elecciones presidenciales del siglo XX, todas ganadas por el PNR o PRI —futuro nombre con el que se conocería al exitoso partido—.
—Siento asco por el robo electoral que hemos sufrido, Antonieta. En todos lados se habla de la contundencia de mi triunfo— externó Vasconcelos, sentado cómodamente en una silla de mimbre en la terraza de un hermoso hotel en el puerto de Guaymas. En su mano derecha sostenía una fresca y sudada botella de cerveza XX.
Antonieta Rivas Mercado, vestida con un impecable vestido blanco y un elegante sombrero del mismo color, miró con tranquilidad a su amado, mientras se espantaba el bochornoso calor del Mar de Cortés con un fino abanico de pedrería.
—El Plan Vasconcelista está terminado y a tiempo, como lo pediste. Ahora sólo necesitas publicarlo y esperar en el extranjero, como ahí claramente indicas, a que miles de adeptos se te unan para levantarnos en armas.
Vasconcelos miró sorprendido a Antonieta. Su famoso Plan Vasconcelista estaba listo y, sin embargo, no contaba ni con seguidores ni armamento para emular a Carranza con su Plan de Guadalupe. Cómo le hubieran sido útiles en ese momento Enrique Gorostieta y su ejército, pensó. Lástima que Gorostieta hubiera sido asesinado, y la paz firmada entre el Gobierno y el Clero.
Vasconcelos, con mirada preocupada, concentró su atención en el punto I de su incendiario plan:
«I. Se declara que no hay en la República más autoridad legítima, por el momento, que el señor licenciado José Vasconcelos, electo por el pueblo en los comicios del 17 de noviembre de 1929, para la presidencia de la República. En consecuencia, serán severamente castigadas las autoridades, inclusive los miembros del Ejército, que sigan prestando apoyo al gobierno que ha traicionado el objeto para el cual fue creado».
—Tenemos que conseguir armas en el extranjero, Tonieta.
—Suena muy bien, Pepe, pero, ¿con qué dinero?
—¿Ya no te queda más para invertir en nuestra causa?
Antonieta rio con sarcasmo ante su terrible realidad. Toda su herencia, incluyendo la de sus hermanos, había sido derrochada casi en su totalidad en la causa perdida de Vasconcelos. Al escucharlo preguntar si había más por invertir, estuvo al borde de una crisis nerviosa.
—Me he quedado sin dinero, Pepe. Lo que me queda es para una modesta sobrevivencia y con la obligación imperiosa de empezar a trabajar. Pronto.
Vasconcelos se acercó para abrazarla, tratando de calmarla.
—Todo tu dinero será recuperado ahora que triunfe el plan. Sólo necesito un poco de tiempo para organizar desde los Estados Unidos un pequeño ejército y marchar hacia la capital como lo hicieron Madero desde Ciudad Juárez, o Carranza desde Coahuila.
—¡Pepe!
Vasconcelos quedó helado con el grito de su asesora de campaña.
—No estoy arruinada. Te tengo a ti. Nos tenemos a ambos y podemos empezar de cero a construir lo que hemos perdido. Sólo perdí dinero, no a ti, que eres lo más importante en mi vida.
Vasconcelos quedó pasmado con las palabras de Antonieta. En su interior sabía que el amor hacia ella era directamente proporcional al valor de su chequera. Sin dinero, el supuesto sentimiento que los unía sería tan fuerte como un hilo de araña. Los meses por venir comprobarían sólidamente este hecho.
El Plan Vasconcelista fue un fracaso rotundo. Ningún militar o potencia extranjera lo apoyó. Vasconcelos se convertiría por años en un desterrado por el gobierno mexicano y no regresaría al país sino hasta ser llamado por el presidente Manuel Ávila Camacho para dirigir la Biblioteca Nacional.
Antonieta Rivas Mercado acompañó por unos meses a Vasconcelos en su obligado exilio por los Estados Unidos. Juntos pasaron un agradable tiempo en California. A mediados del año, convencida del total fiasco de la revuelta vasconcelista y habiendo perdido la patria potestad de su hijo Donald, regresó clandestinamente a México para sacarlo del país con un pasaporte falso.
Para el escape en avión, contó con la ayuda de su incondicional amigo, el piloto Manuel Talamantes, con el que voló de Veracruz a Nueva Orleans. En ese puerto americano se embarcó a Francia, donde la esperaba su amado Vasconcelos.
Al reencontrarse de nuevo, las promesas y el dinero se habían agotado. Vasconcelos, indiferente al amor de Antonieta y apenado por su quiebra económica, decidió alejarse de ella en brazos de una candente francesa.
En París, el 11 de febrero de 1931, quince meses después de las fallidas elecciones vasconcelistas, en completa ruina económica, perseguida por el secuestro de su hijo, detestada por sus hermanos tras la lapidación de su herencia, y sin el amor de Vasconcelos, Antonieta Rivas Mercado se reventó el corazón de un certero balazo con la pistola del ex candidato presidencial, en plena misa, en la Catedral de Notre-Dame.